Skip to main content

Actualidad

01 Febrero 2021

Lucas y las vacunas

José María Pozas

Les confieso a ustedes que este asunto de la covid ha rebasado ya mi capacidad de aguante, hace semanas o meses que ya no lo leo ni sigo las noticias por radio o televisión. Por eso he decidido encontrarme con Lucas, que si no estuviera totalmente al día, al menos es seguro que me dará una versión más autorizada que las que puedo encontrar por ahí.

—Hola Lucas, tiempo sin verte...

—Señal de que no me has necesitado. ¿Todo va bien? ¿Estás en forma?

—Sí, gracias; a ti ya te veo, tan entero como siempre. —Bien, bien, ¿y qué se te ofrece? ¿Para qué soy bueno, como dicen en México?

—Pues verás, la verdad es que quisiera que me hablaras algo de la pandemia, o mejor de las vacunas, que están más de actualidad.

—Bien, hombre, hablaremos de dos cuestiones, si te parece, la una de carácter local, y la otra, digamos, universal.

—Soy todo oídos, Lucas.

—Va. Ya ves la cantidad enorme y diversa de sinvergüenzas que se han aprovechado de su situación para saltarse el turno. Recordarás que cuando se hablaba de la inminente llegada de las dosis de vacunación, las autoridades centrales nos llenaron los oídos acerca de las medidas tomadas para que no se produjeran robos, ocultaciones, o lo que fuere, pues se suponía que pudiera haber delincuentes con el objetivo de pedir un rescate o poner las dichosas vacunas en el mercado negro; que si llegarían en unos aviones fuertemente protegidas, se descargarían en determinados aeropuertos... pudimos ver que, efectivamente, los vehículos que las recogían y las transportaban iban acompañados y protegidos por la Guardia Civil o los cuerpos correspondientes...

—Pues sí, me acuerdo de ese detalle...

—¡Paparruchas! Hasta ahí no tenían ningún peligro, pero en cuanto se repartieron por los departamentos de sanidad de las diferentes autonomías, eso ya fue otro cantar. Se despertó el atávico carácter celtibérico, el mismo del “qué hay de lo mío”, y aparecieron directores de hospitales, alcaldes, consejeros de sanidad, obispos con todos sus secuaces, generales y altos mandos, médicos de lo particular y del seguro, amén de los de la sanidad pública, electricistas, representantes de comercio que pasaban por allí y una larga e interminable lista de chupópteros con sus familiares más directos, que seguramente nunca llegaremos a conocer hasta dónde llega, pero que era inevitable que sucediera en nuestro país.

—Cierto, Lucas, ¿y qué crees que habría que hacer con esa gente?

—Pues nada, a los que les quede por recibir la segunda dosis, dársela pero cuando ya no quede nadie más pendiente. Y cobrársela, además de desposeerles de toda clase de honras y títulos, si poseen alguno.

—Bueno, bueno, ¿y la otra faceta que llamabas universal, o algo así?

—Pues mira, ese es un asunto que sobrepasa las fronteras nacionales y las europeas, un asunto para la ONU para entendernos, y que implicaría ponerle coto al enorme lobby farmacéutico mundial.

—A ver, a ver, esto se pone interesante...

—Verás: Los grandes países invierten en tecnología, también en este campo de la microbiología y demás, ya lo sabes. Y universidades como Oxford han recibido ayudas del gobierno inglés –hasta 200 millones de euros, creo– para engrasar todo ese sistema de investigación, fabricación por compañías privadas capaces, las distintas campañas de ensayos que han sido necesarias, etc. Y al final se obtienen resultados, faltaría más, y unos resultados que nunca hubiéramos pensado que fueran posibles en tan poco tiempo. Esto hay que aplaudirlo, es una tarea fantástica, un gran esfuerzo, y desde luego hay que premiarlo...

MILES DE MILLONES DE PERSONAS DEL TERCER MUNDO NO VAN A PODER VACUNARSE PORQUE NO TIENEN COMO PAGAR LAS VACUNAS.

—Espera, espera...

—¡No, espera tú! Quiero decirte que aunque ese premio pueda ser como el gordo de la lotería, ha de tener un fin. Las empresas farmacéuticas cuando termine este año ya se habrán recuperado del esfuerzo y habrán ingresado los millones suficientes para ser convenientemente recompensadas y volver a una senda “normal” de beneficios. Pero, a partir de aquí, se acabó. Miles de millones de personas del tercer mundo no van a poder vacunarse porque sencillamente no tienen como pagar esas vacunas.

—Y, claro, tu...

—Efectivamente, yo te digo –y no soy solo yo, que se está moviendo este asunto a nivel mundial– que esas vacunas no pueden quedar protegidas por patentes para que sus accionistas cobren dividendos hasta el fin de los siglos. Las patentes han de ser canceladas y las vacunas ser fabricadas libremente por medio mundo, allí donde haya capacidad para hacerlo, con el objetivo unánime de inmunizar a los miles de millones de seres humanos que hoy no pueden tener acceso al remedio. ¿Estás de acuerdo? ¿Lo has entendido?

—Faltaría más. Vale, vale. ¡Hasta luego Lucas!

—No, no, espera hay que hablar también de la UE. Europa no puede continuar así... —Otro día, hoy no puedo. ¡Hasta luego Lucas!

José María Pozas | Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.


Artículos relacionados