Skip to main content

Actualidad

19 Julio 2021

Entrevista | Lourdes Urbieta - 25 años después

Lourdes Urbieta Directora de Calidad y Transporte del Grupo Amantegui. «En la cantera, el proceso sigue siendo parecido a como era hace veinticinco años, aunque ha mejorado muchísimo la seguridad, la tecnología y el cuidado del medio ambiente»

Primitivo Fajardo

Lourdes Urbieta Lemos nació en Alonsotegui (Vizcaya), en 1968. Está casada y tiene un hijo. Estudió Ingeniero Técnico de Minas en la Escuela de Ingenieros de Minas de Baracaldo y se decantó por la rama de explotación de minas, especializándose en voladuras. Es la directora de Calidad y Transporte del Grupo Amantegui, empresa en la que lleva casi treinta años y donde ha desarrollado toda su carrera profesional. Comenzó realizando voladuras en la cantera Markomin- Goikoa, pero un gravísimo accidente la apartó de esa pasión una década después. Le echó valor, se recuperó de las heridas, salió adelante con ahínco y hoy se dedica a controlar y auditar temas de calidad, medio ambiente, gestión de maquinaria, seguridad y salud, producción, mantenimiento, etc. Está considerada la primera artillera vasca y la primera directora de una explotación de minas en Vizcaya, y ha sido premiada por ello. La presente entrevista obedece a que se cumplen veinticinco años de la primera que le hizo quien suscribe, que se publicó en enero de 1996 en la revista «Canteras y Explotaciones », mientras preparaba explosivos, mechas y detonadores para una voladura. Nos impactó su trabajo, pero también su personalidad. Aunque le costaba hablar de sí misma, replegada en su modestia, transparentaba la serena quietud y majestad de las féminas vascas. Me pareció una mujer con coraje que iba por la vida con la discreta sonrisa que únicamente esgrimen los que saben triunfar sin otro apoyo que su propio deseo. Hablo en pasado, pero el axioma es aplicable al presente. Con 27 años, llevaba ya dos años y medio ejerciendo como facultativo de la cantera y experta en explosivos, mientras que el que suscribe se había iniciado también dos años y medio antes en el terreno del periodismo técnico. Cinco lustros después, Lourdes Urbieta sigue en la misma empresa, aunque tuvo que cambiar de oficio, y el que suscribe sigue en el mismo oficio, aunque tuvo que cambiar de empresa.

En noviembre de 1995 nos llegó la noticia a la revista Canteras y Explotaciones, de la que quien esto escribe era director, editada entonces por la firma Miller Freeman, de que en una cantera de Vizcaya se realizaban las voladuras bajo la dirección facultativa de una mujer, lo que nos pareció inverosímil en un sector como el de la minería que por sus características era entonces en España netamente masculino, y más aún en una especialidad tan delicada y compleja como las voladuras y el uso de explosivos. Es seguro que en estos veinticinco años se han sumado otras mujeres al reto de ser especialistas en dicha materia, pero en aquella época era algo insólito y extraordinario. Por tanto, nuestro deber periodístico era dar a conocer en las páginas de la publicación un hecho tan relevante, de oficio tan peculiar y a su fémina protagonista.

Se trataba de Lourdes Urbieta Lemos, que realizaba su labor en la Cantera Amantegui, en Mañaria, cerca de Bilbao, perteneciente a la firma Hijos de León Amantegui. La localizamos y fijamos una cita a través del delegado comercial de la editorial en el norte peninsular, Juan Ángel Pérez Pérez, y de la directora comercial de la revista, Marisa Fraile Soria, actual responsable de publicidad de OP MACHINERY, que siendo de Bilbao se apuntó encantada al sarao. Se coordinó la visita con la dirección facultativa de la propia cantera Markomin-Goikoa, cuyos propietarios eran Adrián y Kepa Amantegui Arteaga.

Buscando la originalidad, me empeñé en entrevistar a Lourdes Urbieta en sus predios, rodeada de su gente y en acción, es decir, empotrado en las filas de su tropa, y sin guión preconcebido, o sea, improvisando, como si estuviéramos en una cafetería pero con la diferencia de las tensiones y sobresaltos que conlleva preparar una voladura. Por tanto, aguardamos impacientes hasta que, por fin, nos convocaron el viernes 17 de noviembre para ser testigos en directo de la actividad de esta cantera de caliza del Cretácico Inferior.

Comparecimos a las diez de la mañana los tres, Marisa, Juan Ángel y yo, en esta explotación situada a 34 km de la capital vasca, en el corazón de la comarca del Duranguesado, territorio histórico de Vizcaya, al norte de la carretera comarcal 6211, de Vitoria a Durango, por el puerto de Urkiola. Íbamos dispuestos a vivir una jornada especial con Lourdes Urbieta y sus compañeros, siendo testigos de la espectacularidad de una voladura, que tendría lugar en el borde meridional del farallón calcáreo de la Peña Mugarra, en la ladera del monte Káfraga, a cuyo poniente queda la localidad de Mañaria.

«... MANEJA EXPLOSIVOS Y DETONADORES CON PRUDENCIA DE MADRE PRIMERIZA, CON SOLTURA Y AGILIDAD FELINA, CON TREMENDA PROFESIONALIDAD. HAY EN SUS ADEMANES Y EN SU MIRADA SEVERA LA MELANCOLÍA DE LAS ALMAS SOLITARIAS, BAJO LA QUE SE ADIVINA UNA INQUEBRANTABLE VOLUNTAD DE SUPERACIÓN».

Cinco lustros después

Aquel trabajo fue muy gratificante, tanto por la actividad diferente y original de la que fuimos testigos como por la buena gente que conocimos y el entorno natural fascinante de la cantera. Salió todo como estaba planeado y la entrevistada tuvo que soportarme pegado a su chepa mientras ella preparaba la voladura, que resultó de lo más espectacular. Por mucho que haya asistido a otras voladuras en todos estos años, guardo un recuerdo imborrable de aquella experiencia, que quedó reflejada en el nº 344 de la revista con el expresivo título: “Máximo riesgo”. Esa primera entrevista se publicará en el siguiente número de OP MACHINERY, reproduciendo el texto íntegramente, tal cual apareció, por mantener la frescura de aquellos tiempos iniciáticos, que lo eran para Urbieta y para el que suscribe.

Recuerdo que nos recibió en el acceso a las instalaciones el propietario de la empresa, Adrián Amantegui, un vasco afable, dicharachero y distinguido, con el pelo denso y cano y un aspecto de lo más saludable. Parecía un senador romano. Aficionado a la pelota vasca e incondicional de los leones de San Mamés, era un apasionado de su cantera, donde se empleaba con dureza, trabajando como uno más y como el que más. Hablamos del Athletic de Bilbao y sus glorias –yo venía de trabajar durante un lustro en el diario deportivo AS– mientras nos transportaba en su todoterreno hasta el frente de cantera para presentarnos al personal y comenzar con nuestro reportaje.

¡Qué tiempos! Ahora, veinticinco años después de aquello, por una de esas casualidades de la vida, mientras buscaba datos para otro artículo, entre la montaña de papeles acumulados durante tanto tiempo de ejercicio periodístico, apareció el citado ejemplar con la entrevista publicada. La releí por curiosidad y, como se acababa de cumplir un cuarto de siglo de aquel acontecimiento, “me picó el gorrino” –que decimos en La Mancha– y comencé a preguntarme qué habría sido de aquella mujer valiente llamada Lourdes Urbieta después de tanto tiempo. ¿Habrá seguido con su arriesgada profesión? ¿Estará en la misma cantera, o ejercerá en otras? ¿Habrá cambiado por completo de actividad? Etcétera.

Pensé que lo mejor sería averiguarlo de primera mano preguntándoselo a ella misma e inicié mis pesquisas para tratar de localizarla y entrevistarla de nuevo. Seguramente, el único sitio en el que podían darme sus señas era la cantera Amantegui. Así, pues, rebusqué entre mis papeles –“esa leonera”, que decía mi madre; “ese estercolero”, que dice mi mujer– y encontré las notas, apuntes y algunas fotografías que tomé entonces. ¡Y el teléfono de contacto de la empresa, de veinticinco años atrás! Marqué el número, si bien con pocas esperanzas, pues sería difícil que no hubiera cambiado después del tiempo transcurrido. Fue lo único que tuve que hacer. Para mi sorpresa, el teléfono era el mismo y en la compañía seguía trabajando Lourdes Urbieta, aunque alejada del frente y de los explosivos por la razón de un grave accidente que sufrió en la cantera y que luego expondré.

La vida va pasando

Entre los datos que anoté en noviembre de 1995 en mi cuaderno de memorias y recuerdos, figura lo siguiente sobre Lourdes Urbieta: “Es impresionante esta mujer: su tenacidad, su fuerza, su responsabilidad. Maneja explosivos y detonadores con prudencia de madre primeriza, con soltura y agilidad felina, con tremenda profesionalidad. Hay en sus ademanes y en su mirada severa la melancolía de las almas solitarias, bajo la que se adivina una inquebrantable voluntad de superación. Ella es la jefa en el tajo y no veo merma alguna por ser mujer entre su forma de pelear en este cuadrilátero pedernal y la de sus compañeros masculinos, pues brega con el mismo o mayor brío que ellos. Nunca he creído en esa falacia de la superioridad del hombre sobre la mujer. Es más, Lourdes es la prueba empírica de todo lo contrario”. Más adelante, hago constar: “Tiene un carácter bonancible, una flor de simpatía y un gran sentido del humor, un natural optimismo y su puntito de picante timidez, una inteligencia perspicaz y un espíritu inquieto, lleno de primaveras. Es delgada como un listón y recia y fibrosa como un purasangre. No llega a pesar 50 kilos. Es una morena de ojos verdes. De grandes ojos verdes, sonrisa sempiterna y la magia del que pasa por el fuego sin quemarse. Se gana la vida desventrando montañas, naturalmente. Y reina sola en el letargo mesozoico de este silencio mineral”.

LA ASOCIACIÓN VIZCAÍNA ASECABI, LE RINDIÓ UN HOMENAJE EN BILBAO, EN 2016, POR SU ANDADURA PROFESIONAL Y POR SER UNA MUJER «LUCHADORA Y PIONERA EN EL SECTOR».

En aquella primera entrevista, Lourdes contaba 27 años, vivía con sus padres en su pueblo natal –hoy vive en Garay– y se hallaba soltera. Ya sé que no es de mi incumbencia, pero me pregunté cómo era eso posible siendo una chica atractiva y estando rodeada de hombres. Quise saberlo con la excusa de si, cuando tuviera novio, le confesaría la arriesgada actividad que profesaba, rodeada de tierra, pólvora y tracas. Me dijo irónicamente que esa era la causa de que no lo encontrara, pero no había de qué preocuparse.

—Están en ello todos los artilleros. De aquí salgo con novio, seguro.

Hoy, que tiene 52 años, le pregunto por el devenir de esta cuestión y compruebo que pronto se cumplió su premonición: en el trabajo surgió el amor. Aún no había pasado un lustro de nuestro encuentro entre peñascos y dinamita a granel cuando Lourdes se casaba con un maquinista de la cantera, que sigue hoy en la empresa ejerciendo labores comerciales. Ambos tuvieron descendencia, Ekaitz, un niño que cuenta 19 años.

—Mi hijo siente una pasión desmedida por las máquinas y le gusta la cantera. Lo ha mamado desde pequeñito y está estudiando ingeniería industrial.

De casta le viene al galgo. Ahora, me intereso también por la gente que conocimos en nuestra visita de 1995: su jefe Adrián Amantegui, el encargado de la cantera Benjamín Arteaga, el facultativo Enrique Reina y los demás que aparecen en la foto de grupo ante la fogata de los envases del explosivo.

—Adrián falleció hace poco, en febrero de 2018, a los 89 años de edad; Benjamín Arteaga tuvo un accidente y cuando se recuperó, se jubiló, muriendo unos años después; Enrique Reina, facultativo de minas, también falleció; Ovidio Marroquí era el artillero de toda la vida, se jubiló, siendo sustituido por Augusto Alves, que ya estaba en la cantera y es perforista y el artillero actual, lleva 35 años en la empresa; José Benito Alves era también perforista y artillero y se ha jubilado recientemente; Abel Atucha era maquinista y cambió de sector; Ricardo Iglesias, perforista y artillero, se jubiló hace tiempo; José Ignacio Salcedo es maquinista y lleva 31 años en la empresa; y Juan Luis Bernaola era chófer, también está jubilado.

Quise saber cómo ha cambiado la vida en la cantera en estos veinticinco años, en cuanto a la explotación del mineral.

—No ha cambiado tanto, pues el proceso sigue siendo parecido, aunque ha mejorado muchísimo la seguridad, la tecnología y también el cuidado del medio ambiente. Y algo muy bueno: sigue siendo una empresa muy familiar; de hecho, aparte de los propietarios, hay familias con varios miembros trabajando como personal de la misma. Quien me sustituyó hace veinte años sigue en el puesto.

Recuerdo que en aquellos tiempos andaban preocupados por los asuntos administrativos de la cantera.

—Por esa época tramitábamos la concesión de explotación a 30 años, que nos fue concedida en 1997 con el ingreso en la Sección C. Esto fue muy importante para nosotros.

Esa autorización supone una sólida garantía de poder seguir en el tajo durante muchos años... Larga vida a la cantera...

—La concesión actual de explotación es de treinta años, prorrogables por plazos iguales hasta un máximo de noventa.

En cuanto al equipamiento de maquinaria de movimiento de tierras de la explotación, tengo anotado que la dotación de entonces era de 4 dúmperes, de 80 y 50 toneladas; 4 cargadoras mineras y 2 retroexcavadoras, aparte de un par de perforadoras de martillo en fondo y en cabeza.

—Perforadoras, ahora tenemos 3; retroexcavadoras, otras 3; dúmperes rígidos, ya son 5; y seguimos teniendo 4 cargadoras de ruedas grandes. Aparte, contamos con 2 camiones de obra.

Cambiando de asunto, encontré en internet que hace cinco años, en 2016, la Asociación de Empresas de Canteras de Bizkaia, Asecabi, colectivo que aglutina a veinte canteras del territorio provincial, le rindió un homenaje en Bilbao por su andadura profesional, por ser una mujer “luchadora y pionera en el sector”, y le entregó el Premio Piedra y Vida como “ingeniera técnica de minas y primera directora facultativa en una cantera vizcaína, con más de dos décadas de experiencia”. Le pregunto por este asunto, un orgullo para ella, supongo.

—Sí, me dieron un premio, que agradecí mucho, pero ¿qué merecimientos tengo yo, si solo he luchado por lo que me gustaba y por lo que siempre quise hacer?

La modestia siempre tiene premio, bien merecido en este caso por ser ejemplo de valentía y dedicación, de mujer fuerte que fue abriéndose hueco en un mundo de hombres a base de buen hacer, trabajo duro, constancia y mucha humildad, hasta ganarse el reconocimiento de todo el mundo.

—Mi único mérito ha consistido en pelear por lo que quiero.

Cuando te cae el mundo encima
La interrogo por un tema delicado que le cambió la vida por completo, le desbarató sus ilusiones y la alejó de la actividad que más le gustaba en el frente de cantera. Seguramente para siempre. Seis años después de nuestro encuentro, el 9 de noviembre de 2001, fecha clave en la vida de Lourdes, se le cayó el mundo encima, literalmente: un rayo la partió en dos, como se suele decir. Estaba junto a su compañero José María Álvarez Vega preparando el terreno para las operaciones de carga de 2900 kilos de explosivo para volar 30000 toneladas de roca caliza.

—Divisamos nubarrones en el monte Oiz y nos imaginamos que venía tormenta. Como lo peligroso en estos casos suelen ser los detonadores, los alejamos de nosotros y quisimos terminar lo antes posible con la voladura controlada que preparábamos, para marcharnos a casa.

No les dio tiempo. Sobre las diez y media, el cielo panza de burro soltó unos copos y entre ellos un veneno mortal: les envió sin avisar una luz cegadora que cayó sobre los facultativos en forma de descarga eléctrica. Un rayo no es cosa menor, esa chispa cruza el cielo rauda y cae en tierra a capricho y con el rumbo esquivo de una mariposa letal, envuelta en una temperatura de miles de grados y millones de voltios. El rayo alcanzó de lleno a Lourdes, le entró por el cuello, le traspasó el cuerpo y salió por el empeine del pie derecho. Cayó fulminada. Tenía 33 años y estaba embarazada de cuatro meses. Esto nadie lo sabía.

—No me enteré de nada. Me recogieron otros artilleros que estaban cerca y creyeron que estaba muerta.

En una travesía angustiosa, trasladaron a los dos en un todoterreno hasta la puerta de la explotación, a más de un kilómetro de distancia, donde ella fue asistida por un equipo de emergencias y trasladada por una UVI móvil hasta el hospital de Cruces, donde ingresó con pronóstico muy grave en la Unidad de Grandes Quemados.

—Me desperté en una camilla rodeada de luces y tubos por todas partes. Sufría graves quemaduras y perdido la sensibilidad en las piernas porque el rayo me había quemado los músculos. Los médicos le abrieron en canal la pierna derecha para evitar que se gangrenara.

—Un mes y dos operaciones después, pude abandonar por fin el hospital.

El susto debe ser de los que hacen época, pero afortunadamente sobrevivió al fuerte impacto y su estado fue evolucionando favorablemente, dentro de la gravedad. Incluso el bebé salió indemne de la acometividad salvaje de la naturaleza.

—Según el resultado de las ecografías, no había sufrido ningún percance, se movía y le latía el corazón.

Ella salvó la vida gracias a que estaba mojada y no llevaba puestas las botas de seguridad sino unas de monte. La suela metálica hubiera sido mortal. También influyó en su supervivencia su complexión delgada y fuerte, fruto de su físico espigado y de los duros acarreos del tajo. El rayo dobló el junco pero no lo quebró. Aún así, la descarga eléctrica la lanzó a varios metros de distancia, hasta el borde mismo del talud, donde quedó inerte y asomada a un vacío de veinte metros. Tuvo mucha suerte. Unos meses después, en abril de 2002, recuperada de las quemaduras, tras las operaciones y diferentes injertos en la cabeza y en la pierna, alumbró a su hijo sin problemas.

LOURDES URBIETA ANSIABA VOLVER A SU ESCENARIO NATURAL: LA CANTERA. MAS NO PUDO SER, LA PIERNA AFECTADA RETUVO CIERTA INCAPACIDAD Y HUBO DE RECICLARSE EN LABORES ALTERNATIVAS.

—Estuve acongojada hasta el mismo día del parto, pero cuando nació y vimos que estaba bien, fuimos felices. Le pusimos de nombre Ekaitz, que en euskera significa “tormenta”.

Aparte del susto y la zozobra de lo vivido, el rayo le dejó de recuerdo secuelas de las que no se iba a librar tan fácilmente.

—A raíz del accidente estuve dos años de baja, mucho tiempo en una silla de ruedas, luego con muletas y yendo a rehabilitación para poder recuperar la pierna. Tuve que aprender a andar de nuevo.

Cuando lo logró, gracias a su voluntad inquebrantable, ansiaba volver a su escenario natural: la cantera, para sentir el pálpito del cielo y la tierra juntos de nuevo. Mas no pudo ser, la pierna afectada retuvo cierta incapacidad y hubo de reciclarse en labores alternativas.

—Acostumbrada al exterior, estar ocho horas metida en la oficina se me hizo cuesta arriba al principio. Tuve que renunciar a las voladuras y me dediqué a temas de calidad y a las auditorías en la empresa, un trabajo de menos acción, pero también muy importante.

En cuanto a su compañero José María Álvarez, el pepinazo le dejó también malherida una pierna, aunque con secuelas menos serias que a Lourdes, y fue recogido por otra ambulancia. Por si no fuera suficiente haber sido alcanzado por un rayo, el vehículo medicalizado que le trasladaba sufrió un accidente cuando se dirigía al hospital.

—La ambulancia se salió de la calzada a pocos metros de la cantera, al patinar en una placa de hielo.

Una dotación de Ayuda en Carretera evacuó finalmente al trabajador al hospital de Cruces con lesiones de pronóstico reservado. Las heridas debieron ser más morales que físicas, porque, según Urbieta:

—José María Álvarez Vega, tras recuperarse, buscó nuevos horizontes laborales, pero “por amor”.

Llega la triste hora de la despedida y digo adiós a Lourdes deseándole larga y dichosa vida. Lo más difícil ya lo ha hecho: sobrevivir. Antes de terminar, la pregunta del millón: ¿Sueñas con las voladuras?

—Desde luego, pero cada vez menos. Cuando te ocurre algo así, te cambia el chip: te tomas las cosas con un poco más de filosofía, valoras más lo que tienes y lo que de verdad importa. Te sientes más afortunada.


LA CANTERA DE CALIZA «MARKOMIN-GOIKOA»

La cantera “Markomin-Goikoa” me pareció impresionante hace veinticinco años. Bien se notaba que era una de las canteras privadas más importante del país. Igual que se marcaban en sus farallones las cicatrices de los casi setenta años de explotación, que pronto serán cien. Los recursos geológicos a mediados de los años 90 se elevaban a 123 millones de toneladas, siendo las reservas posibles explotables de 71 millones. La explotación se estaba realizando por banqueo ascendente-descendente y pista de comunicación entre bancos exterior a hueco. De esta forma preveían alcanzar las cotas altas para iniciar un banqueo descendente que permitiera llegar antes a la situación final de diseño y comenzar inmediatamente las labores de restauración, para que al ir descendiendo se dejaran los taludes revegetados.

Si bien sus orígenes se remontan a la Guerra Carlista de 1845, la cantera fue comprada por León Amantegui Jáuregui en una subasta, en 1927. Le costó 3000 pesetas. Cuando la visitamos a finales de 1995 estaba en manos de sus hijos varones Adrián y Kepa Amantegui Arteaga, que la heredaron junto a su madre Lucía Arteaga al morir León Amantegui en el año 1941. Poco después, los hijos se encargaron de llevar las riendas del negocio, refundando la empresa en 1970 con la denominación de Hijos de León Amantegui, S.A.

LA CANTERA «MARKOMIN- GOIKOA» FUE COMPRADA POR LEÓN AMANTEGUI JÁUREGUI EN UNA SUBASTA, EN 1927. LE COSTÓ 3000 PESETAS.

Según nos explicó entonces Adrián Amantegui: “Yo nací casi con la cantera: un año después de su adquisición, y recuerdo que de pequeño corría con los carretillos de un lado a otro de las instalaciones”. Hasta que empezó a trabajar en la misma cuando cumplió los 15 años, después de la Guerra Civil, durante la cual pasó dos años exiliado en Bélgica con sus hermanos, a donde llegaron viajando en el histórico buque Habana. Al principio de la actividad, la producción se hacía con medios manuales y elementos rudimentarios, ya que no se disponía en la cantera de energía eléctrica ni de ningún tipo de maquinaria. “El proceso era el siguiente: perforación manual, “maniobra del tiro”, disparo con mecha ignífuga y fragmentación de la roca arrancada por picapedreros armados de mazos y martillos. El producto así obtenido era destinado principalmente a carreteras y obras de mampostería, efectuándose el porte mediante vehículos de tracción animal. Hasta que con la llegada de la energía eléctrica en 1930 se modernizó el arranque y la trituración”.

Según recordaba Adrián Amantegui, “la primera cargadora se la compré a Imisa en el año 1955, y me costó 765000 pesetas; era un modelo Bray que cargaba 500 kg, la primera que se veía en Euskadi”. Más tarde, en 1987, se propuso comprar un triturador giratorio gigante Allis-Chalmers de 2000 t/h que costaba 110 millones de pesetas y con la obra se elevó a 200 millones. “Me tacharon de loco por tan fuerte desembolso, pero la inversión fue muy rentable. Yo les decía a todos que se dieran una vuelta por Europa y comprobaran la cantidad de carreteras que necesitamos. Acabaron por darme la razón”.

Cuando hicimos el reportaje trabajaban en la cantera 17 personas, llegando a 48 si se sumaban los empleados de la planta de hormigón, capaz de fabricar 1500 t/h de productos clasificados.


EL GRUPO AMANTEGUI, HOY
En 2021, la historia de esta empresa familiar afincada en Durango sigue adelante, ya con la tercera generación de la familia Amantegui al mando. Hoy, son los nietos de don León Amantegui Jáuregui, el primero en explotar la cantera, es decir, los hijos de sus hijos Kepa y Adrián, los que mantienen pujante una empresa modélica que se ha diversificado creando o comprando compañías y participando mayoritariamente en otras: a Hijos de León Amantegui, S.A. (1970) se sumó Hormigones Euzko, S.A., en 1976; Morteros y Revocos Bikain, S.A., en 1988; Cantera y Calera de Kobate, S.L. y Hormigones Kobaundi, S.L., en 1993; y Canteras y Hormigones Zalloventa, S.A., en 2001. Más tarde, en 2009, Áridos y Hormigones de Losa, S.L. y Hormigones Askondo, S.L.; y en 2014, Asfaltos y Hormigones Aubide, S.L. Así hasta formar un pujante grupo empresarial que hoy comercializa áridos calizos, hormigones y asfaltos.
Dentro de pocos años cumplirá la compañía su centenario, motivo sobrado de gran celebración. En este largo periodo, desde 1927, ha ido creciendo y superando todo género de vicisitudes, modernizándose constantemente, destinando los recursos económicos generados a dotar a las instalaciones con los avances tecnológicos de vanguardia y con el personal más cualificado, creando puestos de trabajo directos y muchos más indirectos en la zona, atendiendo en extremo a la debida restauración, implantando sistemas de control de la producción para asegurar el cumplimiento de las directivas de productos de construcción y elaborando materiales de altísima calidad, manteniendo el marcado CE para los diferentes tipos de áridos suministrados. Y pendiente siempre tanto de las exigencias del mercado y de sus clientes como de las cada vez más crecientes normativas y exigencias de las Administraciones Públicas en materia de medio ambiente, seguridad y salud, etc.