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Actualidad

25 Abril 2022

Ha muerto Laureano Fueyo

Laureano FueyoFundador de la revista «Rocas y Minerales» y veterano de la prensa técnica.

Quisiera ser un mago y tener poderes. Gozar de la sabiduría de los sumerios. Ser depositario de secretos ancestrales: la piedra filosofal, el elixir de la eterna juventud... Saber de alquimia para trasmutar elementos y disponer de ungüentos y pócimas milagrosas. Ser arúspice y escudriñar las entrañas de los animales. Leer el futuro gracias a los viejos arcanos. Dar vida a los minerales y que hablen las estrellas. Y rescatar de la muerte a las personas que adoro. El santo grial del conocimiento. El vellocino de oro de la vida eterna. La panacea universal. Si hubiese sido un mago, mi amigo y maestro Laureano Fueyo seguiría vivo. Con mi varita mágica le hubiera curado el cáncer de pulmón con el que llevaba peleando cuatro años, y le habría quitado su pena gigante impidiendo que su mujer, a la que tanto quería, se muriera 24 días antes de otro cáncer terminal, siendo diez años más joven que él. Falleció Laureano el 18 de febrero y fueron inhumados sus restos al día siguiente en el cementerio de Guadalajara. En la madrileña parroquia de San Juan de la Cruz, con las sentidas palabras de su nuera Mafe y sus nietos Carolina y Sergio, el testimonio de sus hijos Luis y Rocío y la homilía de mosén Francisco, entre cánticos y aleluyas del coro de Radiotelevisión Española y los acordes del minueto en sol menos de Haendel y el Adagio de Alessandro Marcello, fue despedido en solemne ceremonia por doscientos amigos y familiares el sábado 26 de febrero de 2022. Mes y medio antes de cumplir los 87 años.

Primitivo Fajardo

Si hubiera sido mago habría impedido que a mi amigo y maestro Laureano Fueyo se lo llevara la niebla. Pero no soy mago. Ni tengo poderes. No pude hacer nada. Y ahora no tengo más que un inmenso vacío causado por su ausencia, que me duele como un navajazo en las tripas y trato de rellenar con sus recuerdos. Las vivencias de tantos momentos compartidos durante tres décadas. ¿Pero por qué, Laureano? No deberías haber muerto. Ni haberte dejado morir. En su postrero aliento, le dice Sancho Panza a don Quijote: “¡Ay! No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía”.

Emulando al bachiller Sansón Carrasco, apostado ante la tumba del caballero de la triste figura, leo mi epitafio para Laureano: Yace aquí mi querido amigo Laureano Fueyo Cuesta, el hidalgo fuerte que a tanto extremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte.

Se ha muerto mi ilustre amigo Laureano Fueyo, el maestro, como yo le llamaba con todo el cariño y la admiración del mundo. Porque lo era. Se murió el hombre justo que en la jungla de la industria editorial abrió a golpes de sudor y machete la gran senda que con la luz de los días muchos otros habríamos de recorrer tras su noble e inconfundible rastro. Laureano se ha muerto habiendo hecho realidad el sueño de los valientes: alcanzar la ansiada orilla de ese mar azul que es el triunfo profesional, social y familiar, el auténtico premio que los dioses tan solo otorgan a quienes distinguen.

Crónica sentimental

Laureano fue siempre el decano, prácticamente el fundador, el más veterano de los informadores de nuestro sector y el más venerado de nuestra especie. Era el gorila blanco, el macho alfa y la memoria viva de la prensa técnica de maquinaria, mundo del que lo sabía todo. Su autoridad resultaba indiscutible, su prestigio abrumaba. Era un pionero vocacional, humilde y ejemplar que se entregó de los pies a la tonsura, durante más de tres de las cinco décadas del grupo Fueyo Editores, a la discreta labor diaria, tan noble como esclava, de levantar acta notarial de cuanto aquí acontecía.

LAUREANO ERA ÍNTEGRO, MODERADO, DISCRETO, AFABLE, MODESTO Y DE UNA ENTEREZA MORAL ENVIDIABLE. EL VIVO PARADIGMA DE LA SABIDURÍA, EL EQUILIBRIO Y LA SENSATEZ.

Siento una admiración inacabable por Laureano. Para mí ha sido el compañero de viajes y aventuras ideal. Era un hombre íntegro, moderado, discreto, afable, modesto y de una entereza moral envidiable. El vivo paradigma de la sabiduría, el equilibrio y la sensatez. Y un apasionado de la cultura, preocupado a todas horas por satisfacer su curiosidad –y compartirla– y siempre dispuesto a echar una mano aún saltando por encima de diferencias personales y de competencias profesionales.

Fue siempre el primero abriendo el camino y el último en abandonar el barco, ofreciendo generosamente su magisterio y su amistad a veteranos y novatos. Yo encontré en él en todo momento un modelo en el que mirarme y contra el que frenar mis descabellados impulsos de sacar los pies fuera del tiesto.

Recuerdo cómo me acogió bajo su sombra protectora la primera vez que fui a Bauma, en 1994, y me quedé petrificado ante aquella feria inmensa, intransitable, inhumana. No sabía por dónde empezar a digerir su dimensión y él me dio las pautas para salir del atolladero. Me llevó del brazo a las ruedas de prensa y a las cenas de empresa. Recuerdo en especial la de Eral, con los hermanos Bouso, amigos suyos y personas excepcionales. Precisamente, Juan Luis le ha dedicado en Rocas un sentido homenaje.

Nevaba y hacía un frío del demonio, pero su pasión por la cultura estaba por encima de las limitaciones meteorológicas y me enseñó el fascinante castillo de Neuschwanstein, a un centenar de kilómetros de Múnich. Maravilla creada por el Rey Loco, Luis II de Baviera. En el camino de ida y vuelta me relató la vida en la corte de los Wittelsbach.

Después fueron cientos de actos y viajes los que compartimos, en España y por otras partes del mundo, donde éramos requeridos por los fabricantes o nos llevaba la obligación del oficio, como las ferias, donde tanto trabajamos y tan bien lo pasamos. Nuestras conversaciones eran largas y densas, y lo mismo por teléfono. Siempre estaba leyendo y yo le preguntaba por qué siglo deambulaba en su particular máquina del tiempo.

Uno de los últimos, prestado por su hijo Luis Fueyo, del que nunca me había hablado Laureano por considerarlo obra menor, llevaba su firma: Simples reflexiones de juventud. Le dije que el título no acompaña al contenido, pues no me parecieron simples las reflexiones que contenía, sino disquisiciones filosóficas de muy profundo calado para la edad a la que fueron escritas. Era un compendio de historias de su adolescencia y primera madurez que me pareció una maravilla de fuerza expresiva, ironía y originalidad.

Contenía un poema sublime, insuperable por su profundidad y carga emotiva, la carta a su padre, Monólogo de la esperanza. Y una historia, La confesión del suicida, sobre el cuestionamiento de la existencia de Dios a través de las conversaciones de un suicida con su confesor.

FUE SIEMPRE EL PRIMERO ABRIENDO EL CAMINO Y EL ÚLTIMO EN ABANDONAR EL BARCO, OFRECIENDO SU MAGISTERIO Y SU AMISTAD A VETERANOS Y NOVATOS.

Una frase del libro le resalté por su dimensión filosófica y su aplastante sentido común, aunque aquí aislada dice menos que rodeada de su contexto poético: “¿Quién sabe edificar en la idea y quién pone los cimientos de su obra en el excremento?”. Me pareció extraordinario y daba la dimensión de quien escribe con la clara luz que presta el talento a la inteligencia.

Hace poco le pregunté en qué le había cambiado la vida ser abuelo. Me contestó: “Los nietos son el renacer de la ternura en una edad en la que ya las sensaciones comienzan a perder su intensidad y se apaga la luz del mañana; es decir, cuando se entra en la edad gris sin futuro ni esperanza. Todo cambia cuando llega un nieto y hace renacer esa llama apagada y uno empieza a revivir una época olvidada de cuando crió el primer hijo, pero con una fuerza mucho más nueva, mucho más intensa, mucho más tierna”.

El heroísmo anónimo

Otro día le pregunté a bocajarro: ¿Si pudieras, qué borrarías de la faz de la tierra? Me dijo: “Simplemente la maldad y el egoísmo, intrínsecos de la naturaleza humana, que es lo que impide un mundo justo y libre de guerras y desi gualdades”. Durante treinta años, el tiempo que le he conocido, nunca he dejado de aprender con el maestro Laureano, bien por la inmersión directa en las benditas aguas de su conocimiento o por la indirecta de seguir a pies juntillas su magnífico ejemplo. Conversar con él era libar en el cáliz magisterial de un genio. Tanta era su profunda cultura, su desbordada sabiduría, su sosiego intelectual, su grata compañía...

Algún día, esperemos que más pronto que tarde, el mundo editorial levantará un monumento a Laureano por el favor inmenso, desinteresado y benéfico que nos ha hecho a todos. Hora va siendo de que se reconozcan sus muchos méritos, pues a veces el heroísmo se da en rincones apartados y va de la mano de hombres anónimos y buenos como Laureano.

Mi maestro era como un padre para mí y ahora, cuando pienso que no volveré a verle nunca más, se me encogen las entrañas como cuando perdí a mi propio padre. Ya me pasó cuando le di un abrazo en el tanatorio y en el funeral de su mujer. Estaba muy enfermo, pero la muerte de María José fue el mazazo definitivo que acabó por rendir su fortaleza, debilitada por el largo penar de tanto tiempo transitando el infierno del cáncer. Me temí lo peor y su hijo me lo confirmó: dos meses le dio la medicina.

Cuando me despedí de él, con lágrimas indisimuladas, sabía que era la última vez que le veía y la pena me desgarró por dentro. Trece días después se le paró el corazón. Fue enterrado al día siguiente, sábado 19 de febrero de 2022, en el cementerio municipal de Guadalajara. Fue inhumado en el panteón familiar junto a su mujer, siendo testigos sus hijos Luis y Rocío, sus nietos Carolina y Sergio, su nuera María Fernanda Bruges y el resto de la familia y amigos.

Que la tierra te sea leve, maestro. Fue una suerte conocerte, un honor gozar de tu amistad y un orgullo admirarte.

VIDA DE LAURERANO

Laureano Fueyo había nacido el 10 de abril de 1935 en la colonia obrera de las minas de Orbó, en la montaña palentina, que en 1954 se constituiría como pueblo con el nombre de Vallejo de Orbó, perteneciente al municipio de Brañosera, al que se considera el más antiguo de España. Décimo hijo de una familia minera, Laureano pasó su infancia entre pozos de carbón y estudiando primaria y secundaria en los Hermanos Maristas del pueblo que le vio nacer. Realizó la formación profesional de técnico industrial mecánico en la Escuela de Artes y Oficios de Barruelo de Santullán (Palencia) y completó su formación en Madrid con el aprendizaje de idiomas. Estudió inglés y francés en el Instituto Mangold y perfeccionó el francés en la Alliance Française y el Liceo Canot de París. Para el italiano se formó en el Istituto Italiano di Cultura, donde obtuvo una beca para estudiar en la Universidad de Perugia, pero no pudo ir por el deber de cumplir el servicio militar.

Comenzó a trabajar en 1954 como responsable de la división de control y metrología de la firma madrileña Construcciones Metálicas Jareño. Dos años después pasaría al mismo departamento de la fábrica de pistones Tarabusi, en Zorroza (Vizcaya), y en 1959 dio el salto a la multinacional CEI Babbitless como jefe de montaje de plantas de tratamiento de rocas y minerales para canteras y minería. En el 63 fue nombrado jefe de ventas de la empresa Ricardo Medem para desarrollar la red comercial de equipos de movimiento de tierras de la marca John Deere en España y Portugal. A finales del 64, John Deere se hizo cargo directamente de la distribución y liquidaron a los trabajadores de R. Medem.

Pasión literaria

Después de John Deere, Laureano recaló en Socogui, Sociedad Colonizadora de Guinea, como jefe de ventas de la división de Allis Chalmers, hasta que en 1965 se trasladó a Guadalajara para ser gerente de la empresa Industrias Plaza, fabricante de carrocerías y cabinas para camiones y vehículos especiales de marcas como Barreiros, Pegaso, Man, etc. Y es precisamente en Guadalajara donde conoció a María José Casado Carrasco, con la que se casaría en 1968 –celebraron las bodas de oro en 2018–, en la iglesia madrileña de San Juan de la Cruz, donde se han celebrado el pasado febrero sendos funerales en su despedida.

Un año antes de casarse, a principios de 1967, Laureano decidió dejar Industrias Plaza para dedicarse a la información. Su conciencia literaria había surgido a muy temprana edad y, compartiendo esa pasión con sus derroteros laborales por la besana técnica, cultivó siempre la escritura y la poesía. De hecho, la beca de la universidad italiana la obtuvo por escribir sus poemas en este idioma.

LAUREANO FUEYO FUE ELEGIDO COMO DIRECTOR DE PRENSA Y COMUNICACIÓN DEL XV CONGRESO MUNDIAL DE MINERÍA, CELEBRADO EN 1992

Sus apuntes históricos y poéticos le aproximaron a los círculos culturales donde se rumiaba la conciencia democrática en las postrimerías del franquismo. Conocida era su amistad con Gabino-Alejandro Carriedo, editor de la revista Maquinaria y Equipo e insigne poeta de singular referencia por su adscripción al Postismo, movimiento postsurrealista nacido tras la guerra civil que pretendió ser el compendio de las vanguardias literarias anteriores y encabezaron, junto a Carriedo, Eduardo Chicharro Briones y Carlos Edmundo de Ory.

Laureano creó y lanzó al mercado en 1967 la revista Canteras y Explotaciones, destinada a la divulgación de temas de maquinaria y equipos para canteras, minas y obras públicas, dentro de la Editorial Pedeca, fundada en 1964 por Antonio Pérez de Camino, a la sazón cuñado de su compañero y amigo Jesús Elorz, al que conoció en John Deere y que había emprendido la misma ruta creando ese año 67 en Pedeca la revista Potencia.

«Rocas y Minerales», la esencia

Fue director de Canteras hasta el 71, cuando sus deseos de independencia le llevaron a dejar Pedeca y arrancar con su propio proyecto editorial. Comenzó lanzando la Guía Técnica de Maquinaria, Guitema, destinada a las canteras, al movimiento de tierras, la minería, obras públicas y construcción. Una vez controlados los parámetros de proveedores, clientes, distribuidores y fabricantes, se lanzó, en enero de 1972, a fundar la revista Rocas y Minerales, y de paso la editorial que la sustentaría con el mismo nombre. Laureano salió al mercado con la revista y la sana intención de dar la campanada dejándose la piel en la labor de informar con precisión y actualidad de estos sectores tan dinámicos y potentes.

Enseguida alcanzó notoriedad la publicación, demostrando su director la categoría profesional que siempre le adornaría como el laurel a un césar romano. No se paró en barras y al año siguiente lanzaría otra publicación: MecaMetal, dirigida a la mecanización de metales, y, en colaboración con otro clásico de la escena editorial del sector, Luis García Sánchez, también la revista Movicarga, destinada al mundo de la elevación y a la divulgación de la logística en general.

Una vez afianzada su actividad en torno a Rocas y Minerales, comenzó la edición de libros técnicos de autores especializados en la materia y algunos propios, como el Diccionario Terminológico de Minas, Canteras y Mineralurgia, de 1974, y la traducción de libros del inglés y francés al castellano, que editó para su comercialización en el mercado hispanohablante. Este bagaje políglota le vino de perlas para traducir al español durante muchos años la revista O&K Eco, del fabricante alemán Orenstein & Koppel.

Pase a la reserva

Laureano recibió varios galardones por su buen hacer editorial, entre ellos el Premio Aipet de Periodismo, en 2005, de la Asociación Iberoamericana de Periodistas Especializados y Técnicos.

Antes, en mayo de 1992, se celebró en Madrid el XV Congreso Mundial de Minería, y Laureano, veterano en las lides de la representación institucional y cabeza visible del sector editorial, fue elegido como director de prensa y comunicación del congreso, lo que le valió la medalla otorgada por el comité organizador en reconocimiento a su gran trabajo.

EL PASADO ENERO SE HA CUMPLIDO EL 50º ANIVERSARIO DE «ROCAS Y MINERALES». LAUREANO HA RESISTIDO EL TIEMPO JUSTO PARA VER CORONADO SU LEGADO CON TAN LARGA Y FRUCTÍFERA EXISTENCIA,

No había terminado ese año, cumplidas las dos décadas de exitosa andadura, cuando propuso a su primogénito Luis Fueyo su incorporación a la publicación como director comercial, al jubilarse el responsable de ventas hasta ese momento, Carlos Vivas. Aceptó el reto y la empresa se cambió a Fueyo Editores, que al ritmo de los buenos tiempos, con la veteranía del padre y el ímpetu juvenil del hijo, acrecentó su prestigio con la edición de numerosos libros técnicos y el lanzamiento de nuevas publicaciones, como Demolición y Reciclaje y Rental World, dirigida por su sobrino y primo de Luis, el periodista Fernando del Hoyo.

Completada su etapa laboral, Laureano pasó a la reserva y puso su disciplina y sus conocimientos al servicio de la nueva savia, dejando vía libre a la sangre desbocada de su vástago, quien supo aprovechar el legado e impulsar con fuerza la editorial. A partir de 2002, sin soltar del todo el timón, le dedicó más tiempo al golf, que tanto le gustaba, a la lectura y a sus asiduas visitas culturales. Luego llegarían Carolina y Sergio, los ojos de su esperanza, para disfrutar como abuelo.

El pasado mes de enero de 2022 se ha cumplido el 50º aniversario de la creación de la revista Rocas y Minerales. Laureano ha resistido el tiempo justo para ver coronado su legado con el premio de tan larga y fructífera existencia. Si bien las alharacas no ha sido posible llevarlas a cabo por las circunstancias adversas que el destino ha impuesto para su celebración, pospuesta como homenaje a su fundador para el número 600 de la revista, que se editará este próximo verano.


La arquitectura de la despedida

La elección de la parroquia de San Juan de la Cruz para celebrar los funerales de Laureano Fueyo y su mujer María José Casado, obedece a su significación como templo que acogió la consagración de su casamiento hace más de medio siglo, el 28 de junio de 1968.

Los esponsales, siendo María José originaria de Guadalajara y Laureano de Palencia, fue sugerencia del padre de la novia, inspector de trabajo en la capital manchega, que viajaba con frecuencia a los Nuevos Ministerios, sede del Ministerio de Trabajo, y era asiduo de la parroquia. Pensó que no había mejor escenario religioso para que su hija contrajera matrimonio.

La iglesia es obra de los arquitectos Miguel Ángel García Lomas, Guillermo Diz y Mesa, José Gómez Mora y José María Rodríguez Cano, y fue levantada en el año 1942.

Se trata de un espacio rectangular de tres naves, con laterales cubiertos de madera, con coro y órgano en la planta superior, todo iluminado con luz natural por ventanales circulares de alabastro. En la planta baja, además del templo, con capacidad de 800 fieles sentados, se sitúan la sacristía y la capilla del Santísimo, con una capacidad de 50 fieles.

El frontis del altar mayor en el presbiterio está presidido por un enorme mural de más de 100 metros cuadrados, obra del afamado pintor boliviano Arturo Reque Meruvia, (Cochabamba, 1906-Madrid, 1969) con motivos de la vida de San Juan de la Cruz. Aunque de menor tamaño, la capilla del Santísimo tiene otro mural del mismo pintor, representando el sermón de la montaña.