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Actualidad

20 Agosto 2021

Lourdes Urbieta en la Cantera Amantegui hace 25 años

Lourdes UrbietaMáximo Riesgo | Tiene 27 años, es Ingeniero Técnico de Minas y se dedica a realizar voladuras en canteras. Se llama Lourdes Urbieta y esta es su historia

Es admirable por muchas cosas y admirada por muchas personas. Es una joven inteligente y discreta. Lo que más le emociona son las pequeñas cosas de la vida. Es una mujer nada peligrosa que ha hecho del peligro su oficio y su «hobby». No fuma ni bebe y casi ni come. Sigue estudiando después de la dura jornada. Hace unas rosquillas tan buenas que son la alegría mañanera de sus compañeros de cantera. Es espeluznante ver cómo carga, con sus flacos brazos, los sacos de 25 kilos de explosivo como si fueran de gomaespuma; y esgrime, igualmente, la navaja para cortar los sacos de explosivo y la mecha con la misma habilidad que un neurocirujano manejando el bisturí. Todo en ella es especial, pero lo más impresionante de María Lourdes Urbieta Lemos es, sin duda, observar cómo cierra lentamente sus ojos grandes, azules como el cielo que tiene por techo, cómo piensa en los 4000 kilos de explosivo que ha colocado a menos de 100 metros de distancia y cómo se corta, del puro nervio, el labio inferior con los incisivos mientras, clavada de hinojos, aprieta el detonador haciendo saltar por los aires media montaña. Este reportaje es algo más que la sencilla crónica de una voladura. Es una dedicatoria en clave de admiración hacia una persona extraordinaria. Es el testimonio de la vida profesional de una auténtica mujer «explosiva».

Primitivo Fajardo

Son cerca de las diez de la mañana de un viernes 17 de noviembre de 1995, un día frío, neblinoso y soleado en las norteñas tierras de Vizcaya. Buena hora casi para cualquier cosa, incluso para andar pegando brincos sobre un todoterreno camino del frente de cantera donde vamos a ser testigos de los trabajos de preparación de una voladura. Nuestro objetivo principal es entrevistar “in situ” a la única mujer del sector minero español –que sepamos– que realiza voladuras en canteras y que trabaja en esta explotación de Mañaria.

La subida desde la entrada hasta el frente es una suerte de improvisada montaña rusa gratuita en la que los abismos se abren en cada curva para recordar a los excursionistas su precaria condición de seres humanos. Mientras Adrián Amantegui, el propietario de la cantera, conduce con seguridad –dice él– el reluciente Tata saltando pedruscos como casas, con una leve sonrisa sospechosa reflejada en el espejo retrovisor, Marisa Fraile, la aguerrida aventurera que comercializa esta publicación en la zona centro, necrosa con saña mi brazo derecho en el asiento trasero, mientras permanece con la vista, y los ojos como platos, puesta en la siguiente curva.

LA SUBIDA DESDE LA ENTRADA HASTA EL FRENTE ES UNA SUERTE DE IMPROVISADA MONTA A RUSA GRATUITA EN LA QUE LOS ABISMOS SE ABREN EN CADA CURVA.

—No es para tanto –digo yo, rasgando el silencio sepulcral de la cabina.

—¡Virgencita, virgencita, que me quede como estoy! –responde el copiloto Juan Ángel Pérez, responsable de la publicidad de la revista en la zona norte, y que acaba de tener hace tres días su primer retoño, Ane.

—¡Jesusito de mi vida...! –reza Marisa, recordando lo que aprendió en su tierna infancia de colegio de monjas en Bilbao.

Con la amabilidad de la gente del norte y desde la templanza que lo otorgan sus 66 años de edad, la mayor parte vividos en la cantera, Adrián Amantegui tranquiliza al pelotón de intrépidos a los que está sirviendo de cicerone:

—La bajada es más espeluznante, pues.

—Pues yo bajo andando, por la gloria de mi madre –apostilla Marisa, moviendo los labios sin hablar con un deseo irrefrenable de tirarse del todoterreno, aunque sea por la ventanilla.

Subimos casi en vertical por el estrecho sendero pegado a la montaña. El lado del precipicio nos ofrece, abajo, miedo y una panorámica de lienzo magistral; mientras, arriba, se oyen los graznidos de una pareja de buitres que cruzan el picacho al que vamos. Tres curvas más, dos todoterrenos de la Guardia Civil y un suspiro profundo de nuestra directora de publicidad y llegamos a un repecho en la montaña donde culmina el camino.

Hay aparcada una perforadora y más allá un grupo de personas trabajando en el terreno, mientras una cargadora se retira con suma precaución.

—Ya hemos llegado. Allí está Lourdes Urbieta –nos indica con su innata amabilidad el propietario de la cantera denominada Markomin-Goika, más comúnmente conocida como Cantera Amantegui.

Bajamos del coche y mientras me dirijo hacia los trabajadores, bajo la atenta vigilancia de dos guardiaciviles armados hasta el paladar, vuelvo la cabeza y contemplo con sorpresa a mis dos compañeros que, al lado del todoterreno, están en plena genuflexión, dando gracias al cielo al modo papal después del aterrizaje.

Los preparativos de la operación

Tras las preceptivas presentaciones llego a un acuerdo con Lourdes por el cuál me convieerto en su incordiante rémora durante todo el proceso de la voladura. Está con su gente meneando sacos de un barreno a otro. Es menuda y se asemeja a una hormiga transportando cargas mayores que ella. Saca la navaja, sesga de un tajo el plástico y vierte el contenido en uno de los barrenos practicado al efecto. Ahora va a una zapatera y repite la operación. Entre una maraña de cables, detonadores y mechas da instrucciones, sugiere y susurra a los compañeros. Es tímida y se nota que la presencia de extraños le ha roto la concentración. Es puro nervio aunque parezca frágil. Le hago discretamente la ficha mientras la inmortalizo en plena faena. Nació el día de Santiago de 1968, vive con su familia en Alonsotegui, mide 1,65 metros de altura y le encanta el dulce.

—¿Cuánto pesas, Lourdes?
—Unos cincuenta kilos.
—Y tienes que mover el cincuenta por ciento de tu peso en explosivos, que es lo que pesan esos sacos...
—¡Hombre, esta empresa es una maravilla y tengo mucha ayuda...!
—¿Siempre utilizas el mismo equipo de personas?
—Normalmente, sí. Siempre te mandan gente para retacar o para mover los sacos... pero somos los tres artilleros y yo los que tocamos el explosivo. Estamos aquí todos los días, no es solo llegar el día de la voladura, cargar y disparar. Ahora después definimos la siguiente, marcamos los tiros y planificamos desde este momento los kilos, los barrenos, todo. El día de una voladura, como quien dice, ya se ha preparado la siguiente.
—Es decir, entre explosión y explosión tú planificas el avance de la obra...
—Con el tiempo, me gustaría. Ahora andamos al día. Vas planificando por semanas y dices esta semana volamos en tal sitio y en tal otro, porque las voladuras se piden con ocho días de antelación.
—Te refieres al explosivo...
—Sí, para hacer todo el trámite legal de la voladura. Tardo más en hacer eso que en cargar la voladura.
—¿Cuál es la función concreta del equipo de artilleros?
—Son artilleros y perforistas, controlan todos los barrenos, marcan la voladura y te dicen “este ha pillado arcilla o cueva, cuidado que este tiene fallo”. Ellos controlan la preparación de la voladura y saben lo que hay en el terreno.
—Y tú eres la jefa del equipo...
—Más o menos... Andamos ahí un poco todos coordinados.
—La labor de equipo te parece fundamental...
—Eso pretendo; además a la gente hay que darle su mérito. Yo puedo hacer los números y colocar el explosivo, pero el que tiene aquí mucha responsabilidad es el que perfora, porque como tenga un descuido o la máquina, por lo que sea, esté mal puesta, es él el que está ahí debajo de todas esas piedras. Tiene su mérito y yo les valoro mucho.
—Parece bastante arriesgado...
—Hay que estar nueve horas con la máquina y viendo lo que tienes encima
—En la cantera no hay ninguna otra mujer, ¿no has oído nunca la frase consabida, acompañada de esa mirada de recelo, diciendo “mujeres...”?
—Todos los días mil veces, pero son una gente genial; me miman mucho y me hacen la pelota. Me ha pasado en todas las canteras, porque en Guipúzcoa he estado en unas cuantas durante tres meses haciendo voladuras todos los días y en todas me han tratado maravillosamente. Tengo buen recuerdo de todos.
—Si, como dices, te cuidan tan bien, ¿a qué achacas tú que no haya más mujeres que se dediquen a este trabajo?
—Hay que echar para adelante. Yo soy súper tímida y cuando vine aquí la primera vez, me dije: “¡Ay, madre, dónde me he metido!”. Mis compañeros me miraban todos con una cara... Ahora reconocen que al principio les daba miedo hasta hablarme porque pensaban: “Si le decimos algo, esta mujer se rompe”, y andaban siempre advirtiéndome: “¡Cuidado, cuidado, no te vayas a caer!”. Pero, como digo, hay que tirar para adelante.

El explosivo y la seguridad

Los operarios, bajo las indicaciones puntuales de Lourdes, van abriendo cajas etiquetadas con toda clase de pegatinas de colores que advierten de la peligrosa carga que esconden en su interior. Ella empalma cables y conecta unos barrenos con otros con una naturalidad que parece que lo haya hecho toda la vida.

—¿Cuántas perforaciones se han hecho para esta voladura de hoy?

—Pues 20 verticales y 7 zapateras, a una media de 160 metros al día, porque eran perforaciones de 32 metros. Se han hecho en una semana con una máquina. La base principal de la voladura es la perforación y es una labor compleja. Ya puedes meter el explosivo como quieras, rea lizada, no hacemos nada.

—¿Qué tipo de explosivo es el que estás utilizando en esta voladura?

—Para carga de fondo, un tipo de explosivo gelatinoso normal, tipo dinamita, el Peruní 22, y también un explosivo hidrogel, el Powergel 900, y finalmente uno de tipo Anfo, el Amonex, que es el que se carga a granel en sacos; todo de Ibernobel.

—¿Y los detonadores de qué tipo son?

—Son eléctricos, de microrretardo. Y el cordón detonante es de 12 gramos. Son detonadores de 25 milisegundos. Cada uno lleva un microrretardo para que exploten de manera consecutiva con el fin de conseguir una mejor fragmentación y disminuir las vibraciones. Si se disparan todos a la vez, con el número 0, se produciría un precorte sacando piedras muy grandes. Al hacerlo así, con esa diferencia de 25 milisegundos, la roca se va moviendo según se produce la explosión.

El momento de la verdad

Mientras hablábamos, ella ha seguido trabajando bajo el fuego cruzado de las bromas que los otros compañeros le han lanzado. Ahora, han prendido fuego a las cajas y plásticos de Ibernobel que contenían los productos utilizados en esta voladura, bajo la atenta mirada de la pareja de la Guardia Civil. Estamos ya al lado de la perforadora Atlas Copco Roc 830 HC-3. Lourdes realiza las últimas conexiones de la mecha antes de provocar a la explosión. Uno de los dos artilleros que permanecen a su lado saca una antigua trompetilla de las que usaban los pregoneros y en la orilla del acantilado, mirando al valle con una sobredosis de solemnidad, toca una serie breve e intermitente de pitidos que repite tres veces.

LOURDES APRIETA SIMULTÁNEAMENTE LOS BOTONES AZUL Y ROJO. LA TIERRA TIEMBLA Y UNA PARTE DE LA MONTA A SE DERRUMBA DEJANDO UN BOQUETE DE CONSIDERABLES DIMENSIONES.

—¿Se supone que después del toque de la trompeta la gente está avisada y ya se puede proceder al disparo?

—Los compañeros de la cantera ya lo saben; más que nada es para avisar a la zona cercana, ya que antes hemos oído tiros de cazadores.

—Observo que lo tocas todo con las manos, no llevas protección. ¿No usas nunca guantes?

—Me gusta hacerlo así. Ya sabes... gato con guantes no caza.

La suerte está echada. Nos situamos detrás de la perforadora para prevenir impactos no controlados, Lourdes clava la rodilla derecha en la arena, coloca el explosor de condensador en el suelo, estira los brazos sobre el aparato, despliega sus pulgares desnudos sobre los dos botones, azul y rojo, cierra lentamente los ojos y con un rictus mezcla de emoción y tensión presiona con todas sus fuerzas.

Esto es un terremoto. La tierra tiembla moviendo la perforadora y un sonido atronador recorre el valle. El temblor cesa en unos segundos pero el ruido es cada vez más ensordecedor. Algunas piedras comienzan a caer indiscriminadamente desde la pared que tenemos al lado. Nos refugiamos por un momento bajo la perforadora, por si acaso. Cuando ha pasado el peligro, Lourdes sale disparada como un resorte hacia la zona de la explosión. La sigo con precaución, el material sigue cayendo por el lateral del boquete abierto hacia la parte inferior de la cantera y el ruido es todavía mayor.

Noto una emoción nerviosa en ella, que yo tampoco puedo disimular. No es miedo pero es difícil de describir. Acabamos situándonos al borde del precipicio, donde ya se acercan como buitres las excavadoras para acarrear la caliza y la ofita desprendida con la explosión. La autora del trabajo se halla como ausente, tocándose nerviosamente el pendiente izquierdo, a la vez que mira cómo las piedras siguen cayendo.

—¡Mira! –me dice–. Este frente se empezó hace dos años y en el último le hemos metido un meneo increíble. Con menudencias de 4000 kilos, ya ves, unas 40000 toneladas de material, y eso que no estaba en buena posición y no te puedes arriesgar a aumentar mucho la cuadrícula; entonces te cierras un poquito y dices “bueno, menos piedra pero que caiga abajo”.

—¿Qué sientes en este momento?

—Al principio, siempre estaba nerviosa y pensaba que con el tiempo ya se me iría pasando, pero qué va, al revés, cada vez tengo más nervios.

—¿El corte del labio es debido a estos momentos de tensión?

—No, es del frío que paso aquí; el frío y el viento, aparte que también me muerdo el labio, las uñas y lo que pillo.

—Ahora, ¿que vas a hacer, revisar que todo ha transcurrido como habías previsto?

—Más que nada comprobar el corte y ver si queda alguna zona que no haya arrancado bien, o cualquier otra anomalía.

—¿Te ha ocurrido alguna vez que apareciera algo fuera de lo normal?

—Ahí detrás tenemos una cueva. Son cavidades que se forman. ¡Mira, mira cómo cae! Eso es lo que hay que controlar ahora, que esté saneado y que no se meta nadie debajo o quitar alguna piedra suelta. Ya empiezan las excavadoras a comerse el resultado de la voladura.

—¿Has llorado alguna vez de emoción en una voladura como esta?

—No. Soy muy dura. He llorado por otras cosas en alguna voladura. El último día de mi primer contrato, por ejemplo. Eran seis meses y lo tenía claro. Sabía que se acababa... Yo pensaba... ya no veo una voladura más en mi vida. Lo veía bastante difícil. Esto fue el día 3 de diciembre de hace dos años.

—Con la Navidad encima...

—Más que la Navidad, era el día de Santa Bárbara. No se me olvidará nunca. Y al día siguiente me daban el título de Ingeniero Técnico de Minas. Lloré, ya lo creo que lloré.

—¿Cuántas voladuras has hecho en tu corta experiencia?

—Bastantes. Siempre me ha gustado mucho. Yo ya lo tenía claro en la carrera. Me dijeron que era lo más complicado para una mujer, pero me animé y ya llevo un montón. Este año habré volado unos 150000 kilos de explosivo.

EMPALMA CABLES Y CONECTA UNOS BARRENOS CON OTROS CON UNA NATURALIDAD QUE PARECE QUE LO HAYA HECHO TODA LA VIDA.

Vocación en las venas

Han pasado veinte minutos de la explosión y aún sigue cayendo tierra; son los estertores testigo de la “movida” que allí ha ocurrido.

—Después de esto, ¿hay algo que realmente te emocione?

—Cualquier cosa. Todo. Especialmente las cosas más sencillas.

—Y tu familia, ¿qué opina de esta actividad nada común, y menos para una mujer?

—Ya lo ven normal, aunque nunca les he dejado que vean una voladura.

—¿Hay antecedentes mineros en tu familia?

—Sí, mi abuelo trabajó en una cantera por horas. Yo he nacido a doscientos metros de una cantera. Mi madre siempre me ha dicho que yo comía muy bien el día que había voladura; cuando veía todo el jaleo me sacaba a la calle y comía, porque soy muy mala comiendo. Además tengo dos tíos con silicosis de trabajar en mina de interior, aquí en Vizcaya, en minería de hierro.

—El día que te eches un novio, ¿a qué le vas a decir que te dedicas?

—Por eso no encuentro, aunque están en ello todos los artilleros. De aquí salgo con novio, seguro...

—¿En qué escuela técnica has estudiado? ¿En Bilbao?

—No, en Baracaldo. Yo tengo la especialidad de Explotación de Minas. Luego hay dos ramas más, la de Metalurgia y la de Combustibles.

—Se ve que estás orgullosa de haber hecho esta especialidad, ¿te imaginabas que acabarías realizando este trabajo? ¿tenías esta inquietud por las voladuras?

—Sí, aunque lo veía bastante difícil. Para empezar no había muchas chicas, estábamos una media docenita; ahora ya han cambiado las cosas y hay más. Luego en la especialidad, yo sola, llegué al último año sola y me licencié sola; siempre he estado sola. Y luego, de por sí, no hay mucha salida. También me desanimaban bastante; lo que pasa es que soy muy cabezota.

—¿Quién te desanimaba?

—Empezando por los profesores, que más que nada lo que querían decirme es que no fuera tan ciega, que no hay mucho porvenir, que digamos, en el tema de canteras, donde una mujer choca bastante. Un profesor me dijo la primera vez que me vio: “¡Coño, una mujer, pero tú no vas a encontrar trabajo!”. Y luego, la imagen que doy debe ser muy patética porque les causo a todos una pena...

—Y entonces... ¿cómo accediste a esta cantera?

—Yo estaba en el último año de carrera. Con tres compañeros más debía hacer un proyecto fin de carrera. Vi el panorama y me dije: “Aquí, como no haga algo, no encuentro trabajo ni loca”. Pensé que una forma de empezar podía ser el proyecto fin de carrera y cuando estaba haciendo los exámenes finales empecé a mandar cartas a todas las canteras de Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y a alguna fuera del País Vasco, aunque me centré aquí porque sabía que haciendo un proyecto no me iban a pagar y tendría que desplazarme y tener unos gastos...

—¿Y qué decías en esas cartas?

—Que me ponía a disposición y que quería aprender y ver cómo funcionan las cosas... Que de libros sabía mucho, pero de obra, nada. Quería que me dejaran por lo menos husmear un poco. Al propietario de esta cantera [Adrián Amantegui] le sorprendió mucho y le pudo la curiosidad. Me llamó y me dijo: “¡Oye, pues ven un día!”.

Una mujer «explosiva»

—¿En los dos años y medio que llevas en este tema, ¿has tenido algún percance importante?

—¡Buenooo...! ¡No te digo que soy muy famosa! He tenido uno: desde la cantera de ahí enfrente mandé las piedras a esta cantera. Pero me vino bien como experiencia. Nunca me fiaré de una perforación que no haya visto antes.

—¿La perforación estaba mal hecha?

—No, pero en un año el frente se había deteriorado bastante. Supongo que mi jefe cuando vio que las piedras saltaban la carretera pensó: “Esta chica mira bien por mi empresa”.

—¡Qué mujer más “explosiva”, diría!

—Sí, sobre todo porque le rompí una hormigonera. A base de tortazos también se aprende.

—¿Y otros percances menores...?

—Eso está a la orden del día, que llegues a comprobar, no te dé positivo y haya que repasarlo todo de nuevo. Hace tres semanas hacía un día de viento fuerte y empezaron a caer piedras, estaba todo conectado y se cortaron los cables. Tuvimos que repasar uno por uno.

—¿Puede haber una desconexión de la mecha en el interior de la perforación?

—No, porque la conexión es toda en superficie y la mecha solo se puede cortar con el roce de las cañas con las que se empuja y manipula el explosivo; pero esto ocurre alguna vez en las zapateras, en perforación horizontal; si el explosivo no está en contacto, no explota.

—¿Y cómo te das cuenta de que no ha explotado uno de los barrenos previstos?

—Porque cuando van con la pala te dicen: “Oye, que aquí salen cartuchos”. También nos ha pasado, al lado de la carretera, con una voladura de las que andas temblando, con 400 detonadores. Tiramos la voladura y no saltaron todos; se quedaron 50 sin explotar. Nos armamos de valor y conectamos de nuevo los 50. Había que hacerlo, no hay vuelta de hoja; si sale mal hay que arreglarlo. Y luego alguna vez, ante la duda, no he conectado un barreno. En el fondo soy miedosa.

Eso dice ella, pero no me lo creo. No es miedo, es precaución. Confiesa que hoy por hoy solo piensa en la voladura, pero sabe que la condición física es importante y algún día lo tendrá que dejar.

Sin ocultar mi admiración, doy por zanjada esta fructífera entrevista cuando ya los compañeros de Lourdes nos reclaman para regresar hacia la base de la cantera. Me dan a elegir dos medios de transporte: el tranvía de San Fernando o un viejo Willys-Viasa de ballestas cuya rueda más nueva debió ser recauchutada la última vez por las tropas americanas desplazadas hace 30 años en Saigón. Escojo esta última y emocionante vía, y así somos seis, con lo que el Willys parece un autobús de línea en hora punta.

Ahora me vienen a la mente las palabras del sabio Adrián Amantegui. Efectivamente, la subida había sido un paseo por las nubes comparado con el “rafting” sobre tierra que nos facilita uno de los artilleros a los mandos del Willys.

Afortunadamente para ellos, mis dos compañeros de aventuras editoriales desertaron a pie mucho tiempo antes.

Con los últimos brincos del vehículo pienso que es el final de esta breve pero inquietante aventura, que estoy deseando plasmar en papel. Nadie que se cruce con Lourdes Urbieta por la calle puede imaginarse, ni por acierto, cuál es su actividad. Y tampoco se lo creerían. Pero es verdad, y hay que estar allí para dar fe de que, solamente apretando un botón, esta mujer es capaz de mover montañas.