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Actualidad

01 Septiembre 2020

Una demolición rapidita. Esteban Langa Fuentes

Esteban Langa

Cuando Julio llegó a la obra, muy temprano, se encontró con la demolición prácticamente liquidada. Habían comenzado el trabajo hacía solamente un par de días y las cosas se habían dado bastante bien; mucho mejor de lo previsto.

El encargado, Jorge, le informó de cómo había ido el trabajo.

—¡Coño, Jorge! –se dirigió al encargado– ¿Pero... ya te lo has despachado en dos días?
—Sin problema, don Julio. Era una demolición sencilla. Cuatro casuchas de ladrillo medio arruinadas de una planta y una de hormigón de dos pisos, pero pequeña. Todo con el cazo. Solo he puesto la cizalla para la de hormigón. Poca cosa.

El equipo de demolición, una retroexcavadora, había sustituido la pinza de demolición por el cazo, y había comenzado a cargar el escombro en los camiones, unas bañeras, para despacharlo al vertedero. Como mucho, y si todo iba bien, aquella obra estaría liquidada al día siguiente.

—¡Coño! –se dijo Julio–. Una en la que no hay problemas. Mira tú que bien.

Aquel proyecto formaba parte de la rehabilitación de un barrio donde los recursos presentados por los propietarios contra las expropiaciones forzosas y órdenes de demolición por ruina inminente conseguían ralentizar el proceso.

Como tantas otras en la misma zona, aquella demolición se la había adjudicado a la empresa de Julio el ayuntamiento. La forma de actuación era la de ejecución sustitutoria por ruina inminente. En esta forma, los ayuntamientos se encargan de hacer las demoliciones y tras ello pasan la factura a los propietarios, con precios notablemente más elevados que los que estos obtendrían con una gestión directa.

Conocía la mecánica. Una llamada telefónica desde el ayuntamiento indicándole el lugar de la actuación y Julio se ponía en marcha lanzando a la faena a sus chicos y sus máquinas, con su fiel Jorge al frente. Se trataba de actuar con rapidez para evitar el riesgo de entrada de okupas. Los trámites burocráticos, los papeles, los contratos, se hacían después.

Julio, feliz al ver que el trabajo iba viento en popa, se dirigió sonriente a aquel bar para desayunar. El viejo local se encontraba justo delante de las pequeñas casas que acababan de demoler sus muchachos. Le habían dicho que en aquel humilde establecimiento del viejo barrio los churros eran excelentes. Aquel día hacía frío y sobre la cafetera lucía una bandeja colmada de churros y algunas porras.

EL VIEJO LOCAL SE ENCONTRABA JUSTO DELANTE DE LAS PEQUEÑAS CASAS QUE ACABABAN DE DEMOLER LOS MUCHACHOS DE JULIO. LE HABÍAN DICHO QUE EN AQUEL HUMILDE ESTABLECIMIENTO DEL VIEJO BARRIO LOS CHURROS ERAN EXCELENTES. AQUEL DÍA HACÍA FRÍO Y SOBRE LA CAFETERA LUCÍA UNA BANDEJA

—Buenos días. ¿Qué va a ser?
—Uno con leche en taza, bien caliente y unos churritos.

El dueño del bar se puso a la faena, mientras Julio esperaba impaciente con sus glándulas salivares estimuladas por el olor de los churros. En esas estaba cuando la puerta dio paso a otro paisano que se desenvolvía con gran familiaridad.

—Hola Paco, ¿cómo llevas la mañana?
—Aquí, como siempre, madrugando y al pie del cañón. ¿Qué te pongo, lo de siempre?
—Lo de siempre, sí. Pero, oye, he visto que han demolido lo de Luis. ¿Llegó al final a algún acuerdo con el ayuntamiento?
—Pues no lo sé, pero es muy extraño porque ayer estuvo aquí tomando café. Su casa no está declarada en estado de ruina y no la pueden tocar.
—Sí, pero mira, ahí lo tienes, está demolida, y era la más grande. Habrá llegado a un acuerdo.
—¿En un día? ¿De ayer a hoy...? Se me hace raro.

Julio reaccionó de inmediato y pensó:

—¡Hostias, hostias, hostias! –Lo pensó tres veces y se dirigió hacia los que charlaban.
—Perdón, ¿ese Luis del que hablan ustedes tenía alguna casa ahí enfrente?
—Sí señor. Se la quería demoler el ayuntamiento, pero por lo visto no podían hacerlo porque no estaba en ruina. Quiere que el ayuntamiento se la compre como está, o demolerla él y construir o vender el solar, pero por lo que se ve se la han cargado ayer.
—¿Y ustedes conocen al dueño, a este tal Luis?

El del bar asumió el protagonismo.

—Claro que sí. Era parroquiano. Bueno, ahora viene menos, pero yo le conozco de toda la vida. Antes vivía ahí, en la casa que se han cepillao. Luego la cerró y se fue del barrio, pero viene de vez en cuando por aquí. ¡Unos pocos churros lleva comidos en mi casa!
—¡Oiga! ¿Y... no tendrá usted su teléfono por casualidad?
—Sí, sí lo tengo, y además le tengo que llamar luego para ver qué es lo que ha pasado.
—Hombre, si no le importa y me da su teléfono, le llamo yo ahora mismo desde aquí. Es que querría hablar con él –dijo señalando al teléfono en el extremo de la barra– y luego se lo paso.
—Vale, mire, se llama Luis Gómez. Aquí tiene usted apuntado su número –y le largó el número anotado en una servilleta.

Tras varios tonos, Julio escuchó un “dígame” al otro lado de la línea.

—¿Don Luis Gómez?
—Sí, dígame.
—Verá, mi nombre es Julio, Julio Moret; es que me han comentado que usted tiene una casa que el Ayuntamiento quiere demoler y...
—Sí, ya, pero no pueden porque no está en estado de ruina y no estoy dispuesto a soportar un atraco. Si les interesa, que me la paguen. Si no es así, la demuelo yo y veré qué coño hago con el solar. O construyo o se lo vendo a ellos o a cualquiera que me pague lo que vale.
—¿Entonces, usted piensa demolerla de todas formas, pero por su cuenta, no?
—Claro, pero a un precio lógico, no a lo que a estos tipos les parezca bien cobrarme. ¡Y que se libren de tocar un ladrillo de ella!
—Oiga, es que yo tengo una empresa y me dedico a las demoliciones. Yo puedo hacerle el derribo si usted quiere.
—Bueno, eso dependería del precio.
—Oiga, ¿y si se la demuelo gratis?

Entre risas, Luis le respondió:

—¡Coño, si fuera así, ya le decía yo que adelante. Podría usted empezar mañana mismo!
—Vale, vale. Pues, nada de mañana. Ya la tiene usted demolida. Le paso a Paco, el del bar de enfrente que usted conoce para que le confirme que el escombro ya va camino del vertedero. Un saludo.

Cuando Julio llegó a este punto de su historia, todos los que estábamos comiendo alrededor de la mesa en aquel congreso de empresas de demolición, celebramos divertidos la anécdota, aunque muchos habíamos tenido alguna vivencia similar, no resuelta con tanta perspicacia y fortuna como lo había hecho él en este caso.

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas


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