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Actualidad

01 Febrero 2024

Voladuras submarinas en Almería (y 4). Esteban Langa Fuentes

Esteban Langa

Carlos Pozuelo fue a su hotel. Estaba en la Puerta Purchena, la zona de la ciudad más alejada de la costa. Allí conocían su trabajo y le esperaban impacientes en la seguridad de que podría explicar la causa de aquel terremoto que había aterrorizado a los huéspedes, propietarios y personal de servicio.

“Zapatones” se dirigió al suyo, con el mismo resultado. Juan Osborne y los suyos recibieron en sus respectivos domicilios las mismas felicitaciones. Santiago y yo nos fuimos al nuestro, el Gran Hotel Almería, el más cercano a la zona de voladura. Allí se habían caído las botellas de las estanterías del bar con la dichosa voladura y en recepción nos esperaba aquello de:

—Han llamado de su oficina de Madrid. Que llame usted urgentemente.

Llamé. Parece ser que les había llegado la noticia a través de la radio de que en la ciudad de Almería se había producido un terremoto y, sin más, nuestro jefe había dado por sentado que éramos nosotros los promotores del evento.

Estaba seguro de que estábamos capacitados para eso y para cosas más gordas. Confiaba plenamente en nuestra peligrosidad. Le informé detalladamente de la movida y como es natural en estas ocasiones, cuando las cosas pintaban feas, nos dejó solos ante el peligro.

A la mañana siguiente intentamos avanzar en la investigación del porqué del fenómeno a instancias de Director Provincial de Industria de Almería. Este era el responsable por parte de la Administración de haber concedido la autorización para hacer esas voladuras de acuerdo con el proyecto que se le había presentado. Estaba aterrorizado pensando en las consecuencias que podrían derivarse para él de aquel follón, después de las voladuras para la hinca de pilotes.

De momento, consideró rescindida la autorización, por lo que las cargas regresaron al polvorín por el mismo camino que habían llegado, mientras Carlos Pozuelo repetía:

—¡Joder, joder! Ya decía yo que había que probarlas antes, Que con estas cosas nunca se sabe. Casi me forran en el hotel... Es mejor marcharse de aquí.

—No, Carlos. Hay que saber qué ha pasado y ver cómo se puede continuar la obra. No podemos abandonar.

Yo no tenía ni idea de que en Almería existía una estación sismológica, que se encontraba, al igual que el hotel de Carlos Pozuelo, en la Puerta Purchena. Alguien nos indicó que podríamos ir hasta allá para ver sus registros. Por ellos pudimos comprobar el pánico que deberían haber sufrido los vecinos del lugar. El registro de la vibración producida por la voladura había superado en algunos puntos el ancho de banda del papel. Las circunstancias que impidieron que aquello diera lugar a un desastre fueron que la frecuencia de vibración producida era más alta que la de un terremoto y la duración de la vibración mucho más corta, frente a un fenómeno natural.

PARECE SER QUE LES HABÍA LLEGADO LA NOTICIA A TRAVÉS DE LA RADIO DE QUE EN LA CIUDAD DE ALMERÍA SE HABÍA PRODUCIDO UN TERREMOTO Y, SIN MÁS, NUESTRO JEFE HABÍA DADO POR SENTADO QUE ÉRAMOS NOSOTROS LOS PROMOTORES DEL EVENTO.

Para intentar continuar los trabajos, levantando la prohibición de uso de explosivos decretada por Paco Pérez, le propusimos comentar el asunto, intercambiar opiniones y extraer conclusiones en una comida en el Club de Mar de Almería, lugar de “alto nivel”, donde acostumbran a lucirse las fuerzas vivas de la ciudad, siempre y cuando pague un forastero que los invite, claro.

Esta actitud era especialmente típica de la Administración. En principio no era molesto el que comieran bien, pagara otro y encima cobraran dietas, pero sacaba de quicio el que todos fueran saludos, halagos y parabienes por parte del personal del restaurante hacia el invitado, al que recomendaban qué comer, con sus ofertas:

—D. Francisco: tenemos la gamba fresca que a Vd. le gusta.

—Tenemos, don Francisco, unas angulas extraordinarias.

Sólo les faltaba decir que eran de pincho, y, naturalmente, fuera de carta y precio astronómico. El maître de aquel lugar era un maestro. El invitado se dejaba aconsejar.

—¡Ponnos, Mariano, ponnos!, que lo prueben estos señores –decía el gorrón, como si encima tuviéramos que agradecer que nos permitiera probar aquellos manjares, por lo que además de pagar la exagerada cuenta debíamos estar agradecidos.

Cansado de aquello, un día llegué el primero al restaurante. Había reservado. Salió a recibirme el “jeta” del maître y, como si no me conociera, me preguntó si tenía mesa reservada.

Le dije que sí y le pregunté si me conocía, pues en ese caso no necesitaba mi nombre. Cuando, estirado, me dijo pomposamente que no tenía el gusto de conocerme, con la delicadeza que me caracteriza le espeté:

—Pues, mira, bonito, yo soy don Esteban y soy el que paga las cuentas de lo que se jaman don Francisco y otros gorrones a los que invito a comer en este restaurante y con lo que tú vives. Desde ya, cuando entre aquí, me vas a saludar con un cariñoso “buenos días, don Esteban” y me vas a preguntar qué hostias quiero tomar y voy a ser al primero al que le vas a dar la carta. O no vuelvo a pisar este lugar. ¿Has comprendido mis inquietudes?

Oye, joder, si lo había entendido. A la primera. No, si tonto no era.

Santiago y Carlos y “Zapatones” llegaron después. Les conté lo ocurrido y les pareció apropiado y simpático. Comprobaron el efecto del chorreo por la poca atención que les dedicó a ellos, tanto el maître aquél como los camareros, a los que debió advertir de la mala leche que tenía el del bigote, que era yo.

Apareció Paco. Le noté un poco sorprendido porque ya no se deshacían en halagos hacia él. En cambio a mí... Que don Esteban por aquí, que don Esteban por allá, que qué le apetece tomar a don Esteban. Joder, qué baño de protagonismo me di. Todavía me dura el regustillo.

Como en todas las situaciones desagradables, empezamos a hablar de idioteces antes de entrar en materia. Paco tenía la mano derecha deformada y con múltiples cicatrices y no recuerdo cómo llegamos a hablar de ello. Carlos, por hablar de algo, le preguntó circunspecto, educado y respetuoso con la autoridad:

—Perdone, don Francisco, pero observo su dañada mano y me pregunto qué pudo ocurrirle –dijo, mostrando un interés en el que se le notaba claramente el peloteo.

¿En una cacería a cuchillo con feroces fieras? ¿Tal vez en una lucha cuerpo acuerpo con algún “malandro” para salvar el mundo? ¿Qué noble acción había provocado aquellos daños en aquella noble mano?

Carlos le estaba dando la oportunidad de marcarse una aventura, pero el otro, con cierto asomo de tristeza en sus ojos, manifestó:

—¡Ay, Carlos! Todo el mundo mira a los ositos como unos animales cariñosos, ya sabe Vd., los peluches... pero no, no es así, son unos animales terribles... Este destrozo me lo hizo un oso.

—¡Coño, don Francisco, ¿y eso cómo fue? ¿Cómo yo dije? ¿En lucha a cuchillo en plena naturaleza salvaje?

—No, Carlos. Fue en un zoológico, cuando metí la mano en la jaula del oso para darle un trozo de bocadillo. Me metió un zarpazo y un mordisco que casi me la arranca.

—¡Caramba! –dijo Carlos.

Buenom verdaderamente dijo:

—¡Hostias! Sería Vd. muy pequeño, ¿no?

—No, Carlos. Tenía 28 años –dijo Paco.

Carlos giró la cabeza hacia mí y se le escapó:

—¡Joder, este tío es gilipollas!

Paco oyó sólo el murmullo y no se enteró de la exclamación. Rápidamente, Carlos siguió llevándole la corriente, cargando toda la responsabilidad del mordisco y el zarpazo al oso. Era normal compartir el bocadillo con los osos en los zoo lógicos con 28 añitos, dándoles de comer en la mano. El oso era malo y desagradecido.

Se dijeron más tonterías. Pedimos la comanda bajo mi dirección.

—Bien, don Esteban, muy buena elección –decía todo el tiempo el maître.

Hubiera dicho lo mismo aunque hubiera pedido unos huevos fritos. Luego le premié con una sustanciosa propina. Desde entonces fue mi pelota personal.

Comimos hablando de cuestiones de poca monta, terminamos, pedimos unas copas y empezamos a hablar de qué hacer en cuanto a continuar los trabajos.

DESDE YA, CUANDO ENTRE AQUÍ, ME VAS A SALUDAR CON UN CARIÑOSO «BUENOS DÍAS, DON ESTEBAN» Y ME VAS A PREGUNTAR QUÉ HOSTIAS QUIERO TOMAR, Y VOY A SER AL PRIMERO AL QUE LE VAS A DAR LA CARTA. O NO VUELVO A PISAR ESTE LUGAR. ¿HAS COMPRENDIDO MIS INQUIETUDES?

Paco tenía la costumbre de toquetear y estirarse los cordones de los zapatos cuando estaba nervioso, cruzando una pierna sobre otra. Mantendría la paralización de las voladuras y, mientras, se planteaba un nuevo proyecto, tras consultar la situación con el Instituto Geológico y Minero. Sólo quería tiempo para no definirse.

Sacó una libreta y, mientras hablábamos, estiraba sus cordones, intercalando preguntas en la conversación.

—Por cierto, Santiago, tus apellidos son Plaza López, ¿verdad? –seguíamos hablando y de nuevo-

—Oye, Esteban, ¿cuál es tu segundo apellido? Es Fuentes, ¿no? –y el tipo iba apuntando en la libreta. Y seguía.

—¿Y dónde está vuestra oficina en Madrid, Esteban? Y anotaba.

Salimos. Yo retomaría el tema. Iría a Madrid y mantendría una reunión con el Instituto... Al separarnos, Carlos, más viejo y por lo tanto más sabio, advirtió:

—Aquí se ha acabado la fiesta, nunca tendremos la autorización. Este tío es un “cobarde” y con los cobardes no se puede ir ni a “apañar duros” y las anotaciones eran para disponer de nuestros datos para chivarlos en algún lugar.

Estaba en lo cierto. Lo supimos cuando nos entrevistamos con la propiedad, con el otro Francisco Pérez Manzuco, el guapo, al que el padre se le había caído de la cama con la voladura.

Íbamos a contarles las conclusiones a las que habíamos llegado en la comida con Paco Pérez Sánchez, cuando nos adelantó lo acaecido con él.

No le caía simpático. Se había cruzado con él a la puerta del juzgado de Almería. Al parecer se le requería por las denuncias interpuestas por varios ciudadanos por la dichosa voladura.

En tono agrio, Paco Pérez Sánchez le había reprochado a Paco Pérez Manzuco con algo parecido a:

—Mira, Paco, cómo me encuentro por tu culpa, por haber dado la autorización de las voladuras me ha llamado el juez...

A lo que Manzuco podría haber respondido algo como:

—Por Dios, Paco, no te preocupes, mi empresa está a tu lado. Cuenta con nuestra asesoría jurídica. Lo que haga falta, Paco. Ahora mismo me pongo en marcha.

Pero no lo hizo así. Le respondió con algo parecido a:

—Pues te jodes, que para eso te pagan. Ya es hora de que te hagan responsable de algo –y le abandonó a su suerte.

Supimos más tarde por informadores locales que nuestro Carlos Pozuelo tenía razón y el cobarde, al ser llamado por el juez, planteó su total irresponsabilidad en el tema, tratando de dar a su señoría todos los datos, nombres y apellidos de los que él estimaba responsables, que éramos nosotros, habiéndome colocado a mí como la estrella.

Pero su señoría no lo tuvo en cuenta. No le gustó el comportamiento del acusica y le procesó a él solito, corroborando la máxima de un elevado porcentaje de hombres (y mujeres) leguleyos que aseguran que los jueces buscan un responsable y no al responsable. En ese caso, además, creo que “su señoría” tenía alguna cuenta pendiente con aquel asustado funcionario y le metió el cuerno.

Yo regresé a Madrid y me entrevisté en el Instituto Geológico y Minero con el que debería saber de estas cosas.

Era un antiguo Director Provincial de Ávila que antes de ser funcionario había trabajado en Agromán. Se llamada Emilio Hidalgo y además era amigo. Cuando le expuse lo ocurrido, negó la mayor con una aseveración científica definitiva. Con dos cojones:

—Esa cantidad de explosivo no contiene la energía suficiente para provocar un evento de tal magnitud.

Punto. O sea, que lo que habíamos vivido no había ocurrido. Yo tenía que dejar urgentemente la bebida. Le expuse mi teoría. En síntesis era que el jet de la carga había producido un pulso de presión en el agua existente bajo los conglomerados, en un nivel freático que se extiende bajo una parte importante de Almería.

Esa presión ejerció una fuerza importante sobre ese estrato. El efecto era el de una prensa. El jet representaba una fuerza de gran magnitud ejercida sobre una superficie muy pequeña dando lugar a una presión en el agua confinada y en consecuencia sobre todo el estrato de apoyo de gran superficie, dando lugar a una fuerza capaz de producir el efecto que vivimos.

No se trasmitió una vibración producida por la voladura, sino un pulso de presión en ese freático.

La distinta forma de aplicación del explosivo justificaba que en las voladuras de hinca anteriores el fenómeno, con cargas mucho más elevadas no hubiera producido esos espantosos efectos.

CARLOS POZUELO TENÍA RAZÓN Y EL COBARDE, AL SER LLAMADO POR EL JUEZ, PLANTEÓ SU TOTAL IRRESPONSABILIDAD EN EL TEMA, TRATANDO DE DAR A SU SEÑORÍA LOS DATOS, NOMBRES Y APELLIDOS DE LOS QUE ÉL ESTIMABA RESPONSABLES, QUE ÉRAMOS NOSOTROS, Y YO LA ESTRELLA.

Al cabo de los años, Emilio reconoció que mi teoría era correcta, pero entonces no quería reconocerlo, dado que ni siquiera aceptaba los hechos, así que mientras se iba informando por otros derroteros y elucubraba sobre los motivos del evento, con la inconsciencia e ilusión propias de la juventud y con un plan de pruebas debajo del brazo, me dirigí a Almería por mi cuenta, a entrevistarme con el “procesado” Paco para convencerle y continuar las pruebas.

De su recibimiento sólo me quedaron claras, como conclusión, sus últimas palabras cuando salía de su despacho:

—...Y si quieres hacer pruebas con cargas de este tipo, te vas al Ferrol del Caudillo, coño!

Luego, tras cerrar la puerta, oí unas palabras lejanas, algo así como:

—¡Anda, y marcharos todos a tomar por culo!

¿Qué querría decir con aquello?

No le hice caso. No fui al Ferrol porque está lejos de cojones y además igual se podía liar allí también alguna parecida, y yo con la de Almería había tenido bastante... Y creo que todos los demás también. Nadie nos echaría de menos. Tampoco me pareció bien lo del culo. No lo tenía yo para ruidos en aquél momento. Conté de nuevo con el apoyo de mi mujer.

—Casi nos matan, mujer mía –dije yo.

—Naturalmente, es que ya van dos y es para mataros –dijo ella.

Y esperamos mejores tiempos, que los hubo y volvimos a hacer “cosas” en aquellas tierras

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas


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