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Actualidad

20 Marzo 2019

Gómez Canales, el hombre que le dio vida a las piedras

Francisco Gómez CanalesMaestro en el viejo y noble oficio de la cantería

Primitivo Fajardo

Bien puede decirse que Francisco Gómez Canales, el «maestro Canales», tiene ese aspecto tímido y discreto, como de genio despistado, que aparentan los científicos que andan con la mollera en constante ebullición. Es uno de los pocos canteros que queda a la antigua usanza, un mago con poderes para despertar de su letargo mineral a las piedras, capaz de arrancarle a la tierra sus mejores perlas líticas y de medirse por igual con la madera, el barro, la piedra y el metal. Lo mismo escala un altísimo andamio de obra para pintar una gárgola que usa la forja para fundir sus propias herramientas. Igual da vida a una virgen esculpiendo un monolito que restaura una cúpula catedralicia con sus propias manos. Canales es capaz de todo, incluso de salvar de la ruina un monasterio abandonado de mil años de antigüedad, aunque para ello tenga que empeñar un cuarto de siglo de su vida. Esto es lo que hizo en Aguilar de Campoo (Palencia) hace cuatro décadas, su mayor obra: la restauración del monasterio de Santa María la Real, del siglo IX, que llevaba ciento cincuenta años derribado. El maestro Canales, que ya está retirado del oficio por imperativos de la edad, a lo largo de su dilatada carrera ha hecho magia con las piedras y otros materiales buscando sacarles toda su belleza. Ha sido cantero, sí, pero también ebanista, escultor, vidriero, pintor, herrero, albañil, agricultor... Estudió filosofía y teología en el seminario y aprendió enfermería. Se frustró su aspiración a estudiar medicina, pero se licenció en magisterio y emprendió estudios de arquitectura y luego de geografía e historia en la Uned –que no llegó a concluir–. Apreciable ha sido su inclinación a la arqueología y la geología, y notable su aportación a la escritura y la poesía, que ha ejercido con tanto éxito como sus obras talladas en piedra. Docente y conferenciante, toda su ciencia, que es un compendio de talento, sapiencia y experiencia, la aplicó en obras de restauración de joyas arquitectónicas del barroco y en proyectos importantes en muchas ciudades españolas, y la extendió como una bendición por todo el territorio nacional con su invento de las «Escuelas-Taller», que potenció la formación profesional procurando un oficio y un futuro a infinidad de jóvenes. Esta es la breve historia de un artista, uno de los grandes hechiceros de la piedra, uno de los últimos maestros de cantería.

Aproximarse, siquiera mínimamente, a la ingente obra artística del maestro de cantería Francisco Gómez Canales, y dar cuenta de su larga vida y extensa producción, requiere mucha paciencia y conocimientos. Los acumulados por la suerte de haberle tratado personalmente desde hace años y los prestados por quienes me han orientado en esta compleja tarea: su hija Teresa, el escritor y profesor José Martínez López y el poeta, periodista y escritor Antonio Morales García, rodenses ambos y amigos y vecinos del insigne maestro Canales, que este mes de marzo cumple sus noventa primaveras, dicho esto literalmente porque los cumple día y medio después de la entrada triunfal de la estación en el hemisferio norte.

EN MADRID CONOCIÓ AL ESCULTOR JOSÉ PLANES, CUYAS OBRAS DESPERTARON EN ÉL LA CURIOSIDAD Y LA PASIÓN POR TRABAJAR LA PIEDRA.

La Roda, famosa por su dulce universal y conocida también por sus canteras de tierra blanca, pueblo de artistas, artesanos y poetas, es la patria adoptiva de Gómez Canales, pues nació en El Bonillo (Albacete), cabecera del Campo de Montiel, el 22 de marzo de 1929. Con tres años se quedó huérfano de padre, que falleció de pulmonía a los 28 años de edad. Veinte meses más tarde recaló en La Roda con su madre y a los 13 años se puso a trabajar en la industria maderera, estudiando de noche. De adolescente sentía curiosidad por los talleres: fraguas, marmolistas, curtidores, etc., de los que La Roda estaba cumplida. A los 15 años abandonó los estudios primarios y cambió de labor a una carpintería, pasando al año siguiente a la firma de muebles La Alicantina, donde aprendió el oficio de ebanista, que compaginaba con las tareas agrícolas de la siega y la vendimia.

La empresa se cerró y él se marchó buscando fortuna a Madrid, donde ejerció diversos empleos, incluso el de telefonista en la centralita del Hotel Europa. De vuelta a La Roda, otro empresario reabrió La Alicantina y entró como oficial, realizando junto al propietario la cajonería en madera de nogal de la sacristía de la iglesia de El Salvador, demostrando que era un “manitas” y apuntaba maneras. Pero Canales aspiraba al conocimiento y en 1951, con 22 años, decidió ingresar en el seminario de Hellín para realizar estudios eclesiásticos.

Gómez CanalesDos años después le asignaron la función de enfermero y aprendió las técnicas propias de la profesión. Siguió en este oficio y estudiando mientras ayudaba en los actos de la liturgia parroquial, donde sobresalió por sus locuacidad en los sermones y su sensibilidad poética. Sin embargo, en 1955 su inquietud le hizo abandonar los estudios del sacerdocio, en los que había destacado por su brillante expediente, especialmente en filosofía, y volvió a La Roda y al trabajo de la madera en un taller de muebles local.

Conoce al escultor Planes

Mas su inclinación era otra desde su salida del seminario: a raíz de sus prácticas en enfermería lo que de verdad le gustaba era la medicina. No pudo ser por las estrecheces económicas de la familia y tuvo que olvidar la idea, conformándose con estudiar magisterio por libre. Con no poco sacrificio y trabajando de día acabó la carrera y sus escarceos para poner en práctica lo aprendido y dar clase le llevaron de nuevo a Madrid, donde conoció al escultor murciano José Planes, cuyas obras despertaron en él la curiosidad y la pasión por trabajar la piedra. Volvió a La Roda, de nuevo a la madera, aunque interesado ya por desvelar el misterio de la escultura y los monumentos, a lo que se dedicó cuando surgió la posibilidad de colaborar en la rehabilitación de la iglesia de El Salvador, en 1960, en cuyas obras comenzó como carpintero y acabó siendo el director, consiguiendo el milagro de restaurar con sus manos un monumento que gracias a él todos podemos admirar hoy en La Roda (véase la cúpula en las fotos superiores). Así expresó su emoción el maestro en 1967: “Su exterior arrogante y majestuoso, enorme nave que lleva por timonel a su herreriana torre, donde la plomada y la escuadra han engendrado vivas y limpias esquinas de la más pura ejecución. Estamos ante una torre excepcional, que no es como las demás. Está hecha con piedra de la misma clase y de la misma cantera y no es corriente por las formas que la caracterizan; dieron en el clavo quienes se pusieron manos a la obra con sus proporciones arquitectónicas”.

LA HERENCIA ARTÍSTICA DEL MAESTRO CANALES HA QUEDADO REPARTIDA POR TODA LA GEOGRAFÍA

Recibió del ayuntamiento el encargo de catalogar todo lo que de valor artístico tuviera La Roda y decisiva fue su contribución para que el pueblo fuera calificado como conjunto histórico-artístico y la iglesia de El Salvador, gótica y renacentista del siglo XVI, declarada monumento histórico-artístico nacional, en 1981. Una de sus conquistas más sonada fue lograr que el Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte recompusiera, en 1967, el cuadro La Adoración de los Magos, pintura del siglo XVII de Lucas Jordán, que se encontró fragmentada en cinco jirones en la iglesia tras la guerra civil y hoy luce su presencia dignísima en la capilla del Rosario.

Prosiguió su labor en las obras del trono de la Virgen de los Remedios, patrona de La Roda, en su camarín de Fuensanta; las imágenes y relieves de piedra en la capilla del Sagrario de la Asunción, de Socuéllamos; la restauración en San Blas, de Villarrobledo; en Quintanilla de Onésimo (Valladolid) restauró la mesa del altar y la pedrela del retablo mayor de su iglesia; obró en Alcalá del Júcar, Alcaraz, Chinchilla... Fue fichado por la firma Rémber Ibérica, dedicada a la rehabilitación de monumentos, que le destinó a Valencia a restaurar la fachada del Palacio del Marqués de Dos Aguas, hecha de alabastro de las canteras de Picassent. Siguió la sillería del coro alto en San Francisco, de Villafranca del Bierzo (León), de donde pasó a Bilbao para restaurar en 1977 las cuatro fachadas de la Diputación Foral. La empresa le puso en contacto con el arquitecto José María Pérez González, conocido como Peridis por sus colaboraciones en el diario El País, que quería acometer cuanto antes la rehabilitación del monasterio en ruinas de Santa María la Real, en Aguilar de Campoo (Palencia).

Canales se casó con María del Carmen Fernández en Bullas (Murcia) ese año 1977, y tras realizar el estudio de rehabilitación del Palacio de Linares, en Madrid, se incorporó al tajo de Aguilar de Campoo, donde realizó una labor cuya dimensión destacamos por el milagro que hizo el maestro con las viejas piedras del monasterio de esta población, donde nacieron y crecieron sus hijos Francisco de Borja y Teresa Gómez Fernández.

Desde Aguilar, al tiempo que intervenía en el monumento, se desplazó a Santander para acometer la restauración, entre otras, de una gran farola de piedra que hoy se ubica en la plaza del Ayuntamiento, y la fuente de María Luisa Gómez Pelayo, hecha en granito, mármol de Carrara y bronce, obra de Benlliure. Antes y después del monasterio de Aguilar, su ciencia la aplicó Canales en otras obras de restauración de joyas del barroco y en proyectos importantes en diversas ciudades españolas de Galicia, Asturias, Cantabria, La Rioja, Navarra, Cataluña, Valencia, Castilla-La Mancha y Castilla y León. Su herencia artística se extiende por toda la geografía nacional. En 1990, por el extraordinario trabajo desarrollado en Aguilar, se le concedió la Medalla de Oro de la Fundación Amigos del Monasterio, que le fue entregada por el responsable de la restauración de la Capilla Sixtina y conservador de los Museos Vaticanos, Jean Luigi Colalucci. Antes, en 1985, el alcalde le impuso la Medalla Cultural de Aguilar. No serían estos los únicos premios recibidos, directa o indirectamente. La obra del monasterio no se concluiría del todo hasta 1998, pero una década antes recibió un broche más que de oro: Europa Nostra concedió su premio de restauración al monasterio, el máximo galardón europeo, que fue entregado por la Reina Doña Sofía a Peridis, presidente de la citada fundación, en un acto solemne en el que estuvieron presentes varios ministros y las fuerzas vivas de la cultura nacional.

RÉMBER IBÉRICA LE PUSO EN CONTACTO CON EL ARQUITECTO JOSÉ MARÍA PÉREZ GONZÁLEZ, «PERIDIS», QUE IBA A ACOMETER LA REHABILITACIÓN DE UN MONASTERIO EN RUINAS, EL DE SANTA MARÍA LA REAL, EN AGUILAR.

Con motivo de las “Semanas del Románico”, que se celebran todos los años en Aguilar, Canales participaba dando conferencias, cursillos de restauración y en mesas redondas donde se codeaba con catedráticos y arquitectos renombrados. Asimismo, los juegos florales de las noches de San Juan contaron con su lírica pluma –otra de sus venas artísticas–, que siempre cultivó, junto con la publicación de artículos en la prensa local y regional castellano-leonesa y manchega.

En 1998, a los 69 años de edad, acabada la restauración del monasterio de Santa María la Real, Canales se jubiló oficialmente. Y, como afirma su biógrafo José Martínez López: “Lo hizo calladamente, no quiso que se le rindiera homenaje alguno, ya que él consideraba que había cumplido con su obligación de dar lo mejor de sí mismo en cuantas tareas había llevado a cabo por aquellas latitudes”. Añadiendo que “la huella de su ingente obra permanecerá en el alma de todos aquellos que vieron surgir de un montón de escombros el magnífico monasterio que ahora se puede admirar”.

Vivió Canales en Aguilar de Campoo hasta el año 2003, momento en que decidió regresar con la familia a su añorada tierra e instalarse definitivamente en La Roda, donde montó un taller de escultura para realizar trabajos heráldicos, imágenes para el culto y encargos particulares de restauración, tanto en piedra como en madera, dedicándose a la vez a dar clases de arte y a completar los trabajos de la iglesia de La Roda. El gran escudo en piedra de más de dos metros de alto que cuelga de la fachada del ayuntamiento es obra suya, hecho en 1971.

Imágenes en piedra

Canales fue un renovador de las artes de conservación del patrimonio, un escultor fuera de serie y un extraordinario maestro de cantería, da igual la materia porque las dominaba todas: la piedra, el metal, la madera, el barro... Su obra más famosa es quizás una escultura de la Virgen del Carmen de dos toneladas, esculpida en un bloque de piedra caliza de Portugal, que donó en el año 2000 al convento carmelita de San José de Ávila, el primero que fundó Santa Teresa de Jesús, donde comenzó la reforma y donde la santa coció sus profundas devociones. De ella, como apasionado teresiano, Canales ha sido un estudioso de su vida y obra y uno de los hombres que más sabe de la escritora renacentista. Se trata de una hermosísima escultura hecha en homenaje a la Santa de Ávila en donde Canales dejó su impronta sublime sobre el bloque monolítico resaltando la esencia arrobada de la virgen. Es lástima que solo puedan gozar de su visión las monjas de clausura, que la tienen en alta estima y siempre la muestran a las autoridades eclesiásticas de visita oficial en el convento. El Papa Juan Pablo II, en una de las ocasiones que visitó España, estuvo en el convento y rendido de admiración rezó ante ella. Al maestro, el día que la culminó, las monjas le confesaron: “Señor Canales, ha hecho usted una maravilla”. Acongoja pensar que está impresa en una pieza de roca sin diseños previos ni retoques ni partes pegadas ni el uso moderno de radiales. Tan solo con la ayuda de la maceta, el puntero y el cincel, y con el buen gusto y la paciencia infinita de los artistas medievales que crearon obras de belleza inmortal.

Sus trabajos escultóricos no acabaron con la figura impresionante de la virgen que labró para el convento de San José, pues sorprendió a propios y ajenos con la imagen que hizo de San Lázaro para la fachada de la iglesia de este santo en la capital palentina, en donde el Cid fundó un hospital para peregrinos. Asimismo, las Clarisas de Aguilar poseen una obra suya de la Inmaculada Concepción tallada en un bloque de arenisca de las canteras de Arroyo, en el pantano del Ebro. Con detalles tan espeluznantes como la expresión de su gesto o la filigrana del pelo y la ropa, sacó de un trozo de madera un Jean Jacques Rousseau que si lo pintara de colores naturales se confundiría con el original de carne y hueso resucitado.

Hubo una monja contemporánea de Santa Teresa, Catalina de Cardona, relevante personaje de la época, de la que el maestro Canales sabe más que nadie. Tanta es su erudición. Cardona se retiró del mundanal ruido de la corte a principios del siglo XVI y se recluyó a rezar en una cueva cercana a La Roda, sobre la que años más tarde unos monjes levantaron el monasterio del Socorro. Cuatro siglos después, cuando la historia estaba olvidada, el monasterio desaparecido y el lugar devorado por la tierra, la maleza y el tiempo, fue Canales el que se lanzó a investigar sobre la monja eremita y, a lo Indiana Jones, descubrió la cueva, la exploró y sin pensarlo un segundo se llevó a dos obreros, un camión y una cargadora y rehabilitó el lugar, plantando sobre la entrada un monolito hecho por él para señalizar el lugar con la leyenda de la monja.

El monasterio de Aguilar de Campoo

Para hacerse una idea del estado del monasterio de Santa María la Real antes de restaurarlo, sirva el relato que escribió en 1852 José María Quadrado en su obra España: sus monumentos y artes, su naturaleza e historia, referido a los sepulcros del sotocoro, conformado como capilla funeraria: “Hasta siete yacen arrumbados, mutiladas las esculturas, levantadas las cubiertas, mostrando revueltos y medio consumidos los cráneos y canillas de sus antiguos moradores. Los bultos mortuorios visten curiosos trajes de época, del 1293 y 1305”. Por su parte, el gran viajero Miguel de Unamuno, que visitó el monasterio en 1920, ante el lamentable estado en que se encontraba sentenció: “Hasta una ruina puede ser una esperanza”. La esperanza llegó sesenta años después con Peridis y el maestro Canales, que fue el ejecutor de la sentencia.

Su trabajo en el llamado “convento caído” no tiene parangón. Como jefe de obra se enfrentó en solitario a los más difíciles desafíos que imaginarse pueda para levantar un monasterio del siglo IX que llevaba ciento cincuenta años caído. Su mente analítica, su desbordada imaginación y su determinación en rescatarlo de las ruinas le llevaron a concebir ideas y soluciones que han dejado huella en la historia de la restauración de los edificios artísticos del urbanismo patrio. Su empeño demostró una fortaleza encomiable ante la escasez de medios, personal y presupuesto, modelo demostrativo de que donde no llega el dinero llega el ingenio.

CANALES FUE UN RENOVADOR DE LAS ARTES DE CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO, UN ESCULTOR FUERA DE SERIE Y UN EXTRAORDINARIO MAESTRO DE CANTERÍA, DA IGUAL LA MATERIA, LA PIEDRA O EL METAL, LA MADERA O EL BARRO.

Muchos fueron los retos que Canales superó con su inteligencia en esta gigantesca obra, que comenzó en 1978. Como la manera de enfrentarse a las grandes bóvedas tabicadas de la nave central, para las que prescindió de las cimbras de madera –se necesitaba fabricar una para cada bóveda, hasta ocho–. Canales se encerró en la fragua para construir una “araña” gigantesca pero ligera, con tensores. El metal trazaría el camino a seguir por los ladrillos hasta componer cada bóveda. La colocación fue un éxito.

Dibujo de Gómez CanalesPara comprender y resumir el inmenso trabajo que Canales hizo en el monasterio de Aguilar de Campoo, basta con reproducir las palabras del arqueólogo e historiador Miguel Ángel García Guinea, quien en el prólogo de Manual de cantería no oculta la fascinación que le produjo la figura del maestro cuando afrontaba el último gran reto de la restauración: “Entonces conocí a Canales, que dirigía el montaje de la bóveda estrellada, con sus terceletes, ligaduras y combados, que en su día había cubierto el techo de la sacristía, y que había caído con toda la ruina del monasterio. Recolocar aquello a mí me parecía poco menos que imposible y el que lo estaba intentando se me aparecía como redivivo Juan de Herrera, un Juan de Resines o un Diego de Praves. Francisco Gómez Canales era en nuestros días una verdadera reliquia, un vestigio de una época irrecuperable, alguien que todavía, con la misma técnica de un artesano del medievo, podía recomponer aquello sin más servicio que unas manos encallecidas y una mente llena de soluciones aprendidas en ese largo quehacer que transmiten los siglos”.

Y es que cuando la obra tocaba a su fin y quedaba el trabajo más importante: la complicada bóveda gótica de la sacristía, Canales, para ahorrar costes, puso a funcionar su ingenio y dejó pasmado al mismísimo Peridis y al mundo entero: la complicada bóveda de crucería con diecisiete claves y veinticuatro nervios no se trazaría sobre cimbras de madera... Caso único en la historia de la arquitectura. !Iría colgada! Para ello, ideó un sistema cruzando tablones de madera de canto sobre los que iría colgada la bóveda. ¡Imposible! Nadie se hacía una idea. Pero Canales dibujó, midió y las primeras dovelas empezaron a buscar la clave central, suspendidas en la grúa. Esas dovelas de los nervios no irían unidas solo a base de mortero, sino reforzadas con plomo fundido, “actuando a modo de cartílagos...”. Para colmo, el habitáculo de la sacristía no era del todo cuadrado, y tal descuadre suponía una mayor dificultad ya que las diagonales no eran de igual longitud como en un cuadrado perfecto. Los trabajadores a sus órdenes levantaron con plena confianza la bóveda de 145 kilos de peso; cosas más difíciles le habían visto hacer. Los técnicos en la materia quedaron hipnotizados por este trabajo que no tenía antecedentes en cuanto al método utilizado. “¿Por qué no lo patenta, maestro?”, le sugirieron algunos entendidos. Respuesta contundente de Canales: “Tenía otras dos soluciones distintas, también sin antecedentes...”.

EN SANTA MARÍA LA REAL CANALES SE ENFRENTÓ EN SOLITARIO A LOS MÁS DIFÍCILES DESAFÍOS PARA LEVANTAR UN MONASTERIO DEL SIGLO IX QUE LLEVABA 150 AÑOS CAÍDO.

La mano de obra y la escuela-taller

Una muestra más de la genialidad del maestro Canales, que se extendió como una bendición por todo el territorio nacional, fue su propuesta de las “Escuelas- Taller”, una idea que se le ocurrió para dotar de operarios especializados los trabajos de restauración que exigía el monasterio de Aguilar. En sus comienzos, Peridis, viendo a Canales y a sus dos únicos albañiles, uno de La Roda y otro de Villarrobledo, le preguntó, abatido: “¿De dónde sacaremos la mano de obra que necesitamos?”. La respuesta no se hizo esperar: “De Aguilar de Campoo”, contestó Canales. “¡¿Cómo?, aquí no existe mano de obra especializada!”, exclamó Peridis. Canales tranquilizó al arquitecto: “No se preocupe, yo la formaré”.

Así fue, Canales se entrevistó con los jóvenes de la comarca que estaban en el paro o ejerciendo trabajos de pastoreo o agrícola que no les satisfacía. Consiguió un ejército y eligió un centenar para enseñarles todos los oficios necesarios: albañilería, vidriería emplomada, talla, torno, cantería, forja, taracea, ebanistería, etc. La escuela-taller de Santa María la Real se fundó en 1985 y la obra del monasterio avanzó con un impulso inu - sitado. Esta fórmula rindió sus frutos en Aguilar, donde Canales fue el director facultativo de la primera escuela-taller, y fue planteada por Peridis al Inem y al Ministerio de Trabajo, pasando a ser parte de la formación profesional en España, lo que permitió a muchos jóvenes sin estudios aprender un oficio del que poder vivir. Fue otra genial idea más de este humilde maestro cantero, que sorprendió a todos diseñando artilugios, máquinas, procesos y sistemas no conocidos hasta entonces para manejar las bóvedas y arcos que él mismo inventó.

Arte en las venas

Francisco Gómez Canales, el maestro Canales, uno de los últimos adalides de la cantería tradicional, artista polifacético, virtuoso y tenaz, modelo de conducta y de trabajo, siempre le ha quitado importancia a todo elogio. Una vez le propuse hacerle un homenaje y me lanzó unos aspavientos con sus mágicas manos, encallecidas y serenas, acostumbradas a bregar entre históricas ruinas y a dominar con soltura los diferentes estados de la materia: tierra, agua, fuego, metal y madera –según la ciencia china–. Con su sorna de filósofo manchego y su aspecto de alquimista medieval acostumbrado a dar vida a las piedras olvidadas, me dijo: “No tiene mérito. He tenido la suerte de que el arte me corriera por las venas y me llevara siempre de cabeza”.


«Manual de cantería»

Lo normal en una sección de Libros es dar cuenta del feliz advenimiento de una novedad editorial. Extraño resultará, por tanto, que demos noticia de una edición que se ha agotado. Cuando esto ocurre, no nos guía otra pasión que evitar su desaparición propugnando una nueva edición.

Manual de CanteríaEs el caso del libro de Francisco Gómez Canales titulado Manual de cantería, que es en realidad un homenaje al oficio de cantero, que se remonta a los albores del tiempo, cuando el hombre utilizó las piedras para fabricarse útiles elementales en beneficio propio, para alimentarse o defenderse, dando pie al progreso humano. Hablamos de más de dos millones de años atrás. Desde hace varios cientos de años, canteros y maestros de cantería han construido la gran mayoría de nuestras iglesias románicas y góticas creando así los reconocidos talleres medievales origen de la futura arquitectura del barroco. Surgieron los “maestros”, cuyo saber, nacido al pie de las canteras donde iniciaron el oficio y transmitido de generación en generación, les elevó a la categoría de técnicos, aparejadores y arquitectos.

EL TRABAJO DE LA CANTERÍA HA SIDO UNA DE LAS FAENAS MÁS DURAS PERO MÁS APASIONANTES, EMOTIVAS Y CREADORAS DEL HOMBRE.

En este punto vamos a apropiarnos de las palabras de Miguel Ángel García Guinea, catedrático de Historia y Arqueología de la Universidad de Santander, uno de los especialistas mundiales en historia del arte románico español, ya fallecido, que en el prólogo del libro de Canales afirma: “El trabajo de la cantería ha sido una de las faenas más duras pero más apasionantes, emotivas y creadoras del hombre”.

El manual de Canales, eminentemente didáctico, muestra en sus 168 páginas todo el saber relacionado con la cantería, desde los útiles y herramientas o los utensilios de elevación a la heráldica y los signos y marcas en cantería, pasando por el corte de la piedra en la cantera, la construcción de arcos, bóvedas, columnas, cimbras y escaleras de caracol, la escultura y los distintos procesos de ejecución. Todo explicado de manera sencilla, breve y directa, ilustrado con dibujos y fotos del propio Canales para mejor comprensión de lo que en el texto se detalla. La fascinación de García Guinea hacia Gómez Canales cuando restauraba el monasterio de Santa María la Real, se trasladó a lo que supone como herencia su obra escrita. Así lo plasma el profesor en el prólogo del libro: “Los que conocíamos al maestro Canales sabíamos que su vocación de enseñante, que bien demostró como profesor de cantería durante años en la Escuela-Taller de Aguilar de Campoo (escuelas que, entre paréntesis, han hecho mucho por volver a la vida de los oficios gremiales que la modernidad ha puesto en trance de extinción), tendría con seguridad una continuación escrita. Como así ha sido, sinceramente se lo agradecemos los que todavía sentimos y añoramos lo mucho que la cantería manual y reposada ha contribuido a la Historia Universal del Arte, cuando en la obra se notaba el temblor amoroso de la mano y en la piedra esculpida se sentía la caricia creadora del artista”.


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