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Actualidad

26 Enero 2019

Gómez Canales, Maestro de Cantería

primitivo fajardoLa cantería, ese viejo oficio de medirse con la superioridad paleolítica de las piedras, seguramente el más noble y antiguo –el sílex es su raíz– de los que ha ejercido el hombre desde el principio de los tiempos, desafortunadamente va camino de desaparecer. El avance de la técnica y el uso de maquinaria para minería, robots y útiles mecánicos ha facilitado muchas de las penosas tareas que soportaba en el tajo el trabajador de la piedra, especialmente en las fases de extracción y corte de los bloques, pero al tiempo ha cercenado la parte poética que representaba el trabajo artesanal, la lucha a brazo partido del hombre con la bestia mineral, el desafío de la inteligencia y la habilidad del labrador contra la masa sólida e indestructible del peñasco, la sensibilidad lírica del artista sometiendo a su antojo la forma geométrica del bloque grosero.

Francisco Gómez Canales, el “maestro Canales”, como es conocido en el sector de la piedra, que me honra con su amistad desde hace años, es uno de los pocos canteros a la antigua usanza que queda sobre la faz de la vieja y ajada piel de toro, capaz de doblegar la piedra con bellas y artesanales maneras. Nadie como él conoce los secretos del mundo lítico: los materiales como el mármol, la caliza, la arenisca, el granito; las técnicas como la sillería, la mampostería, la cimbra... y el manejo con habilidad de formones, uñetas, picos, macetas, punteros, buriles, bujardas, niveles, escuadras... Quedan ya muy poquitos maestros canteros como él.

Con su sabiduría secular, su talento e ingenio, su pertinaz carácter y su habilidad manual, Canales fue capaz de sacar de su ruina centenaria el monasterio románico de Santa María la Real, en Aguilar de Cam poo (Palencia), del siglo IX, perteneciente a la orden Premostratense, tajo que le llevó más de veinte años de trabajo. De tal magnitud fue su esfuerzo y los resultados que el arquitecto del proyecto, José María Pérez González, el famoso Peridis de las tiras cómicas de El País, que dejó en manos de Canales la dirección de la obra, consiguió, a la cabeza de la Asociación de Amigos del Monasterio, que tal milagro fuera admirado por las fuerzas vivas de la nación.

Cuentan que a un acto cultural, organizado por él para dar relevancia al trabajo, asistió Alfonso Guerra, Vicepresidente del Gobierno, acompañado del Ministro de Educación, Javier Solana, y de un grueso séquito de personalidades, pero Canales se quedó en la cama por orden médica, víctima de una dentellada feroz del frío palentino, que congeló hasta las piedras, lo que le causó una pulmonía.

Alfonso Guerra, impresionado por la tremenda obra de restauración, quiso conocer al maestro que dirigía aquella maravilla y, ni corto ni perezoso, se fue con Peridis a felicitar a Canales a su propia casa, recibiéndole este en pijama.

No era para menos. Lo que hizo Canales en el monasterio partiendo de unas ruinas seculares es algo difícil de superar por la técnica moderna y causa admiración a quienes visitan el conjunto monacal. Conozco los pormenores de este trabajo de chinos porque el mismo don Francisco me lo contó, si bien su humildad le quitó mérito al asunto. Su amigo el arquitecto Peridis, sin embargo, se ha encargado siempre de destacar la extraordinaria labor del maestro Canales, pues “sin su concurso, de ninguna manera hubiera sido posible sacar adelante la restauración de tan importante conjunto histórico artístico”.

Y fue precisamente en este sacrosanto lugar rehabilitado por el maestro donde encontré hace unos meses y de manera fortuita un libro suyo que llevaba años buscando, un incunable que en sus escasos tres lustros de andadura editorial había agotado por completo sus ejemplares. Ni siquiera el autor guarda testimonio del mismo, salvo en legajos y pruebas de cuando la Fundación Santa María la Real, centro de estudios del románico, publicó la primera edición en el año 2005, que hubo de reimprimir en 2008 al acabarse pronto los varios miles de ejemplares editados.

Se trata del Manual de cantería, cuyo último ejemplar sin dueño acabó de manera fortuita en mis manos. Tuve la suerte de encontrarlo mientras visitaba Aguilar de Campoo, preciosa villa que fue antigua sede de las galletas Fontaneda y actual asentamiento de las afamadas Gullón, en donde recalé tras una excursión minera por la provincia de Palencia, limítrofe con Cantabria, que resultó doblemente atractiva porque allí tengo buenos amigos que me invitaron a las exquisiteces culinarias de la zona y luego me llevaron a los viejos pueblos mineros, como Vallejo de Orbó, cuna del editor Laureano Fueyo, que me mostró su vástago Luis, o Brañosera, el primer municipio de España; y a visitar, de la mano de ese periodista de raza llamado Fernando del Hoyo, oriundo del pueblo, el centro de interpretación de la minería de Barruelo de Santullán, que tiene una mina dispuesta para mostrar al turismo la dureza de los trabajos de esta profesión ejercida bajo tierra y olvidada en la región por el cese, años ha, de las explotaciones de carbón. Es esta una geografía hermosa y estimulante como pocas, salpicada de montañucas donde impera el silencio de los cenobios y un aire puro, sano y gélido cuasi siberiano, transitada por el río Pisuerga, en cuyas aguas mis amiguetes pescan a espuertas gruesos cangrejos de río que luego se zampan cocidos como si fueran cortezas, altramuces o lacasitos.

En este emocionante paisaje, y sobre las ruinas de siglo y medio del monasterio de Santa María la Real, gobernó con mano diestra el maestro Canales, que lo estuvo reconstruyendo en los años 70 y 80 del pasado siglo, hasta que dejó en su sitio y bruñidas cada una de sus preciadas piedras. De ahí que el editor del Manual de cantería, fruto en parte de la experiencia obtenida en este colosal trabajo arquitectónico de restauración, fuera el propio monasterio, a través de la fundación. Como digo, no quedan ejemplares, salvo en algunas plataformas libreras de internet (suponiendo que lo tengan) donde se cotiza como antiguamente las Matildes de Telefónica (Iberlibro: 172 euros; Amazon: 146; Todocolección: 150; AbeBook: 157 libras esterlinas; y Mercado Libre: 600 dólares).

Es un libro sencillo que rinde un impagable homenaje al casi olvidado oficio de cantero, al que esta obra dedica un emocionado recuerdo, pues en él su autor, apoyado en el báculo de su caudaloso conocimiento, recoge de manera didáctica, amena y paso a paso los principios básicos de esta técnica, las herramientas necesarias para la consecución de cualquier obra de cantería, la diversidad del material pétreo a tratar, la tipología de las canteras y el corte de los bloques, las fórmulas para trazar arcos, columnas y bóvedas, los procesos de ejecución y muchos ejemplos prácticos basados en su propia experiencia de años y proyectos sacados adelante con éxito, lo que sin duda otorga un altísimo valor a cada una de las 168 páginas que agavilla el libro, que son en sí mismas una obra de arte salpicada de ilustraciones, dibujos y fotografías hechos a pulso por el propio Canales para desvelarnos los misterios de este trabajo solo apto para espíritus habilidosos, sensibles y artistas, que a mí me parece muy meritorio y casi milagroso.

Un milagro que ha dado al mundo los grandes monumentos de la humanidad, desde la cultura megalítica de la Edad del Bronce a las catedrales de Santiago y Burgos, la mezquita de Córdoba y el palacio del Escorial, pasando por las grandes pirámides y templos egipcios, los anfiteatros romanos, los relieves asirios, el Partenón, Santa Sofía de Constantinopla, etc. “Y miles de monumentos que se alzaron gracias a la labor callada de cientos de canteros anónimos que dedicaron su vida, desde niños, al noble y trascendente oficio de la corta y labra de la piedra”, en palabras de Miguel Ángel García Guinea, el eminente arqueólogo e historiador, catedrático de la Universidad de Santander, uno de los mayores especialistas mundiales en historia del arte románico español, fallecido en 2012, que prologó este libro imprescindible del maestro Canales.

Conviene dar la alarma ante el infortunio de la extinción de «Manual de cantería», porque una obra tan relevante debe ser reeditada cuantas veces haga falta para que no se pierda ni un adarme de tanta sabiduría como sus útiles páginas aherrojan.

Así se lo dije hace poco a Canales, que anda con la salud quebradiza por culpa de unas pejigueras escoradas que le tienen a mal traer, secuela de una caída que le retuvo un mes en el hospital. En sus últimos tiempos la sonrisa del hombre vital, sin perder su sentido del humor ni su socarronería manchega –genio y figura–, se ha trasmutado en alados matices de tristeza y la última vez que le visité, hace unos meses, en su casa de La Roda (Albacete), que es mi pueblo, me dijo con una sonrisa: “Llevo año y medio o dos que me persiguen los espíritus malignos y los galenos me están crucificando con clavos de veinte centímetros”.

Esas dolencias no le impiden mantener su bien amueblada molondra con los engrases afinados. El inmenso artista disfruta de una mente privilegiada, una memoria de proboscídeo y, como él dice, “el pulso de un chaval de 14 años”. La prueba es que ha publicado dos libros en tres años, uno sobre tejares y otro sobre albañiles, y tiene pendiente el que, según él, será su última obra: un tratado sobre la fascinante iglesia de El Salvador, de La Roda, a la que él mismo salvó de su deterioro a mediados del XX. El libro promete desvelar todos los secretos que el Faro de La Mancha esconde.

Definitivamente retirado y dedicado los últimos años a sus libros, Canales es la viva reencarnación en hechuras manchegas de Da Vinci y Miguel Ángel, un auténtico artista del Renacimiento dotado con un talento superior para las finas artes, que ha hecho buenas las palabras de San Agustín: “La clave de la inmortalidad es vivir primero una vida que valga la pena recordar”. Y así vive hoy este hombre inmortal, este sencillo maestro cantero, entregado a su familia, a sus nietos y a los recuerdos, fundamentalmente de sus pasiones en esta vida: la piedra, la escultura y las catedrales –también los toros y el fútbol (lo que demuestra que los dioses son también humanos)–.

Manual de CanteríaPara el maestro Canales no voy a pedir una calle en Aguilar de Campoo ni en La Roda porque eso ha de llegar por sí solo. Pero sí pido que se le otorgue la categoría que bien merece de ser hijo adoptivo de ambas poblaciones. Y que esto se haga mientras el pulso aguanta. No le demos la razón a don Camilo cuando decía: “Las fuerzas vivas, en sus numerosos ratos de ocio suelen arbitrar levantar estatuas a los muertos a quienes, en vida, procuraron hacer la vida imposible”. No es el caso de Canales, pues siempre gozó de la simpatía de la autoridad allá donde plantó su firma artística, y me consta que él se ha negado sistemáticamente a aceptar cualquier homenaje. Entretanto le llega el reconocimiento que en justicia merece, disfrutemos de la magia artística sin límites de Canales y sus muchas obras, de las que damos buena cuenta en el artículo que hemos elaborado en el presente número.

Al insigne maestro Canales, uno de los últimos samuráis de la cantería en España, al que tengo aupado al pedestal de mi más rendida adoración porque es un hombre sencillo, noble y sabio que se pasea nimbado de santidad pero sin peana, le dedico estas alabanzas al doblar el cabo de las tormentas de sus noventa años.

En esas latitudes extremas de la geografía humana nadie está exento de que un mal día le entren unas humedades en la sesera o le sople el corazón un mal aire y se quede tieso como un pájaro frito..


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