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Actualidad

01 Febrero 2021

Mercachifles del pensamiento

primitivo fajardoAsistimos impávidos al derribo de la estructura del edificio constitucional que levantamos en la Transición buscando una vida mejor para todos tras la dictadura. Cuarenta años después se está procediendo a su rápida deconstrucción para mejorar solo la vida de los políticos, una casta en continua inflación cuyo sostenimiento es inasumible para una clase paganini en vías de extinción. La alianza “progre” que gobierna hoy estos predios nos lleva al “regresismo” social, laboral y económico por la vía de la desintegración del Estado, que conlleva la pérdida de la libertad porque la casta se ha erigido en su castradora amparándose en un nuevo puritanismo que en realidad esconde un autoritarismo muy viejo.

Esto lo he pensado yo solito viendo cómo se entrulla a un ciudadano por el delito de decirle tía buena a una gachí, mientras, al amparo de la libertad de expresión, se enaltece a fuego y adoquín a un delincuente condenado por apología del terrorismo y sacudirle estopa al prójimo. Otras reflexiones se las escuché a un filósofo hace tiempo y me ha parecido oportuno traerlas aquí ahora. Decía: “Hace muchos años me hice de izquierdas porque estaba harto de que me prohibieran cosas. Ahora resulta que los que serían los míos mandan y no paran de prohibir. Me he leído, a la luz de esta noción, los últimos programas electorales del Partido Socialista y de Podemos [Elecciones 2019]. Pues me he encontrado que la palabra prohibir, sinónimos y derivados, como impedir, eliminar, no permitir, erradicar, frenar, imponer, obligar... en 200 ocasiones”.

El puritanismo del siglo XXI no viene ya de la iglesia católica o de la vieja derecha, sino de la rancia izquierda que trata de imponer un nuevo catecismo para regir el pensamiento y las conductas con nuevos códigos morales que marquen las fronteras entre el bien y el mal y distingan la virtud del pecado. En consecuencia, los herejes son los que no se atienen al dogma de lo políticamente correcto –expresión estúpida y castradora inventada por el progresismo– y para depurarlos han resucitado los tribunales de la santa inquisición, que ya no queman a la gente en hogueras pero hacen autos de fe y practican linchamientos públicos en los medios y en redes sociales.

Sigue el filósofo: “Hay un nuevo puritanismo porque bajo algunos discursos pretendidamente progresistas late la idea del sexo como algo sucio, de los placeres del cuerpo como algo nocivo y de la austeridad como un modelo de vida moralmente superior. Los pecados modernos los establece la izquierda desde su presunta superioridad moral y los viejos izquierdistas de toda la vida no sabemos dónde meternos. Estoy más cerca de un ácrata del siglo XIX que de la progresía puritana del XXI”.

Vivimos malos tiempos para el pensamiento crítico y el libre albedrío. Los iconoclastas que todo lo cuestionaban tendrían serios problemas hoy para sus contar sus reflexiones.

LIBREPENSADORES COMO VOLTAIRE, BERTRAND RUSSELL O BORGES NO PODRÍAN ESCRIBIR HOY SIN SER LAPIDADOS POR ESTOS NUEVOS COMISARIOS DE LA MORAL.

“Los librepensadores son escépticos y son laicos; no en el sentido religioso de la palabra, sino en el intelectual. No pretenden ser administradores de la verdad y mucho menos de la virtud. De esto se derivan varios problemas. El primero es que las etiquetas sustituyen a las ideas y los adjetivos a los sustantivos. Es más fácil colgarle a alguien una etiqueta que refutar sus ideas. Y más cómodo. Hemos renunciado a la sana y saludable lucha ideológica, que es cosa que nos expone, y la hemos sustituido por los cordones sanitarios, que es cosa que nos protege”.

De ello se deriva la sectarización política, donde vale más el continente que el contenido. Esto ya lo he dicho alguna vez: lo importante no es lo que se dice sino quién lo dice. Si lo mismo lo dice un político de izquierdas será bueno y si lo dice uno de derechas será malo. Es decir, lo que importa no es lo que se diga sino que el que lo diga sea de los míos.

Ahora viene la cosa de la trivialización. Solo escuchamos a quienes sabemos de antemano que vamos a estar de acuerdo con ellos. No queremos que nos hagan pensar, sino que nos reafirmen en nuestras ideas. Y si alguien se sale del guión es que se ha pasado al otro bando.

“Luego está el fenómeno de la confusión entre opinión y hecho, que han intercambiado sus papeles; los hechos han ocupado el lugar de las opiniones. Antiguamente se decía: los hechos son sagrados, las opiniones, libres. Ahora pasa lo contrario, lo único sagrado son las opiniones. Y si para mantener nuestra opinión tenemos que acomodar los hechos, pues los acomodamos, y si hace falta hasta los modificamos”.

Lo siguiente es el secuestro del lenguaje, el fabuloso mundo de los eufemismos. Ya no se puede decir viejo, gordo, cojo y negro a quien es viejo, gordo, cojo y negro. Parece como si por no usar las palabras adecuadas la realidad cambiara, o dejara de existir. Disfrazamos la realidad con eufemismos. No solo hay conductas y opiniones políticamente correctas; también hay una forma de hablar políticamente correcta que lo único que hace es destruir el idioma. Hoy, don Camilo, Quevedo, Umbral, Jardiel Poncela y otros no podrían escribir en esta España.

Concluye el filósofo: “En España la publicación más censurada de la historia fue La Codorniz. Hoy la condenaría la izquierda, si se publicara, porque les parecería una cosa insultante, ofensiva, etc. Hoy, la santa inquisición, quien querría secuestrar y prohibir una revista así, sería la izquierda. Moraleja, nos hemos vuelto puritanos y pacatos, nos hemos vuelto perezosos para pensar y profundamente sectarios. No se puede desafiar la ley de la tribu”.

Razón tenía Russell: “No buscamos la verdad, buscamos pensar lo que nos hace felices y lo que nos reconforta, nos hemos vuelto rebaño”. Por eso los mercachifles del pensamiento único nos colocan su mercancía averiada con tanta facilidad


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