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Me voy a meter en un jardín de espinas hablando del asunto de moda, que ha trastabillado los cimientos del comercio mundial. Por si no hubiéramos sufrido suficiente en nuestro sector de la maquinaria desde hace casi veinte años, con la crisis de 2008 y la pandemia de 2020, llega ahora a la presidencia de EE.UU. un payaso psicópata de hechuras tan desnortadas, chulánganas y populistas como el que hoy nos corrompe el territorio patrio con su estulticia, y la lía parda con la imposición de aranceles al resto del universo, desatando una guerra comercial global que no puede traer nada bueno, ni para los americanos ni para nadie. El del pelo panocha se ha empecinado en equilibrar la balanza comercial de EE.UU. como sea, pese al riesgo de que su propia economía entre en recesión y nos arrastre a todos.
La administración estadounidense ha generado una ola de preocupación e incertidumbre en el sector de la fabricación de maquinaria para obras públicas, construcción y minería que, me temo, va a ser el monotema de los visitantes y expositores de la feria Bauma que se celebrará dentro de unos días en Múnich (Alemania). Estas medidas, diseñadas para proteger la producción nacional, podrían tener consecuencias muy adversas para la industria en todo el mundo, afectando a fabricantes, proveedores, trabajadores y al desarrollo de las infraestructuras en marcha en el conjunto terrestre.
Las consecuencias directas e indirectas que tendrá para España los aranceles, cuya magnitud es aún imprevisible, obligará a muchos sectores a adaptarse con rapidez, y al conjunto de nuestra economía a plantearse un nuevo escenario global que acarreará cambios profundos a todos los niveles, hasta el punto de reconfigurar drásticamente el comercio mundial. Los mercados ya han respondido con inquietud y en nuestro país han castigado especialmente a la banca, al ser una actividad muy sensible al temor a una recesión generalizada. En principio, el daño a la economía española se concentrará en productos como los motores y la maquinaria industrial, el aceite y el vino, los buques o los aparatos eléctricos y de precisión, entre otros. España quedará también expuesta a un notable impacto indirecto, causado por la remodelación de los mercados internacionales y por el previsible deterioro que esto va a traer a la economía.
Los aranceles desorbitados que está imponiendo el del pelo panocha al resto y que afectará al comercio del acero, el aluminio y otros componentes esenciales elevarán inevitablemente los costes de producción de la maquinaria. Para los fabricantes estadounidenses, esto significa un dilema: absorber estos costes adicionales, reduciendo sus márgenes de beneficio, o trasladarlos a los consumidores encareciendo sus productos y restándoles competitividad en el mercado internacional. En un comercio tan globalizado, donde los compradores tienen acceso a maquinaria de diversa procedencia, un aumento de los precios podría llevar a la pérdida de cuota de mercado frente a competidores de países no afectados por los aranceles, aunque serán bien pocos porque el Tío Sam repartirá candela a todos.
EL PROTECCIONISMO SÓLO CONDUCE A UN AUMENTO DE LOS COSTES, UNA MENOR COMPETITIVIDAD Y UNA DESACELERACIÓN DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO. LA INDUSTRIA DE LA MAQUINARIA, VITAL PARA LAS INFRAESTRUCTURAS Y LA EXTRACCIÓN DE RECURSOS, SE VERÁ MUY AFECTADA.
Por otra parte, la industria de la maquinaria pesada depende en gran medida de cadenas de suministro complejas y globalizadas, donde los fabricantes obtienen componentes de diversas partes del mundo para optimizar costes y acceder a tecnología especializada. Los aranceles perturbarán estas cadenas generando retrasos en la producción, escasez de componentes y mayores costes logísticos, lo que podría obligar a las empresas a buscar proveedores alternativos, lo que implicaría incurrir en más gastos o en sacrificar la calidad del producto final.
Además, las medidas arancelarias de EE.UU. ya están desencadenando represalias por parte de otros países que impondrán sus propios aranceles a las importaciones de maquinaria estadounidense. Esto va a dar lugar a una guerra comercial en toda regla, con un impacto devastador en el comercio internacional. Los fabricantes de maquinaria se verán atrapados en un fuego cruzado, con dificultades para exportar sus productos y con un aumento de los costes de los componentes importados. De hecho, China ya ha respondido con una subida recíproca del porcentaje de aranceles y podría ejercer una notable presión sobre nuestra economía al intentar colocar en Europa el exceso de producción que deje de ir a EE.UU., lo que afectaría a sectores como la maquinaria. Es un ejemplo de las muchas consecuencias de un cambio de paradigma global. La incertidumbre que va a generar esta escalada de los aranceles y sus repercusiones comerciales crea un clima de inestabilidad que va a dificultar la toma de decisiones de las empresas a largo plazo. Éstas podrían posponer inversiones en nuevas tecnologías, reducir la producción y enfrentarse a una mayor volatilidad en los precios de las materias primas, lo que podría afectar en negativo al empleo del sector y ralentizar el crecimiento económico.
Es fundamental que los gobiernos, empezando por el del pelo panocha causante del circo, reconsideren estas medidas y vuelvan a la senda del libre comercio y la cooperación internacional. El proteccionismo sólo conduce a un aumento de los costes, una menor competitividad y una desaceleración del crecimiento económico. La industria de la maquinaria, vital para el desarrollo de las infraestructuras y la extracción de recursos minerales, se vería gravemente perjudicada por estas políticas arancelarias, con consecuencias negativas para el progreso económico y social en el mundo.