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Actualidad

01 Marzo 2025

Balas Ecológicas y cañones para la paz. Enrique Pampliega

Enrique Pampliega

Ahora que los tambores de guerra resuenan en esta Europa mediopensionista, o pensionista del todo, y donde las élites nos ordenan armarnos hasta los dientes, he querido informarme sobre nuestro Ejército, su capacidad de disuasión, tecnología, efectivos y, sobre todo, la templanza de nuestros políticos para tomar decisiones si hay que escabechar al enemigo en el sitio que dicte Bruselas, que no España. El Ministerio de Defensa nos cuenta sus planes para dotar a nuestras tropas con escudos digitales contra drones y avanzar en la estrategia cuántica de la OTÁN. Palabras mayores para una guerra que ya no se pelea sólo con fusiles, sino con algoritmos, inteligencia artificial y ataques cibernéticos que pueden poner de rodillas a cualquier país sin disparar una bala. Esto me ha recordado que hubo un tiempo en el que este país inspiraba respeto.

Dicho esto, permítame el lector que me esbocarre un poco a cuenta de los eufemismos de nuestro políticos, que son los culpables de que se nos haya perdido ese respeto. Hace siglos, la guerra era la guerra. Se llamaba así y punto. Uno armaba a sus soldados, los enviaba al frente y, si tenía suerte, volvía con más territorio, menos enemigos y un par de cicatrices de las que presumir en la taberna. Pero ahora no. Ahora resulta que no nos estamos rearmando, sino dando “un salto tecnológico”. No fabricamos bombas, desarrollamos “sistemas de protección integral para la paz”. No compramos tanques, invertimos en “plataformas de movilidad táctica con impacto reducido en la huella de carbono”. Y no reclutamos soldados, apostamos por la “igualdad en el acceso a la defensa”. Hay que joderse.

El arte de disfrazar lo obvio es una de las grandes especialidades de nuestra clase política. A ver si lo entienden: los cañones están para disparar y escabechar al enemigo. Las balas, para agujerear al enemigo. Y un ejército, si se gasta el dinero en armamento, es porque, llegado el caso, habrá que usarlo. No hay más. Pero no, en esta España nuestra donde la neolengua avanza más rápido que el sentido común, nadie se atreve a decir las cosas como son. Aquí no gastamos dinero en armas, sino en “garantizar la seguridad en entornos dinámicos y cambiantes”. No fortalecemos la defensa, sino que “protegemos los valores de la democracia”. Y cuando nos toque entrar en guerra –que nos tocará, porque la historia es una cabrona cíclica–, seguramente hablaremos de “intervenciones estratégicas en defensa de los derechos humanos”.

HACE SIGLOS, LA GUERRA ERA LA GUERRA. SE LLAMABA ASÍ Y PUNTO. UNO ARMABA A SUS SOLDADOS, LOS ENVIABA AL FRENTE Y, SI TENÍA SUERTE, VOLVÍA CON MÁS TERRITORIO, MENOS ENEMIGOS Y UN PAR DE CICATRICES DE LAS QUE PRESUMIR EN LA TABERNA.

Claro, todo esto hay que pagarlo. Y como de algún sitio hay que sacar el dinero, pues saldrá de donde siempre: de los impuestos de los españolitos, de los recortes en sanidad y educación, o de la deuda pública que algún día acabarán pagando nuestros nietos. Pero como eso suena feo, nos lo envuelven con un lacito de resiliencia, sostenibilidad y perspectiva de género, no vaya a ser que alguien se sienta ofendido por la idea de que los fusiles y los morteros sigan funcionando como lo han hecho desde que el primer cavernícola descubrió que una piedra en la cabeza es un argumento bastante convincente.

No deja de tener su gracia que un gobierno que presume de pacifista acabe firmando contratos millonarios con la industria armamentística mientras nos vende el cuento de que nuestras armas son más humanas, más verdes, más progresistas. Al paso que vamos, cualquier día veremos comunicados oficiales anunciando la fabricación de misiles inclusivos, bombas con baja huella de carbono y proyectiles biodegradables. Quizá hasta un fusil de asalto que funcione con energía solar y disparos veganos. Todo en nombre de la paz, por supuesto.

Pero la realidad es terca, y cuando los tambores de guerra suenan, poco importan los discursos. En el momento en que la OTÁN nos llame a filas, cuando las balas empiecen a volar y la única resiliencia que importe sea la del chaleco antibalas, ya veremos qué dice nuestro gobierno. Porque los mismos que hoy se llenan la boca con frases rimbombantes y eufemismos de oficina serán los que mañana tendrán que enviar soldados a donde haga falta. Y entonces, cuando toque pelear, igual descubren que lo de la perspectiva de género no detiene los obuses y que el cambio climático no es el mayor problema cuando tienes un dron enemigo sobrevolando tu posición.

Así que, en vez de tanto palabreo hueco, harían bien en decir las cosas como son. Porque un país que tiene ejército potente y preparado dispone de un argumento de disuasión perfecto y, llegado el momento, si hay que usarlo, se usa. Y si no queremos ser unos peleles cuando llegue ese día, mejor que dejemos de inventarnos cuentos para niños y asumamos que la guerra, cuando llega, no pregunta por la sostenibilidad ni la inclusión. Sólo distingue entre los que están preparados y los que serán enterrados.

Enrique Pampliega
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