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Apenas hace cuatro meses y ya parece que nunca hubiera ocurrido. Al principio fue como una avalancha, arrasando en los noticieros, en la prensa digital y escrita. Llevábamos diez días desde el primer nombre, y la panoplia de protagonistas no podía ser más extensa, era como esas paletas de acuarelistas que son prácticamente redondas, para que quepan más colores, más tonos. Había futbolistas, toreros, cantantes, empresarios... reinas, príncipes, presidentes, cardenales... Pero vino lo de Cataluña y...
De entre tantos, contando solo a los españoles, nos dijeron que eran del orden de los seiscientos nombres, y soltándolos a dos o tres por día, eso daría para un año, en números redondos. Pero lo dicho: llegó Cataluña y se acabó. Resulta encomiable que tantos periodistas de tantos periódicos y medios de comunicación de medio mundo, se hayan ocupado durante un año en analizar la documentación, contrastarla, hablar con los interesados, y finalmente, ofrecer esa documentación al público. ¿Y qué? Pues nada, como ocurrió con los papeles de Panamá ocurrirá ahora. ¿Quién se acuerda de los nombres que aparecieron entonces? ¿Qué efectos prácticos ha generado? ¿Ha dejado Panamá de ser un paraíso fiscal? ¿Han sido perseguidos fiscalmente aquellos nombres? ¿Acaso era desconocido para la autoridad fiscal española, o la de los respectivos países? Yendo más lejos, ¿la conciencia política del país en su conjunto se ha visto alterada? ¿Han dejado los españoles de votar a los partidos que, ideológicamente, están a favor de estas prácticas elusivas? Y cuando digo los españoles, me estoy refiriendo a todos aquellos que ni sueñan en alcanzar un techo de 10 millones de euros de fortuna personal, pues no tendría mucho sentido, a efectos prácticos, que con ese dinero, si no es todo ello en efectivo, nadie piense en esas batallas. ¿Entonces? ¿Qué? ¿Debemos concluir que este asunto, como el de la corrupción, no tiene remedio en nuestro país?
Por otra parte, ¿quién, en su sano juicio, puede pensar que la Reina de Inglaterra, por poner un ejemplo bien ilustrativo, se levantara un buen día y le dijera a uno de sus administradores –el primero que encontró en palacio, por ejemplo–: Oye ponme una partida de veinte millones de libras en una de esas islas del canal. A lo que respondió el lacayo: ¿le parece bien a su Majestad la isla de Guernesey?
O bien, ¿quién imagina que uno de esos deportistas de relumbrón llamara al asesor fiscal y le pidiera que le matriculara el nuevo yate en Malta? ¿No será, más bien, que fue el propio asesor –es decir, el machaca de altura asignado por la empresa que le lleva sus asuntos– el que le dijo a la estrella: hay una posibilidad de ahorrarnos el IVA (o el impuesto de lujo, o lo que sea) en la compra del nuevo yate si lo matriculamos en Malta. Y eso ¿es legal?, preguntó nuestro hombre; por supuesto, de lo contrario no te lo propondría; y cuando lo quieras vender, se liquida la sociedad propietaria y aquí paz y después gloria.
Así suceden estas cosas: siempre son legales. Por eso, nuestros bancos, nuestras constructoras, las empresas de la Marca España, nuestras empresas del textil, esas de las que tanto presumimos, tienen cientos –sí, sí, cientos, digo bien–, cientos de empresas radicadas en la mayor parte de esos paraísos fiscales, con el conocimiento y la anuencia de nuestro ministerio de hacienda (así, con minúsculas); de otro modo no las tendrían. Ese nuestro ministerio está exclusivamente ocupado en vigilar la situación fiscal de los españolitos que viven de un sueldo, de una pensión, de unos alquileres, de unas chapucillas, ganen lo justo para malvivir o puedan permitirse hasta ciertos lujos; de esos pequeños y medianos empresarios que se queman las pestañas por su empresa: ninguno de ellos aspira a tener una cuenta en el canal famoso o en las islas de la virgen. Y como con eso que recauda no le llega al gobierno para cuadrar el presupuesto, recurre a los recortes, se come la hucha de las pensiones y se endeuda, pero de tocar a los que realmente tienen e ingresan dinero a espuertas, tranquilos, a esos no se les toca.
¡Faltaría más!
José María Pozas |