Skip to main content

Actualidad

01 Septiembre 2021

Estangento Saliente. Esteban Langa Fuentes

Esteban Langa

Las centrales eléctricas reversibles se construyeron para aprovechar la energía sobrante procedente de las centrales nucleares en las horas de menor demanda. Las nucleares funcionan a producción constante para atender la máxima demanda de la zona que abastecen, pero cuando esta desciende, la energía producida en exceso se pierde porque la nuclear sigue manteniendo la misma producción.

El aprovechamiento de ese sobrante se consigue conectando entre sí dos masas de agua situadas a diferente nivel, a través de una estación de generación-bombeo, de tal manera que la energía sobrante de la nuclear, que se perdería en las horas de bajo consumo, se usa para bombear agua desde la masa inferior a la superior, y cuando el consumo de energía crece alcanzando el máximo cedido por la nuclear, la central reversible producirá energía suplementaria mediante el agua almacenada en la masa superior, que desciende hasta la masa inferior accionando los generadores de la central.

Los vasos que contienen el agua pueden ser tanto naturales como artificiales. Un ejemplo es la central reversible de Cortes de Pallás, donde el vaso superior está constituido por una enorme piscina excavada en la roca, en la meseta de la Muela de Cortes, y como vaso inferior se utiliza el embalse de Cortes de Pallás, y la energía para elevar el agua desde la presa de Cortes de Pallás hasta la piscina de La Muela es la sobrante de la central nuclear de Cofrentes. En el caso de la central reversible Estangento Sallente, el vaso superior es el propio lago Estangento, y el inferior el lago Sallente, cuyo desagüe se recreció para elevar su capacidad. Durante la noche, la central eleva el agua bombeándola desde el lago Sallente al Estangento, usando para accionar estas bombas la energía sobrante de la central nuclear de Ascó. Durante el día se genera energía mediante el agua que ahora desciende desde el lago Estangento al de Sallente, accionado los generadores de la central.

La construcción de esta central fue llevada a cabo por Copisa (Constructora Pirenaica, S.A.) entre los años 1981 y 1985. La conexión entre ambos lagos se realizaba a través de la roca y se estaba llevando a cabo con un equipo de perforación eléctrico, tipo Raise Borer, que perforaba las chimeneas que conducirían el agua entre los lagos, en ascenso desde la pequeña caverna usada, de momento, para el montaje de la cabeza perforadora. Esa caverna se ampliaría posteriormente hasta convertirse en la caverna de la central que albergaría todos los equipos de producción y bombeo.

Esta sería excavada mediante voladuras y preocupaba que las vibraciones producidas por estas afectaran a los pozos inclinados que los equipos Raise Borer se encontraban perforando, por lo que decidieron realizar un estudio de vibraciones que permitiera diseñar esas voladuras para evitar producir daños a los pozos o a los equipos. Copisa encargó la confección de este estudio a Río Blast, ingeniería de explosivos de la que yo era director.

De forma muy resumida, un estudio de este tipo consiste en disparar cargas explosivas de diferentes pesos, confinadas en diferentes barrenos, registrando el nivel de vibraciones producido por su detonación en diferentes puntos. Tras ese trabajo de campo, el trabajo de gabinete consiste en establecer la ecuación que liga el peso de las cargas de explosivo (Q) con la velocidad de vibración producida (V), a una distancia determinada (D) de forma V=f[QD], con la que en el futuro trabajo se puede predecir el nivel de vibración que se alcanzará en un determinado punto en función de la carga del barreno disparado y la distancia a él. Limitando el nivel máximo de velocidad de la vibración admisible en ese punto se pueden definir las cargas y secuencias a usar en las voladuras de arranque futuras en cada momento.

ENTRE LOS DIENTES DEL CAZO PODÍAMOS VER LAS BOCAS DE LOS BARRENOS QUE SE ENCONTRABAN A ESCASOS METROS. CON UN RADIOTELÉFONO ÍBAMOS COORDINANDO LOS DISPAROS CON EL ENCARGADO.

Copisa perforaría unos barrenos dentro de aquella pequeña caverna que serían disparados por ellos, registrando nosotros las vibraciones producidas dentro, calculando esa función que serviría para el diseño de las voladuras necesarias para su ampliación, hasta constituir la central hidroeléctrica.

Y allá marcharon dos ingenieros de minas de Río Blast a realizar los pertinentes ensayos de campo, regresando a Madrid con una montaña de registros enlatados en la memoria del sismógrafo, con la satisfacción del deber cumplido tras soportar estoicamente el largo viaje hasta aquel maravilloso paisaje pirenaico, dispuestos a dar un calentón al ordenador para obtener la apreciada fórmula y los parámetros adicionales básicos para el diseño de las futuras voladuras de arranque.

Pero ocurrió que al extraer la información de los registros, en lugar de aparecer unas curvas representativas de lo que debía ser una onda sísmica, aparecían unos extraños registros con saltos, valles y extraños picos, que nada tenían que ver con los registros normales predecibles. Tras conocer que la toma de datos se llevó a cabo mientras todos los equipos de la obra se encontraban trabajando, y muy especialmente el Raise Borer, llegamos a la conclusión de que nuestro instrumental se había visto afectado por los campos electromagnéticos y corrientes erráticas que toda aquella parafernalia eléctrica producía en el lugar.

—Pues sí –decía uno de los que realizaron las mediciones–, allí debía haber amperios a esgaya, porque no veas cómo zumbaban los cables y los transformadores...

—Es que además nosotros teníamos mucho cable tendido y cerca de los transformadores –comentaba el otro– y eso ha debido producir señales que han interferido con los registros.

—En todo caso, el final es que los registros no sirven para nada –dije–. Es un gatillazo y hay que repetir el trabajo.

Comuniqué a Copisa el problema. La única solución posible era realizar los ensayos un día de fiesta, cuando la obra se encontrara parada. El problema de la incidencia de los equipos eléctricos no existiría. Acordamos realizar los ensayos el domingo siguiente y allí nos desplazamos viajando el sábado hasta La Pobla de Segur, a unos 40 kilómetros de la obra, donde hicimos noche para poder llegar a esta el domingo a primera hora de la mañana, donde nos esperaría un encargado de Copisa y un par de operarios que se ocuparían del disparo de los barrenos de ensayo, mientras nosotros tomábamos de nuevo los registro de las vibraciones producidas. Me acompañaba un ingeniero joven, un tal Eduardo González, con la carrera terminada recientemente y pocas horas de vuelo, poco amigo de los trabajos de campo y que, en cambio, disfrutaba con todo aquello que tuviera que ver con la informática o electrónica.

La obra estaba parada y, por lo tanto, el riesgo de afecciones a los registros por corriente no existía, pero, aunque Eduardo propuso realizar la toma de registros desde el exterior de la caverna, yo insistí en que lo hiciéramos dentro.

Aunque por la profundidad de los barrenos de ensayo y su disposición en el piso era muy difícil que lleváramos alguna pedrada, consideramos conveniente tomar los registros cubiertos por el cazo de una cargadora y nos situamos con el equipo de registro junto a nosotros y el cazo apoyado en el suelo formando una campana cubriéndonos. Entre los dientes del cazo podíamos ver las bocas de los barrenos que se encontraban a escasos metros. Con un radioteléfono íbamos coordinando los disparos con el encargado, que se encontraba en el exterior con el explosor. Tras cada disparo, uno de los operarios entraba de nuevo a la caverna para colocar el detonador en el cordón detonante de otro barreno, para realizar el disparo siguiente.

Eduardo no se había visto en otra igual en su vida y aunque demacrado por el miedo que estaba pasando aguantó el tipo sin desertar, porque el sonido de cada explosión reverberando dentro de aquella caverna y la campana que representaba el cazo hacía pensar que se iba a hundir la montaña; y si por si eso fuera poco para amedrentar a nuestro amigo, percibíamos amplificado el sonido de alguna pedrada sobre el cazo, lo que se sumaba al desasosiego que sufría. Pero el tipo era valiente, pues superó el miedo. Yo no tenía miedo, no por mi valor sino porque por mi edad había toreado ya en peores plazas y escuchado esos truenos y sonidos de pedradas en bastantes ocasiones y me resultaban familiares.

BUENO, PUES SI NO PAGO LA CENA -HIZO UNA NUEVA PROPUESTA–, POR LO MENOS OS QUEDÁIS A TOMAR UNAS COPAS, QUE YO INVITO, Y LUEGO PODEMOS IR A PUTAS, QUE CONOZCO UN SITIO...

A media mañana, el encargado de Copisa (a quien llamaremos Germán en lo que sigue) nos indicó que iban a parar para comer algo. Era su tiempo de descanso. Pensé en aprovechar ese rato para acercarme a la caseta de obra y saludar al jefe de esta. No llevábamos nada de comer y el pueblo más próximo para dar un bocado, estaba muy lejos; entre “Casadiós” y “Quintocoño”.

—¿Ver al jefe de obra? –me espetó Germán–, tú estás chalao, hombre; aquí hoy no ha venido ni Dios. Nosotros somos los únicos porque veníais vosotros. Veniros a la caseta con nosotros a comer algo.

—No traemos nada de comer –respondí–. Pensábamos terminar antes y...

—¡Qué hostias dices, hombre! –me cortó–, os venís con nosotros que traemos pa jamar y hay pa tós, y así también os calentáis con un trago vino.

Y con ellos fuimos. Allí tenían sobre la mesa un par de botas de vino junto con unas barras de pan y un surtido de chacinas variadas, en cantidad como para alimentar a diez personas en lugar de las cinco que formábamos la panda dominguera. Entramos a la pitanza con apetito de huérfanos y al vino con sed de náufragos y, mientras dábamos cuenta de aquellos manjares, Germán se interesó por nosotros y nuestra actividad.

—¿Y tú que eres? –me preguntó en un momento de la conversación, tras explicarle en qué consistía nuestro trabajo.

—Ingeniero de minas –respondí.

—¡Anda y déjate de cachondeo! –saltó como un resorte–. ¡Qué coño vas a ser tú ingeniero!

—Que sí, hombre, que sí –repetí.

—¡Una polla, vas a ser tú ingeniero! –dijo volviéndose sonriendo hacia los compañeros–. Este está de cachondeo...

—¿Qué te apuestas? –le reté sonriendo

—La cena pa tós en el pueblo –envidó Germán.

—Saqué de la cartera el carné de colegiado, que solía llevar encima, y se lo largué. Germán se quedó de piedra, profiriendo una blasfemia con la que daba a entender que acababa de perder la apuesta, lo que propició el jolgorio de todos los presentes.

Germán comenzó entonces a excusarse, aplicándome el “usted” de inmediato.

—Perdón, verá usted... es que yo creía... –balbuceaba–. Es que... vestido con un mono y tirao por el suelo, metío bajo el cazo la pala, aguantando los cañonazos... Eso no lo hacen los ingenieros...

—Pues mi compañero también lo es –le respondí entre risas–, y si no quieres que te haga pagar la apuesta me vuelves a tratar como antes y me apeas el usted, que nos iba muy bien y así hemos conseguido que nos invitarais a buenos chorizos. Seguro que si hubieras sabido que éramos ingenieros nos habían dao por culo y nos habríais dejao sin catarlo.

—Pues claro, ¿no te jode? –respondió–. Si es que los ingenieros de aquí ni entran a la caverna. Ni pa Dios se van a manchar estos. Que vosotros sois mu raros.

Germán insistía en pagar la apuesta, a pesar de que yo le repetía una y otra vez que se trataba de una broma, con la que todos nos habíamos divertido y nada más.

—Bueno, pues si no pago la cena –hizo una nueva propuesta–, por lo menos os quedáis a tomar unas copas, que yo invito, y luego podemos ir a putas, que conozco un sitio que... y a la puta estás invitao también.

Le agradecí su oferta, que decliné con la justificación de que nos quedaba mucho camino de vuelta y no podíamos quedarnos. Antes de marchar le pregunté:

—¿Tú eres catalán, Germán...? ¿Eres de Lérida?

—¡Qué hostias catalán! ¡Soy de Zaragoza, ridiós! –respondió.

¡Ah!, los registros salieron bien y terminamos el estudio.

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de


Artículos relacionados