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Actualidad

15 Enero 2020

Zaidín. Esteban Langa Fuentes

Esteban Langa

Para todos aquellos que no han conocido el típico ambiente de las obras, aclararé que con el término “carrilano” se conoce en ellas a aquellos paisanos, trabajadores de diferentes cualificaciones, que ejercen su actividad en las empresas constructoras que desarrollan su trabajo en cualquier lugar de esta nuestra España y que, con su “hatillo a cuestas”, aunque con su familia asentada en algún lugar fijo, recorren el territorio nacional saltando de obra en obra.

Hombres condenados a no echar raíces en ningún lugar, víctimas de constantes traslados entre territorios de distintas gentes, climas, paisajes y hoy hasta de distintas lenguas, en donde son acogidos de muy diferentes maneras e incluso en algunas son considerados extranjeros.

Cavosa era una de aquellas empresas que contaba con una importante nómina de carrilanos, dado que la actividad fundamental de la sociedad consistía en trabajar como subcontratista en la excavación en roca mediante explosivos, tanto a cielo abierto como en labores de interior, demoliciones mediante voladura y, en general, en cualquier actividad que requiriera el uso de explosivos.

Esto nos llevaba a ejecutar una gran cantidad de obras en diferentes puntos de nuestra geografía, con estancias de mayor o menor duración, pero siempre con una limitación temporal.

Nuestro personal fijo, (jefes de obra, topógrafos, encargados, capataces, barrenistas, artilleros, mecánicos...) habían paseado sus reales por muchos lugares, sin asentarlos en ninguno, y en algunas ocasiones esos periplos habían tenido lugar fuera de España. Se trataba de aquellos a los que se les aplica la calificación (para mí malsonante) de “expatriados”, que parece ser sinónimo más de “desterrado” que de “desplazado”.

ZAIDÍN FUE UNO DE AQUELLOS CARRILANOS PROTAGONISTA DE UNOS HECHOS QUE LO CONVIRTIERON EN UNA LEYENDA VIVA Y QUE, NATURALMENTE, TUVIERON QUE VER CON LA BRAGUETA.

Como es natural, en este grupo, muy a pesar de ese denominador común, los carrilanos eran de carácter muy diferente. Como vulgarmente se dice, cada uno era de su padre y de su madre, y en Cavosa los había de todas las edades, gustos, tipos y colores, algunos de los cuales se hicieron famosos en la empresa por alguna gesta llevada a cabo que, por su originalidad, corriera de boca en boca, acabando convertida en leyenda, de las que la mayoría se generaron en base a conocidos chascarrillos, como “por la boca muere el pez y el hombre por la bragueta”, “tiran más dos tetas que dos carretas”, “ata más pelo de coño que calabrote”... y cosas así.

Y es que el celibato obligado por la fidelidad debida a novias o esposas era una de las mayores dificultades que se veían obligados a superar los carrilanos en las noches solitarias, lejos del calor de sus compañeras.

En algún sitio relaté como ejemplo de ello, la anécdota de que un barrenista exigía a su jefe que la empresa le pagase un viaje a su domicilio familiar al menos una vez cada dos semanas. Llevaba su deseo al extremo de que si aquél no aceptaba el requerimiento, pediría la cuenta directamente de forma inmediata.

Cuando el jefe le preguntó cuál era el extraordinario motivo que tenía para llevar las cosas a ese extremo, aquél le respondió.

—Mire jefe, es que si en ese tiempo no vuelvo por casa, se me sube la leche a la cabeza y me vuelvo loco.

Pues bien, Zaidín fue uno de aquellos carrilanos protagonista de unos hechos que lo convirtieron en una leyenda viva y que, naturalmente, tuvieron que ver con la bragueta.

Conocí a Zaidín en una obra que ejecutamos en las cercanías del pueblo de Pancorbo. El trabajo consistía en la excavación de las trincheras y túneles para la construcción de la autopista AP-1 Burgos-Armiñón en el tramo correspondiente a su paso por el desfiladero de igual nombre que el pueblo.

Laing era adjudicataria de la obra. Los trabajos de excavación a cielo abierto eran llevados a cabo por Cavosa, en calidad de subcontratista, mientras que para la excavación de los túneles (San Nicolás, Barrio y Hontoria) se había constituido una Unión Temporal de Empresas (UTE), formada por Laing y Cavosa, UTE que trabajaba a su vez como subcontratista de Laing.

Las figuras eran complicaditas y por ello a veces se generaban problemas en la obra motivados por el inevitable partidismo de los componentes de la UTE, más fieles a la empresa a la que pertenecían que a la Unión Temporal a la que deberían servir, generando roces entre estos, algunos de consecuencias estrepitosas.

La más sonada tuvo como consecuencia el corte de la línea de ferrocarril Madrid-Irún. El Jefe de la UTE dedicada a la excavación de los túneles era un tipo de Laing, mientras que el responsable de las voladuras era un encargado de Cavosa.

El hombre de Laing era un andaluz al que habían asignado el mote de “Zeñorito”, que desconocía por completo la técnica de voladuras, pero hacía lo posible e imposible para que el personal le reconociera como “jefe” del cotarro y no perdía ocasión para tratar de ejercer una autoridad de la que no era merecedor.

El “Zeñorito” trató de meter la nariz en los esquemas de voladura que llevaba a cabo nuestro encargado, el hombre de Cavosa, y trató de enmendarle la plana, diseñando él, personalmente, el esquema para una pega de uno de los túneles. Creo recordar que fue en una de las primeras pegas del emboquille del túnel de Hontoria en su boca norte, que apuntaba hacia la cercana vía del ferrocarril.

La secuencia adecuada para una pega en un túnel, galería, pozo... en general, siempre que se trate de excavar un hueco donde es preciso crear un frente para los barrenos, es: cuele, contracuele, corona, contracorona, destroza, recorte y zapateras. En el caso de aplicar precorte, la secuencia sería la de precorte, cuele, contracuele, corona, contracorona, destroza y zapateras.

Las zapateras siempre serían los barrenos disparados en último lugar, pero el Zeñorito diseñó la voladura asignando el primer número de detonador de la pega justo a las zapateras, los barrenos al piso, siempre sobrecargados.

Nuestro encargado (no recuerdo su nombre, pero sí que estaba hasta los cojones de las injerencias del Zeñorito) lo dejó hacer. Aquellos barrenos, produjeron unos tremendos bocazos, actuando como cañones y enviando una “manta” de piedras a la vía del ferrocarril Madrid-Irún, jodiendo la catenaria y la vía. Desde ese día, al Zeñorito no se le volvió a ocurrir ni siquiera posar la vista sobre un esquema de voladura. Ni siquiera volvió a mirar el dibujo de reojo.

Pero volvamos a nuestro Zaidín, al que conocí en aquella obra, cuya responsabilidad me asignaron cuando los trabajos se encontraban ya bastante avanzados.

Zaidín pertenecía al grupo de los que realizábamos los trabajos de voladuras de exterior, cuyo jefe de obra era un facultativo de minas, un tal Francisco Martínez Montoya, una excelente persona y gran profesional de una fidelidad a la empresa que le hizo acreedor al nombre de “Paco Cavosa”, por el que se le conocía popularmente en la obra.

Las excavaciones se ejecutaban con varios carros de perforación sobre orugas, provistos de martillo en cabeza, accionados por compresores portátiles. Zaidín era el mecánico de la obra. Su nombre me sugirió la imagen de un guerrero árabe, de esos que cabalgaban por el desierto con turbante, capa y cimitarra dando matarile a todos los cristianos que tenían la mala fortuna de cruzarse en su camino, dejando a su paso una estela de enamoradas de cualquier creencia, raza o religión prendadas de su porte y gallardía.

Pero cuando le conocí personalmente, constaté que el físico del muchacho le descartaba hasta de participar como figurante en las fiestas de moros y cristianos de cualquier localidad del Levante español. Ni de moro ni de cristiano, ni para recargar trabucos. No estaba para mostrarlo en ninguna cabalgata.

Zaidín era de corta estatura y escasas carnes. Pero era fibra pura, puro nervio. Moreno, con el pelo muy corto. Enjuto de cara, con afiladas facciones y ojos hundidos, de expresión anodina.

Conducía una furgoneta acondicionada como taller con la que saltaba de un tajo a otro, como el “correcaminos”, levantando una impresionante nube de polvo tras de sí, circulando a todo trapo, a la máxima velocidad que le permitía el cascado motor del vehículo, para ir solucionando sobre la marcha las averías de los equipos.

Zaidín era absolutamente fiel a Paco Cavosa, que le convirtió en su hombre de confianza para realizar las compras necesarias para el desarrollo de su trabajo, (repuestos, accesorios, suministros y herramientas). Por ello nuestro muchacho realizaba frecuentes viajes a Bilbao o Burgos para adquirir algunos de los repuestos de uso más común para los equipos, como latiguillos, retenes, juntas, tornillería etc. En muchos casos esos pequeños suministros se abonaban al contado y, por ello, el jefe de obra Paco Cavosa le facilitó un talonario de una cuenta bancaria que había abierto para esos pequeños pagos y en la que Zaidín tenía firma autorizada, para uso cotidiano, abonando de esa manera a los suministradores conocidos los importes de aquellos materiales.

Por alguna razón que desconozco, el jefe de obra, Paco Cavosa, decidió cancelar aquella cuenta, abriendo otra en otro banco, en la que de nuevo autorizó la firma de nuestro amigo.

Zaidín marchó un día a Bilbao para comprar algunos repuestos y tardó varios días en regresar a la obra sin que nadie supiera donde se había metido durante todo ese tiempo, aunque, extrañamente, ningún operario daba la menor importancia a la desaparición de Zaidín, lo que le parecía a Paco Cavosa un tanto extraño. Algo raro había en esa misteriosa ausencia.

Por otro lado, la cuenta autorizada no se había tocado. Paco Cavosa comprobó que tampoco se habían producido cargos indebidos en la nueva cuenta, por lo que no cabía pensarse que Zaidín la hubiese limpiado para desaparecer luego, y de la anterior ya no se tenía que preocupar, puesto que estaba cancelada.

EL CELIBATO OBLIGADO POR LA FIDELIDAD DEBIDA A NOVIAS O ESPOSAS ERA UNA DE LAS MAYORES DIFICULTADES QUE SE VEÍAN OBLIGADOS A SUPERAR LOS CARRILANOS EN LAS NOCHES SOLITARIAS, LEJOS DEL CALOR DE SUS COMPAÑERAS.

Al cabo de bastantes días sin noticias del chico, apareció de improviso, justificando su espantada con lo que parecía un cuento sobre supuestos problemas familiares.

En apariencia todo volvía a la normalidad, aunque todos en la obra pudieron observar que Zaidín tenía una nueva forma de andar, caminando más lentamente y con las piernas más abiertas y más arqueadas de lo que era habitual en él.

—Mira este, parece que viene de montar a caballo –decía uno.
—Pues sí es verdad que anda despatarrao... –decía otro–. Igual es que se ha metido de extra en una película del oeste para sacarse un dinerillo.
—O se ha pegao un viaje largo en moto –decía un tercero.
—O le han dao por el culo –decía el más malpensado y soez.
—O todo junto; las tres cosas –recapacitaba el primero.

Como se dice popularmente, “al final todo se sabe”, y también se desveló el arcano de la aventura de nuestro amigo, conociéndose el verdadero motivo de su ausencia.

Según se contaba, tras cancelar la primera cuenta, Zaidín había conservado ese viejo talonario que ya carecía de valor y que Paco Cavosa no recordó pedir que se lo devolviera para destruirlo.

Uno de aquellos días en los que Zaidín viajó hasta Bilbao para adquirir algún trebejo necesario para reparar los equipos, decidió hacer una visita de inspección a un nuevo “putiferio” y echar un rato para observar la cantidad y calidad de las meretrices.

Y como una cosa lleva a la otra, Zaidín quedó prendado de la belleza de una de aquellas chicas que prestaban desde servicio de “cambio de aceite” hasta la “revisión y mantenimiento completo” en las dependencias anexas y reservados del mismo local.

Enamorado de aquella princesa hasta las cachas, canillas, tendones y nervios, como rucio en celo sometido a la tiranía de sus testículos, decidió no demorar un solo instante consumar una coyunda (o varias) con aquella diosa del amor.

Pero sobre aquella brusca pasión surgió el nubarrón económico: Zaidín carecía de efectivo para satisfacer ni tan siquiera el precio de un cambio de aceite.

Tras unos segundos de aflicción de nuevo brilló el sol en el cielo, cuando Zaidín recordó que llevaba encima el talonario de aquella cuenta cancelada. La diosa, confiando en el enamorado, consintió en recibir sus emolumentos mediante un talón al portador (en este caso portadora).

Esto le permitía extender la prestación a un servicio “completo”, sin importarle el precio y Zaidín extendió el correspondiente cheque incluyendo una generosa propina y tras el refocile, abandonó el local como un triunfador, por la puerta grande. Al día siguiente la trabajadora del amor se presentó en la ventanilla de la entidad financiera y se encontró con un inesperado impago por la inexistencia de aquella cuenta. Había sido objeto de una estafa.

Era meridianamente claro que si el cheque hubiera sido emitido para el abono de algún otro servicio, la denuncia habría prosperado y puesto a Zaidín en 24 horas en comisaría, pero aquella mujer debió pensar que, dado su oficio, podría ocurrir que, si denunciaba los hechos, a lo peor acabaría teniendo que prestar algún servicio adicional y gratuito a algún otro “miembro” del cuerpo de funcionarios, por lo que optó por romper el talón y asumió el impago, aunque parece que no olvidó al estafador.

Pasado un tiempo y en otro viaje a Bilbao, nuestro amigo consideró conveniente hacer un mantenimiento de su aparato reproductor con un “cambio de aceite”, entrando a otro puticlub, donde curiosamente tropezó con la estafada, que había cambiado de local pero no de actividad.

Contrariamente a lo que Zaidín pensó al verla, o sea, que le caería encima a bofetadas y arañazos, la moza le saludó con simpatía, haciéndole risas, por lo que ella decía haber considerado como una broma muy original y se “enrolló” con él.

LA FÉMINA LE PROPINÓ UN MORDISCO BRUTAL, LOBUNO, ENTRE LA EMBOCADURA DE LA TROMPETA Y LOS PISTONES, O SEA, EN LA ZONA DEL GOLLETE, ABANDONANDO A CONTINUACIÓN A TODA VELOCIDAD EL LOCAL CON LAS COMISURAS DE LOS LABIOS MÁS ENSANGRENTADAS QUE LA HIJA DE DRÁCULA.

No podría decirse de Zaidín que fuera feo de cojones, pero sí se podía asegurar (a la vista estaba) que lo era de cara y que además poseía un cuerpo poco agraciado, pero los halagos de aquella experta consiguieron hacerle creer que con el menú de su primer encuentro ella había quedado prendada de sus encantos, y que aceptaba como una simpe broma el pago con un cheque sin valor, por lo que no desconfió cuando esta le propuso entrar en un reservado. Ella invitaba.

La primera oferta de la chica consistió en un servicio musical; un concierto de trompeta. Zaidín ponía el instrumento y ella la ejecución. La muchacha se amorró a la corneta de nuestro amigo, comenzando de inmediato la interpretación de la partitura.

Y fue entonces, en el instante en el que nuestro amigo se encontraba con los ojos en blanco, extasiado con la armoniosa melodía, cuando la fémina le propinó un mordisco brutal, lobuno, entre la embocadura de la trompeta y los pistones, o sea, en la zona del gollete, abandonando a continuación a toda velocidad el local con las comisuras de los labios más ensangrentadas que la hija de Drácula. Nunca más se supo de ella.

Por fortuna, la muchacha no llegó a quedarse con la tajada en las fauces, sino que aún quedaba una pequeña porción carnosa que mantuvo el bocado unido al mango. De otra manera, o se la hubiera tragado o escupido en mitad de la vía pública, o incluso en algún recóndito callejón durante su veloz carrera, acabando como piscolabis para cualquier gato vagabundo. A Zaidín se lo llevaron al hospital sangrando y chillando como un cochino en la matanza.

Se decía que la gente no alcanzaba a comprender el porqué de las carcajadas de los sanitarios y del conductor y ayudante de la ambulancia, mientras trasladaban a un “accidentado”. Al infeliz debía dolerle con tan solo mirársela.

Parece que fue en el Hospital de Cruces donde le intervinieron para cortar la hemorragia y le empalmaron literalmente el rabo con una cuidadosa costura, tal vez a punto de cruz, realzando la pieza con un filtiré o un bello brocado y lo encamaron hasta darle el alta, después de asegurarse de que las partes del miembro medio seccionado habían quedado atadas y bien atadas (como dijo aquél) y podría hasta bailar la Yenka sin riesgo de desprendimiento del fragmento cosido.

Todo lo anterior explicaba su ausencia y su cuidadosa y extraña manera de andar a su retorno a la obra, y lo que dio lugar a aquella leyenda que pasó a formar parte del repertorio de cuentos eróticos carrilanos.

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas


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