Actualidad
Ante mi llamada, Lucas me ha pedido iniciar la conversación, antes de que le haga pregunta alguna.
—Por supuesto, hombre, cuéntame lo que quieras.
—Vale, verás, hoy te quiero hablar del que fue llamado, por su extensión, el Mar de Aral, que era el cuarto lago más grande del mundo, con una superficie algo menor que nuestro vecino Portugal. Pues bien, ese lago o mar ha quedado reducido a un 10% de la extensión que tenía hasta los años sesenta del siglo pasado, debido al desvío de las aguas de los ríos Amu Daria y Sir Daria que lo alimentaban, para regar otras tierras, a veces hasta a 500 kilómetros de distancia y permitir el cultivo de algodón y cereales; ésa fue la causa de este desastre. El lago no solo ha perdido su agua, su desecación ha traído un aumento de la salinidad de su superficie con fatales consecuencias para la salud de los habitantes ribereños, por el consabido aumento de enfermedades derivadas de las tormentas de polvo, el cambio climático producido, por no hablar de la desaparición de la pesca, y todo esto no solo en la zona ribereña sino también en los países vecinos, doscientos kilómetros lejos de sus orillas iniciales.
—Pues vaya, me dejas de piedra, Lucas.
—Espera, espera, que no he acabado: Ya se sabe que en España, como somos muy desprendidos, hemos cedido el agua como si no valiera nada. Los ayuntamientos, esos entes que son el primer escalón de cesión de poder por la ciudadanía, y las diputaciones o comunidades autónomas, que son los segundos, se han sentido libres para, a su vez, ceder esos derechos a empresas privadas, muchas de las cuales tienen entre su accionariado y su dirección personas que han sido concejales o diputados, seguramente en señal de agradecimiento, es de suponer. Quizás recuerdes –yo no lo consigo– una confrontación, hará unos treinta años, entre el ayuntamiento y los vecinos de una población castellana que no querían que aquél cediera la traída municipal de aguas a una empresa privada. Y es que el asunto puede resultar muy goloso: el ayuntamiento, que bastante lío tiene con los empleados imprescindibles, externaliza, como se dice ahora, la gestión del agua, y la empresa que la recibe se ocupa de esa plantilla. Como está habituada a bregar con los trabajadores, y ya sabes que siempre nos insisten machaconamente que la gestión privada es, por definición, mejor que la pública, y además, paga por quedarse con la gestión, miel sobre hojuelas. ¿No debiéramos pensar que es bastante extraño que se queden con el muerto, paguen por ello y encima ganen dinero?
—Pero, Lucas...
¿CONOCES ALGUNA CONCESIONARIA PRIVADA DE SERVICIOS PÚBLICOS QUE LE HAYA IDO MAL? SI NO ES ASÍ, ¿POR QUÉ ESAS ACTIVIDADES NO SE PUEDEN LLEVAR A CABO DESDE LA ESFERA PÚBLICA? ¿TENEMOS QUE TRASPASAR PODERES PARA QUE OTROS TRIUNFEN CREANDO GRANDES EMPRESAS, SE FORREN Y DESPUÉS NOS DISCUTAN LOS IMPUESTOS QUE DEBEN PAGAR PARA QUE HAYA UNA SANIDAD Y UNA EDUCACIÓN PÚBLICAS?
¿No te suenan empresas como Fomento de Obras y Construcciones y otras tantas, grandes y pequeñas? Seguramente las verás en todas las ciudades gestionando el agua, la limpieza, las basuras, etc. Llegará el día en que corran con la seguridad pública... ¿por qué no?, o con el sistema penitenciario, por poner un ejemplo. ¿Hasta donde llegará su “capacidad de sacrificio” y su vocación de gestionar actividades públicas? Si esto se lleva hasta su final, ¿no debiera ser el último paso que gestionaran también la actividad política y sustituyeran a los concejales? ¿Es eso lo que queremos?
—Pero, Lucas, habíamos quedado en hablar del agua y creo que te has desviado un tanto...
—¡Tienes razón! Discúlpame, es que hay cosas que me exasperan, pero el próximo día nos centraremos en el agua. Sin falta. Vale, hasta pronto...
—Conforme, te llamaré, ¡hasta luego, Lucas!
José María Pozas |