Skip to main content

Actualidad

01 Junio 2022

Unidad frente a los riesgos. Alicia Coronil Jónsson

La invasión rusa de Ucrania, más allá de sus graves consecuencias humanitarias y de sus futuras implicaciones sobre el orden internacional que conocíamos, ha acentuado algunos de los principales desequilibrios generados a raíz de la crisis global del Coronavirus: los cuellos de botella en las cadenas de valor, el encarecimiento del transporte de mercancías, el repunte de los precios de las materias primas industriales y alimentarias, y la crisis energética. Una combinación de factores que ha impulsado las presiones inflacionistas presentes desde 2021 a máximos, alcanzando en Europa y EEUU tasas ausentes durante décadas en el día a día de los hogares y en la toma de decisiones empresariales y de las autoridades económicas.

Pero si creíamos que 2022 no podía venir cargado de más acontecimientos adversos, la nueva ola de la pandemia en China se erige como la segunda perturbación inesperada del año. Los vientos de cara perfilan nuevos retos socioeconómicos a corto y medio plazo ante:

– Unas tasas de inflación más elevadas y persistentes de las proyectadas inicialmente al acentuarse la crisis energética y los cuellos de botella en las cadenas de valor globales, que se han visto agravadas con la disrupción del suministro de materias primas clave procedentes de Rusia y Ucrania, la destrucción de una parte significativa de las infraestructuras ucranianas y el escenario de una guerra prolongada en Europa. Todo ello, unido al impacto en la actividad industrial y logística de China de las medidas de confinamiento en núcleos urbanos que representan aproximadamente un 35% de su PIB, retrasan la normalización de las cadenas de valor globales previsiblemente más allá de 2023.

– La nueva ola de la pandemia en China y las restricciones de movilidad adoptadas para su control han provocado una mayor ralentización de su actividad socioeconómica, proyectándose una contracción de su PIB este trimestre. La potencia asiática se enfrenta a su propio trilema por la imposibilidad de su Gobierno de encontrar un correcto equilibrio entre mantener su política cero covid, estabilizar su ratio deuda/PIB y alcanzar el objetivo de crecimiento de un 5,5% anual, cuando podría situarse por debajo del 4%. Un escenario complejo no solo a nivel interno de cara a la reelección de Xi Jinping en el XX Congreso Nacional del Partido Comunista en octubre ante el deterioro de la confianza de los hogares o el repunte del desempleo juvenil a un máximo histórico de un 18,2%, sino también porque condiciona a la baja las perspectivas globales al contribuir la economía china aproximadamente a un 30% del crecimiento mundial.

NO PODEMOS FIAR EL CRECIMIENTO ECONÓMICO A LA POSITIVA EVOLUCIÓN DEL MERCADO LABORAL, AL AHORRO EMBALSADO DURANTE LA PANDEMIA O A LA EJECUCIÓN DE LOS FONDOS NEXT GENERATION UE.

–Los elevados niveles de precios y el creciente riesgo de que se produzcan efectos de segunda ronda, en un contexto en el que la inflación subyacente mantiene su tendencia al alza, están provocando un endurecimiento mayor de la política monetaria en EEUU y en la Eurozona. Así, junto a las subidas de tipos proyectadas por el consenso de mercado, se estima que la reducción del balance de los bancos centrales del G7 podría ascender a 2 billones de dólares a finales de 2023, que representa en torno al 2% del PIB global y un 20% de los estímulos monetarios introducidos para hacer frente a la pandemia hasta 2021. Una reducción de los balances que podría provocar un incremento adicional de los tipos de interés de financiación de entre 25 y 125 puntos básicos. Todo ello en un entorno en el que ya se está produciendo un progresivo deterioro de la renta disponible de los hogares y de los márgenes empresariales, el repunte de los tipos de la deuda soberana, la caída de las cotizaciones bursátiles y la apreciación del dólar, que en su caso añade nuevas presiones inflacionistas a la Eurozona.

– La creciente crisis alimentaria debido a las menores cosechas y disrupción del suministro de materias primas esenciales provocadas por la pandemia, la guerra en Ucrania y un mayor número de eventos climáticos (temperaturas extremas, sequías o inundaciones). A ello se añade el resurgimiento de un mayor proteccionismo, reflejado en la decisión de Indonesia de restringir las exportaciones de aceite de palma o de la India las de trigo para asegurar su consumo interno. Una combinación de factores que seguirá presionando al alza los precios de los alimentos, agravando la pérdida de poder adquisitivo especialmente de los hogares con menor renta, y que podría acentuar las tensiones sociales y geopolíticas en las economías emergentes, como nos recuerda el estallido de la primavera árabe en 2011.

– La posible respuesta de Rusia a la ampliación de la OTAN, el apoyo militar a Ucrania y a un nuevo paquete de sanciones de los países aliados, que podría materializarse con más interrupciones de suministro al continente europeo de energía y de otras materias primas básicas (alimentos, metales o fertilizantes), lo que situaría a la Eurozona especialmente a partir del cuarto trimestre en la antesala de un escenario de estanflación.

Una cascada de riesgos, que se suman a otras incógnitas como las decisiones geoestratégicas de China, que dibujan un probable escenario de recesión en 2023. De ahí, que no podamos fiar la senda del crecimiento económico a corto plazo de España a la positiva evolución del mercado laboral, al ahorro embalsado durante la pandemia o a la ejecución de los fondos de recuperación Next Generation UE, especialmente cuando nuestro país podría registrar un avance del PIB menor al 4% anual este año. Y, paralelamente, crecen las alertas sobre la sostenibilidad futura y las diferencias intergeneracionales de nuestro Estado de Bienestar. Evitar, no solo que se retrase todavía más la plena recuperación de la economía española, tras la disrupción de la pandemia, sino también construir una senda de crecimiento caracterizada por menores niveles de progreso y bienestar para las generaciones actuales y venideras, requieren de consenso y unidad.

Alicia Coronil Jónsson
Economista jefe de Singular Bank


Artículos relacionados