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La televisión pública sirviendo al bochorno. Enrique Pampliega
Llevo años sin ver Televisión Española. Y no por esnobismo ni por postureo antisistema, sino por higiene mental. Uno llega a una edad en la que ya ha visto suficiente miseria disfrazada de servicio público como para seguir tragando ruedas de molino. Apagué el televisor cuando entendí que aquello ya no servía para ilustrar ni para informar, sino para entretener y adoctrinar al despistado.
Pero esta vez me forcé. Me senté delante del aparato y me tragué La familia de la tele, esa cosa que han parido en la televisión estatal con aires de gran estreno, como quien coloca una alfombra roja a la puerta de un estercolero. Porque hay que escribir con conocimiento de causa. Y lo que vi fue exactamente eso: un vertedero, financiado con dinero público, que pretende hacernos pasar la casquería emocional por cultura popular.
No se engañen: La familia de la tele no es un nuevo formato. Es Sálvame travestido con el logotipo de RTVE. Los mismos rostros ajados por el exceso de plató y la falta de pudor, el mismo griterío de patio de vecindad sin alma, la misma basura de siempre, pero esta vez con el agravante de que ahora la pagas tú, yo y el resto de los incautos que aún declaramos ingresos en este puñetero país.
Lo más preocupante no es el contenido en sí, que es deleznable, sino el mensaje que lo acompaña: esto es lo que os gusta. Decir que esto es lo que los españoles quieren es una canallada. Es como justificar la venta de droga diciendo que hay demanda. El español responde cuando se le trata con respeto. Cuando se le ofrece buen cine, lo ve. Cuando se le da buena información, la agradece. Cuando se le trata como a un adulto, actúa como tal. Pero si lo tratas como ganado, acabará mugiendo. Y esto, perdónenme, no es sólo una traición a la misión original de RTVE. Es un insulto directo al ciudadano que aún conserva dos dedos de frente. Porque lo público –eso que financiamos todos– no está para competir con el griterío de las privadas. Está para ofrecer lo que ellas no pueden o no quieren: calidad, profundidad, pluralismo, pedagogía democrática. No trending topics.
RTVE no agoniza, no se engañen. Está perfectamente viva, con sueldos blindados y cargos nombrados a dedo. Lo que está es podrida. Se ha rendido con armas y bagajes al dogma de la audiencia a cualquier precio. Y cuando la audiencia es el único criterio, lo siguiente es el circo.
La familia de la tele es el síntoma visible de un cáncer que empezó hace tiempo: el de una televisión pública convertida en instrumento propagandístico y estercolero emocional al mismo tiempo. Un aparato al servicio del gobierno de turno y del mínimo común denominador emocional. Una RTVE más preocupada por agradar al partido que manda y a la turba que grita, que por cumplir con su función de informar, formar y elevar.
RTVE NO AGONIZA, NO SE ENGAÑEN. ESTÁ PERFECTAMENTE VIVA, CON SUELDOS BLINDADOS Y CARGOS NOMBRADOS A DEDO. LO QUE ESTÁ ES PODRIDA. SE HA RENDIDO CON ARMAS Y BAGAJES AL DOGMA DE LA AUDIENCIA A CUALQUIER PRECIO.
No se trata de nostalgia, ni de idealizar lo que fue. Se trata de dignidad. Lo público, para justificar su existencia, debe aspirar a ser ejemplar. Si no, es un gasto inútil. O peor: un enemigo. Porque una televisión pública que decide replicar el modelo de telebasura no sólo deja de ser útil. Pasa a ser un obstáculo. Un parásito institucionalizado.
Y no, no me vengan con que “hay que adaptarse a los tiempos”. Adaptarse no es arrodillarse. No es vestir de lentejuelas la mediocridad y ponerle maquillaje a la estupidez.
No es convertir la televisión pública en una copia barata de lo que ya hacen las privadas. Adaptarse, en todo caso, sería encontrar nuevas formas de educar, informar y formar criterio en estos tiempos de tribulación. Lo otro es simple rendición.
Aquí no hay error. Hay estrategia. El deterioro es deliberado. Una televisión pública débil, vulgar y chillona es el mejor juguete para el poder político y el mejor somnífero para el ciudadano. Mientras se gritan sandeces en pantalla, no se habla de lo que importa. Y si alguien se queja, se le señala como elitista, como negacionista, como alguien que no entiende al pueblo. Pero a ese pueblo nadie lo ha tratado con respeto desde hace años. Sólo le dan comida rápida audiovisual y luego le llaman libre. Lo que defiende una televisión pública así no es un modelo cultural. Es una máquina de anestesia. Un insulto con plató, maquillaje y aplauso enlatado. RTVE no informa: editorializa. No forma: adoctrina. No eleva: entretiene con barro.
Por eso escribo esto. Aún creo que los españoles damos para más. No todo el mundo quiere gritar ni mirar miserias ajenas. Aún hay quienes quieren aprender algo entre las nueve y las diez de la noche sin sentirse estafados ni cómplices. Y si RTVE no está dispuesta a ofrecerlo, que cierre. O que la llamen por su nombre: Ministerio del Cotilleo, la Propaganda y la Basura.
Pero que no nos tomen por idiotas. Porque algunos, aunque nos hayamos apartado del televisor, seguimos con el ojo abierto y la pluma afilada; joder, somos los paganinis de esto. Y no olvidamos que lo que están haciendo con la televisión pública es, en el fondo, lo que hacen con este país: corromper lo que un día fue digno.
Enrique Pampliega