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Venimos hoy sobre una noticia que el verano nos ha dejado y ha pasado casi desapercibida. No iba de fútbol, ni siquiera del Valle de los Caídos, y menciono este último asunto por la sencilla razón de que sea cual fuere la solución que se adopte, nada acabará, desgraciadamente, con la presencia omnipresente del franquismo en la sociedad española, principalmente en los dos partidos nacionales de la derecha, y en el ejército y la iglesia, supuestamente españoles. Por no hablar de la justicia, donde un sector bastante notable por su poder e influencia, pareciera añorar los tiempos del Tribunal de Orden Público... La noticia en cuestión pertenece al mundo de la ciencia, de la investigación, de los descubrimientos.
Einstein hizo su descubrimiento al analizar la fuerza de la gravedad de Newton. Llegó a la conclusión (demostrable) de que en un espacio no euclidiano, no plano, como en realidad es el espacio, que ya sabemos que se deforma por la gravedad, el tiempo se acelera en condiciones de baja gravitación, en tanto se ralentiza con una gravitación mayor. Pudo así encontrar explicación al fenómeno de la discrepancia de la órbita de Mercurio, que por ser el planeta más cercano al sol y, por tanto, estar bajo una mayor fuerza de gravitación solar, presentaba una diferencia anual en su posición orbital.
Pues bien, la noticia va, precisamente, de que en un observatorio astronómico chileno, científicos de la institución alemana Max Planck, observando un entorno cercano al planeta Mercurio han podido verificar la validez de la relatividad einsteniana espacio- tiempo: el tiempo se acelera en condiciones de baja gravitación, y viceversa, como hemos señalado arriba.
Es decir, lo que suponía y anticipó Albert Einstein hace un siglo, se revela cierto en estos momentos. Algo parecido a lo del bosón de Higgs; la mente humana estudia un problema que hasta ese momento ni siquiera se había planteado y emite una teoría que casi nadie, incluso entre los especialistas, comprende; después, pasado un tiempo, decenios a veces, otros científicos, quizás estudiando otros aspectos de la misma disciplina, demuestran empíricamente que aquello que había sido enunciado como una posibilidad necesaria, deviene cierta. ¡Imaginen ustedes ese momento!
Ese momento lo experimentó Peter Higgs al confirmarse, 48 años después de que su inteligencia lo proclamara, la necesidad de esa partícula que él consideraba imprescindible para la correcta interpretación del Universo. Si el bosón de Higgs no existiera, usted no existiría, vienen a decirnos los científicos. Esa confirmación vino de la mano de experimentos realizados en el Gran Colisionador de Hadrones, cerca de Ginebra, construido un poco antes. Stephen Hawking pidió –y consiguió– para Higgs el premio Nobel de Física. Ambos genios, Higgs vivo aún y Hawking desaparecido este año, vinieron a coincidir en señalar que Dios no es necesario en este proceso de creación del universo; Hawking lo expuso así: “Dado que existe una ley como la de la gravedad, el Universo pudo y se creó de la nada. La creación espontánea es la razón de que haya algo en lugar de nada, es la razón por la que existe el Universo, de que existamos. No es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el Universo”.
Yo no tengo nada de teólogo, pero me pregunto si la necesidad de la existencia de un ser supremo seguirá siendo –para algunos– la misma que hasta ahora; para mí, el desarrollo exponencial del conocimiento humano y su capacidad ilimitada para comprender el mundo que nos rodea y contiene, y a nosotros mismos, es una senda que demuestra lo cierto de la evolución y la no necesidad de ninguna criatura superior, ni de diseño inteligente alguno.
Nada tan hermoso y sugerente que el hombre, débil e insignificante como es, se sitúe ante el universo ignoto y magnífico; los dioses y las creencias han alumbrado el caminar de ese pequeño ser y se han creado hermosas mitologías en todas las civilizaciones –curiosamente, muchas de ellas ofrecen un parecido notable–, pero hoy la ciencia y el conocimiento son la única luz que puede guiar y procurar bienestar a esa mínima criatura en su paso vacilante por la vida.
José María Pozas |