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Actualidad

22 Julio 2019

El edificio Trino. Esteban Langa Fuentes

Edificio Trino

Una de las demoliciones por voladura más significativas que me tocó en suerte en mi vida profesional, fue la de un edificio de diez plantas conocido como Edificio Trino, ubicado en la ciudad de Almería. La obra fue adjudicada a Cavosa y ejecutada por personal de esta y de Detecsa, mientras que DYR, filial de ambas, fue responsable del proyecto de voladuras y de la dirección de obra, en la persona de un servidor de ustedes, que era entonces su director.

La razón para la demolición del Trino era puramente estética, porque ocultaba la vista del mar desde el paseo principal de Almería, la avenida de Federico García Lorca, que se estaba remodelando. El edificio se encontraba adosado a una gasolinera e incluso varios de los servicios de esta se encontraban en su planta baja. Se demolió una parte del edificio manualmente para independizarlo de la estructura de la gasolinera y se colocó una pantalla de protección entre la gasolinera y el edificio, resguardando los surtidores. No se vaciaron los tanques de combustible porque se disparó con explosivo y detonadores especiales para ambientes inflamables, de los usados en la minería del carbón.

El alcalde de Almería era entonces Juan Megino. Urólogo de profesión, era un tipo muy simpático y desarrollaba una actividad frenética. Estaba a todas, preguntaba todo y se enteraba de todo haciendo frecuentes visitas a la obra, donde teníamos amenas charlas con las que nació una mutua simpatía. Cerca del edificio Trino se encontraba el antiguo cargadero de mineral de la ya extinta Compañía Andaluza de Minas, una vieja estructura metálica que penetra en el mar, coronada por una vía de ferrocarril elevada, bajo la que se encuentran las tolvas para el acopio del mineral descargado desde el tren. Ese antiguo cargadero se convirtió en la imagen representativa de la ciudad de Almería.

En una de las visitas de Juan, acompañado por su concejala de obras, comentamos la conveniencia de demoler el cargadero en lugar de mantenerlo como “monumento industrial”, por el peligro que entrañaba su ruinoso estado y el costo que representaría su restauración y mantenimiento. Juan y yo coincidíamos en la conveniencia de hacerlo desa parecer. Nos parecía horrible, pero intervino la concejala ensalzando la “belleza” de la estructura y en consecuencia la defensa de su restauración y mantenimiento. Cuando yo iba a responderle, Juan sentenció:

—¡Déjala, Esteban, que esta es muy rara, fíjate que tiene siete hijos...!

Todos los presentes, ella incluida, soltamos una carcajada y dimos por finalizada la discusión aceptando que a alguien con siete hijos le podía gustar ya cualquier cosa.

El encargado de la obra fue un hombre de Detecsa, un tal Andrés, un tipo de casi dos metros de estatura con unas espaldas de metro y medio, como un armario de tres cuerpos y una barba que crecía “libre” y le llegaba hasta la cintura: Tenía unas manos como las de un oso y el pelo, negro y largo, recogido en una larga coleta.

Mientras el martillo rompedor con treinta kilos de peso imponía un cierto respeto a cualquier oficial, para Andrés era una nadería y lo manejaba con una sola mano y mirando al tendido. Andrés se manejaba con un grupo dedicado a la demolición manual de la parte del edificio adosado a la gasolinera, mientras yo me centraba en la perforación y colocación de protecciones para la voladura con otro equipo y un Facultativo de Minas llamado Alejandro, que pertenecía a la plantilla de Cavosa. La expectación creada por la voladura dio lugar a la atención de todos los medios, por lo que recibíamos visitas diarias de periodistas y aparecían continuamente comentarios en la prensa y televisión local sobre la mejora estética que la demolición del edificio significaría para el Paseo.

Y llegó el día. La publicidad había convocado a una cantidad ingente de personas que querían presenciar el espectáculo de la voladura. Era un sábado por la mañana y una gran parte de los espectadores eran jóvenes que se habían acercado por allí tras el cierre de bares y discotecas donde habían estado de “marcha” por la noche. Presenciar en vivo y en directo la tan publicitada voladura era la culminación de la fiesta y allí se fueron a disfrutar todo lo posible.

Juan Megino había decidido, en principio, ser él mismo quien “apretara el botón”, como se conoce coloquialmente el disparo del explosor, aunque luego cedió el honor a su mujer, así que montamos el “centro de operaciones” en la terraza de la última planta del Gran Hotel Almería, situado en la esquina diametralmente opuesta al Trino, bajando una línea de tiro por la fachada hasta la calle y de allí hasta el edificio a volar.

Juan Megino echaba mano de mí en cada ocasión que tenía que entrevistarse con los periodistas y ese día me quería a su lado a la entrada del hotel, lo cual me ponía nervioso porque mi preocupación era la voladura y no los periodistas, por lo que me escabullí, pidiéndole a Alejandro que le acompañara en la terraza para manipular el explosor de forma que la señora solo tuviera que apretar el “botón rojo”. Yo le conectaría la línea en la calle, daría una vuelta alrededor de la manzana del edificio para comprobar que todo estaba despejado y que la Policía Municipal y nuestros operadores controlaban los accesos, dando los toques de sirena que marcarían el momento de la voladura.

Y tras todo ello se produjo el disparo. El edificio cayó según lo previsto, sin afectar a la gasolinera y sin que se produjera daño alguno en los edificios o elementos del entorno. Antes de que la nube de polvo cubriera la escena, los espectadores empezaron a aplaudir. El espectáculo había terminado, pero para nosotros continuaba el trabajo. Aún había que hacer muchas cosas, entre ellas destruir el explosivo y detonadores sobrantes después de la carga de la voladura, pues la devolución al polvorín resulta prácticamente imposible.

Toda mi preocupación consistía en destruir tanto el explosivo como los detonadores antes de que la gente se empezara a arremolinar curioseando alrededor del edificio demolido.

Alejandro y yo nos ocuparíamos de ello, pero cuando íbamos a ponernos manos a la obra, de nuevo Juan Megino me envió recado de que me esperaba en un salón del hotel, donde de nuevo se congregaba la prensa y televisión. Salí para allá, pues como queda dicho se trataba de cruzar la calle, y despaché lo antes que pude para salir inmediatamente regresando a la obra, donde Alejandro había quemado ya el explosivo para ganar tiempo, pues la gente empezaba a merodear por la zona, por lo que tan solo nos quedaba destruir los detonadores, y estos solamente pueden destruirse explosionándolos.

Para ello me hice con una lata de pintura de buen tamaño, como de cinco kilos, pero vacía, y un par de tubos de PVC (plástico) procedentes de unas bajantes de aguas pluviales. Hicimos un mazo con los detonadores, reservando dos, que utilizaría con una pequeña cantidad de explosivo que habíamos conservado para ello, formando una pequeña carga que adosada al manojo iniciaría todos.

Introduje el conjunto en el bote de pintura vacío y preparé la conexión de los detonadores al explosor mediante una línea de tiro (cable), introducida a través de los dos tubos de PVC empalmados. Pusimos la lata en el suelo, con el tubo de PVC saliendo de la boca de esta, hasta unos 5 metros de distancia, y cubrimos la lata y tubo con escombros. Así el mazo de detonadores y su carga cebo estaban protegidos y no los dañaría el escombro con que lo cubrimos, e igualmente ocurriría con la línea de tiro, protegida dentro del tubo.

Conectaríamos la línea al explosor y dispararíamos sin producir ruido ni proyecciones. Visto desde fuera, aquello no era más que un montón de escombro del que asomaba un palmo de tubo de plástico del que salían dos cables. Como ya era conocido por la Policía Municipal, me dirigí a uno de ellos que se encontraba muy cerca de nosotros y le pedí que cortara un momento el paso de la gente por aquella zona. Atravesó el Nissan Patrol y se bajó poniéndose al lado entre este y noso tros. Alejandro conectó la línea al explosor y se preparó para disparar, mirando hacia el montón de escombro. Yo estaba delante de él, también en cuclillas junto al explosor, pero de espaldas al montón. Estábamos todos en línea y en este orden, la boca del tubo, yo, Alejandro y el Policía.

Alejandro cargó mientras yo sujetaba el explosor y disparó. El ruido fue prácticamente inapreciable, pero yo sentí el impacto de una tremenda perdigonada en el trasero. Eche la mano atrás y noté los agujeros del pantalón y algo líquido que me corría por las nalgas y que resultó ser sangre de las heridas del impacto. No dije ni media palabra porque caí en la cuenta inmediatamente de lo que había ocurrido.

Alejandro se tocaba la cara en un par de puntos, había sentido “algo” pero no se había enterado de qué se trataba. No tenía nada visible. El Policía miraba y remiraba sus botas altas y al suelo y daba saltitos girando, tratando de comprender qué coño le había sacudido en las botas.

No me paré para nada. Me saqué la camisa por fuera del pantalón y me fui al coche, donde por suerte tenía un jersey bastante fino, que me até a la cintura y me largué al hotel para evaluar los daños sufridos en el trasero.

Estaba claro. La explosión de los detonadores había fragmentado los casquillos y los porta-retardos y esas esquirlas habían salido guiadas por el tubo de PVC, impulsadas por los gases producidos por la explosión de su propia carga y la del cebo en dirección a mi trasero. Como un tiro de escopeta.

Sentí el impacto de una tremenda perdigonada en el trasero. Eche la mano atrás y noté los agujeros del pantalón y algo líquido que me corría por las nalgas y que resultó ser sangre de las heridas del impacto.

Mi culo se llevó prácticamente toda la metralla. Alejandro, al estar detrás de mí en la línea de tiro, quedó a cubierto y recibió algún pequeño impacto en la cara, afortunadamente sin consecuencias, y al policía le protegieron las botas. Había sentido algo, pero no sabía de donde le había venido. No se habían enterado y yo no se lo iba a contar, sufriría en silencio mi dolor y mi vergüenza, sin compartir esos sentimientos con nadie. Tenía los pantalones y calzoncillos agujereados, pero no me importaba su pérdida, pues gracias a ellos los daños colaterales (¿o debería llamarlos “culoterales”?) habían sido leves y tras lavarme en el bidet la escandalosa sangre de la retaguardia y mantener el culo sumergido en agua fresca un tiempo prudencial, suficiente para refrigerarlo, comencé la cura.

Siempre solía llevar un pequeño botiquín donde no faltaba la popular “mercromina”, que teñía de rojo indeleble toda la zona donde se aplicara. Supe entonces lo complicado que es verse el culo en un espejo de baño fijado en una pared, y tras intentarlo con complicadas posturas decidí que lo mejor era cubrir con la mercromina toda la zona para asegurar que cubría todos los impactos, así que lo extendí dejándome el culo como un mandril.

Aquello dejó de sangrar, así que con calzoncillos y pantalones limpios y sin agujeros volví al lugar de los hechos. Seguían las visitas y las entrevistas y de nuevo con Megino. Durante ese día se me hizo cansina la invitación de “pero siéntate, hombre, no estés de pie”, con mi repetida excusa: “no gracias, estoy mejor así”.

Unión Española de Explosivos disponía de un manual con las recomendaciones para la destrucción de estos. Para su nueva edición yo habría añadido una nueva recomendación:

“En la destrucción de detonadores, asegúrese de dónde pone el culo”.

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas

 

 

 


El edificio Trino en la prensa

La demolición por voladura del «edificio Trino» fue un acontecimiento de relevancia en la capital almeriense en mayo de 1998, pues fue contemplada por nada menos que 5000 personas. A raíz del excelente artículo de las páginas precedentes, de nuestro colaborador Esteban Langa, hemos recopilado y resumido distintas opiniones vertidas en su momento y tiempo después para valorar lo que supuso para Almería la desaparición del famoso edificio protagonista del relato en primera persona de Langa, que fue el encargado de su voladura.

El efecto matrioska

Antonio Felipe Rubio
Almería, 11 de septiembre de 2014 (noticiasdealmeria.com)

Almería es una ciudad que “agradece” más el derribo de viejos esperpentos que la creación de nuevas construcciones. A tal convicción llegué cuando se produjo la demolición del Edificio Trino, un mastodonte desubicado y destartalado que otorgó una nueva perspectiva: el Cable Inglés.

Almería padece el “efecto Matrioska” (muñeca rusa que esconde otras réplicas). Si se tira el Trino, aparece un amasijo de hierros oxidados y olvidados para cualquier valor estético o uso aún no especificado. Maldigo la hora en que propuse su derribo para generar un efecto contrario. Mejor callar o celebrar sus “excelencias” para que la Junta de Andalucía y la legión de estetas de guardia hubiesen optado por la picota o, como viene siendo realidad, dejarlo sin oficio ni beneficio. Y, menos mal, el Toblerone desapareció gracias a una ágil acción exenta de prolegómenos que, no obstante, contó con una singular protesta en aras de la protección del lacerante vestigio de la servidumbre minera que todavía nos amenaza.

La reconciliación con el mar

María José López Díaz
Almería, 12 de junio de 1999 (El País)

Y el edificio cayó. Y con él no sólo se desplomaron sus 11 plantas sino décadas de ignorancia del mar Mediterráneo desde el mismo pulmón de la ciudad. El 7 [fue el 9] de mayo de 1998 la voladura controlada del edificio Trino devolvió la vista marina a Almería. El colmo del desprecio al Mare Nostrum –la fachada del bloque miraba al norte y la parte trasera a África–, despejaba la panorámica y las futuras ideas de Almería como ciudad abierta. Coeficientes económicos a un lado (se criticó a los populares el “alto” precio pagado para conseguirlo, 800 millones), la eliminación del inmueble culminaba también el largo proyecto de urbanización de la Rambla. Lo que por naturaleza estaba dividido en dos (la Almería del Este y del Oeste) por aquel cauce seco, el hombre comenzó a unirlo allá por 1989 y en tan sólo unos meses habrá llegado a su fin. En esa misma apertura hacia el sur, el puerto comercial adquiere, en cada ejercicio, mayor peso específico para una capital que aspira a pasar del lugar “donde todo acaba”, a ser “lugar de paso” obligado, tal y como lo entiende la Cámara de Comercio almeriense...

Edificio Trino en la prensa

¡Adios, edificio Trino!

José Ángel Pérez
Almería, 21 de septiembre de 2016 (Facebook)

Por fin su voladura se hizo realidad. El edificio Trino, de diez plantas de altura, situado en la avenida de Cabo de Gata, junto a la rambla, pasaba el 9 de mayo de 1998 a la historia de Almería. Se han cumplido diecinueve años del “acontecimiento”. El inmueble fue abatido por los efectos de 323 barrenos, con un total de diecinueve kilos de explosivos colocados estratégicamente en su estructura por los ingenieros de la empresa Auxiliar de Voladuras. La explosión controlada se produjo a las ocho y siete minutos de la mañana ante la presencia de unos 5000 ciudadanos en un perímetro de unos doscientos metros de distancia. Veinticinco agentes de la Policía Local, trece operarios de la empresa de Voladuras y una docena de miembros de Protección Civil fueron los encargados en todo momento de la seguridad durante el tiempo de la demolición. Julia Sánchez, la esposa del entonces alcalde de la capital, Juan Megino, fue la encargada de accionar desde la terraza del Gran Hotel Almería el botón para activar el dispositivo que provocaría la explosión.

La Almería de hace 50 años

Eduardo Pino
Almería, 25 de mayo de 2015 (blogs.lavozdealmeria.com)

Hacia el año 1967 los grandes bloques de edificios empezaban a asomar por todos los barrios de la ciudad de Almería y se adueñaban también del barrio playero del Zapillo, zona de desarrollo turístico. La ciudad ya había empezado una transformación profunda, sin marcha atrás, marcada en aquel tiempo por el desarrollo urbanístico hacia Levante y la construcción vertical que fue imponiéndose en todos los barrios. Todavía conservaba una parte de la ciudad antigua y acogedora que no tenía más límites que los que marcaban sus fronteras naturales. Por el sur el puerto, que entonces era una prolongación del Parque, un lugar de desahogo donde se iba a pasear, a tomar el sol, a ver los barcos venir, a pescar y muchos a dar las primeras clases informales para enseñarse a conducir. En la esquina del Parque ya estaba levantado el bloque del Gran Hotel, que se encontraba en construcción, y en las Almadrabillas aparecía como un gigante fuera de contexto el monstruoso edificio Trino, rodeado de naves donde estaban los talleres mecánicos.

Del edificio Trino a la gran «T verde» de Almería

V. Hernández Bru
Almería, 14 mayo 2017 (ideal.es)

Lo que en su día se pronosticó como la gran “T verde” de la ciudad de Almería, integrada por el Parque Nicolás Salmerón, el bulevar de la Rambla Federico García Lorca y el Parque de las Almadrabillas, es hoy posible gracias a lo que en su día fue la demolición del conocido como Edificio Trino. Se trataba de un gran inmueble de nueve plantas, ubicado ante la actual gasolinera del mismo nombre, que fue protagonista de un gran debate ciudadano y político, puesto que, en el consistorio almeriense, tanto PSOE como Izquierda Unida mostraron su total oposición a la demolición del edificio.

A pesar de ello, a las primeras horas de aquel sábado 9 de mayo del año 1998, los 323 barrenos colocados estratégicamente sobre la estructura del edificio fueron activados por un mecanismo situado en el Gran Hotel y ejecutado por la esposa del por aquel entonces alcalde popular Juan Megino. Toda la zona, el Cable Inglés colindante, la propia estación de servicio e incluso la Carretera de Ronda y las inmediaciones de la playa y el Puerto fueron invadidos por una gran nube de polvo, mientras los curiosos presentes, en número de 5000 cuentan las crónicas de la época, aplaudían ante la caída de uno de los símbolos del desarrollismo en la ciudad.

Los vecinos del barrio de Oliveros pudieron ver, al fin, la línea de costa y la ciudad descubrió que, tras el mamotreto ya inerte, aparecía una espectacular vista del Mar Mediterráneo, amén de una amplia franja de terreno que posibilitaba la comunicación litoral entre el antiguo y clásico Parque, la zona playera de El Zapillo y el Paseo Marítimo y, por supuesto, la Rambla que desembocaba en esa área.

Han pasado ya casi 20 años desde aquel episodio que suscitó la expectación de toda la ciudadanía almeriense y también el reflejo informativo de los medios incluso a nivel estatal, en una operación que necesitó una aportación económica de más de 700 millones de pesetas, destinados a las indemnizaciones de los propietarios e inquilinos y a la propia operación de demolición. Una operación que estuvo supervisada por 25 agentes de la Policía Local, doce integrantes del cuerpo de Protección Civil y trece profesionales de la empresa encargada del trabajo, Auxiliar de Voladuras.

No hay duda de que el bulevar de Federico García Lorca ha sido la gran transformación de la ciudad en los últimos 50 años, pero tampoco la hay de que la demolición del emblemático edificio de Trino, aquella nublada mañana de mayo de 1998, en las postrimerías del siglo XX, supuso un paso adelante para conseguir una ciudad más abierta, amplia, moderna, sostenible y marítima

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas


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