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Actualidad

01 Junio 2023

Voladuras submarinas en Almería (1). Esteban Langa Fuentes

Esteban Langa

Mi actividad profesional se ha desarrollado siempre, de una u otra manera, en todo o en parte, en relación con los explosivos, desde diferentes ángulos. Un periodo en fabricación, luego en aplicación en obras públicas y minería y más tarde en demoliciones y aplicaciones especiales. Todo esto me ha permitido almacenar en mi bagaje profesional un sinnúmero de experiencias que acabaron rodeándome de una cierta aureola de experto en la materia, que motivó que se reclamara mi presencia en diversos cursos, ponencias, conferencias y charletas en las que, como los delincuentes, solo o en compañía de otros, iba alcanzando bastante popularidad, quizá porque trataba de compaginar la amenidad con mis conocimientos, siempre basados en mis experiencias, malas y buenas, en ese orden.

Pero en aquellas charlas pude observar con sorpresa que prácticamente todos aquellos ponentes que compartían cursos conmigo narraban exclusivamente supuestas experiencias positivas. Todas perfectas. Ningún fallo. Errores cero. Conociendo el “negocio” y los entresijos de aquellos personajes, llegué a concluir que muchos de ellos eran simplemente unos “leones”.

LOS “LEONES” SON UNOS TIPOS QUE LEYENDO MUCHO HACEN SUYO LO LEÍDO Y LO REFIEREN COMO EXPERIENCIA PROPIA, HACIENDO CASO OMISO DE AQUELLA SUTIL MÁXIMA POPULAR, Y POR TANTO SABÍA, QUE REZA: “NO SE DEBE HABLAR DE LA MIERDA SIN HABERLA CATADO”.

Para llegar a esta conclusión, me fueron de gran utilidad dos hechos singulares. El primero fue una aseveración que hizo un paisano en una conversación en la que hablábamos sobre estos temas:

—El que copia de uno es un plagiario, pero el que copia de muchos es un erudito.

El segundo se produjo cuando remití al organizador de unos cursos sobre aplicación de explosivos un texto sobre voladuras en demoliciones. En ese texto contaba exclusiva y exactamente mis experiencias, apoyadas con la correspondiente documentación gráfica.

El director del curso me advirtió que mi texto carecía de la relación de la bibliografía utilizada para su confección. Era un erudito. Fue complicado que entendiera que lo que allí se contaba era una experiencia personal y a partir de ese momento he observado la cantidad de eruditos que circulan por estos lugares.

En Dragados se decía: “El que sabe hacer presas las hace, y el que no sabe se dedica a enseñar cómo se hacen”, reflexión tan profunda como la anterior, la de la mierda, pero de mayor refinamiento.

Todo esto me hizo pensar en la posibilidad de preparar una charla en algún cursillo en la que relatara a los asistentes, dentro de un tono jocoso, exclusivamente, aquellas anécdotas derivadas de mis errores que tanto me enseñaron.

Puse manos a la obra y aquella charla en la que exhibí sin pudor alguno y en exclusiva una pequeña parte de mis miserias y errores ante un auditorio formado fundamentalmente por profesionales experimentados, tuvo la mejor acogida de todas las que había impartido hasta la fecha. Ello me confirmó lo que yo pensaba al respecto:

—Se aprende más de los fracasos que de los triunfos.

Y por otro lado confirmé la propagación de una importante enfermedad entre algunos de los eruditos presentes: la enfermedad de la “Ingeniería de Obra Terminada”. Los enfermos de este mal se detectan porque escuchan atentamente la relación de los hechos que dieron lugar a un desastre, contado por el autor (del desastre).

En esos hechos hay una circunstancia fundamental que los motivó, por ejemplo, “apretar el botón rojo”. Si tú no lo dices y sólo comentas que “apretaste un botón”, el Ingeniero de Obra Terminada preguntará ¿cuál? Y cuando tú respondas que apretaste el rojo y se lió el desastre, él te dirá con aire de suficiencia:

—Claro, debías haber apretado el verde.

Pero si respondes que apretaste el verde, responderá:

—Pero, hombre, debías haber apretado el rojo.

Inmediatamente se te ocurre la respuesta, que con independencia del resto de su contenido siempre comenzaría por un: “¿No te jode éste...?”.

El Ingeniero de Obra Terminada apunta la cualidad fundamental necesaria para llegar a ser un clásico “Jefe inepto”.

Los “Jefes ineptos” son especímenes muy frecuentes en nuestro país, siendo su cualidad más destacable la de la aplicación masiva de la Ingeniería de Obra Terminada al trabajo de sus colaboradores, siendo más numerosos de lo que sería deseable, cargando siempre la responsabilidad de sus fracasos sobre éstos y apropiándose de cualquiera de sus éxitos.

Recuerdo aquel chiste. Un tipo entró en una pajarería para comprar un loro para un regalo. Preguntó al dependiente sobre un bonito loro que se encontraba en una jaula a la entrada del establecimiento.

—Bien –dijo el dependiente–, elije Ud. el mejor. Es un loro muy joven y de colores excepcionales. Habla cuatro idiomas, contesta al teléfono, toma recados y sabe recetas de cocina...

—¿Cuánto vale? –preguntó el cliente.

—6000 euros –dijo el vendedor.

—¡Coño! No, no. Es carísimo –dijo el cliente–. Veamos otro más barato.

—Tiene Ud. aquél –dijo el vendedor, señalando a un segundo loro, menos atractivo que el primero–. Ese habla solo dos idiomas, coge el teléfono pero no toma recados y no tiene ni idea de cocina. También, como verá, los colores no son muy lucidos y es mayor que el anterior.

—¿Y cuánto vale ese? –preguntó el cliente.

—3000 euros –dijo el vendedor.

—¡No, no!, aún es muy caro –respondió el cliente–. Pero, dígame, aquel de allá ¿cuánto vale? –señalando a un loro con pinta de tiñoso y descolorido que se encontraba al fondo del local.

—¡Oh! Aquel es un loro viejo. Ya ve Ud. que está descolorido y medio sin plumas. Habla malamente un idioma. Ni contesta al teléfono, ni coge recados y no tiene ni puñetera idea de cocina y vale 12000 euros.

—¡Coño!, ¿cómo puede costar eso? –exclamó el cliente, asustado.

—Es que es el jefe de los otros dos –respondió el vendedor. Desde entonces, cada vez que tropiezo con algún Ingeniero de Obra Terminada que me pregunta por el “botón que apreté”, le respondo con otra pregunta: ¿Cuál hubieras apretado tú? O no saben o no contestan, y si contestan nunca aciertan.

Por esto decidí tratar de confesar mis errores cometidos, porque gracias a ellos conseguí luego mis mayores éxitos.

EN AQUELLA ÉPOCA EN LA QUE SUCEDIÓ LO QUE MÁS ADELANTE SE RELATA, LA MINERÍA ERA UNA ACTIVIDAD FLORECIENTE EN ESPAÑA, DONDE SE HABÍAN DESARROLLADO GRANDES EMPRESAS Y EJEMPLARES EXPLOTACIONES MINERAS.

Una de ellas era la Compañía Andaluza de Minas, cuya explotación principal se encontraba en Alquife, en la provincia de Granada, una mina a cielo abierto de impresionantes dimensiones que explotaba mineral de hierro y que se conocían como “Minas del Marquesado”. El mineral extraído se transportaba a Almería por ferrocarril, y desde allí, por barco, a los lugares de destino final.

En la actualidad, existe en Almería un antiguo cargadero de mineral que desde la estación de ferrocarril penetra en el mar y que ha pasado de ser una ruina industrial a una estructura protegida y se ha aceptado como un símbolo de la ciudad, ya que aunque se preveía en un principio su demolición por los riesgos que su mal estado presentaba, el Ayuntamiento decidió restaurar y conservar.

En los momentos de esplendor de la explotación, la Compañía Andaluza de Minas decidió la construcción de un nuevo descargadero-almacén de mineral en la estación de ferrocarril, con unas características constructivas con las que se consiguiera terminar con las nubes de polvo rojizo de éste, de las que venían disfrutando los sufridos ciudadanos del entorno en las maniobras de descarga de vagones, transportes en cintas y cargas en los barcos, que expresaban su desagrado manifestando estar hasta las pelotas de recibir tantos polvos y echar menos de los que deseaban.

Como complemento de aquel magnífico almacén, se diseñó la construcción de un nuevo cargadero para transportar el mineral desde los silos de ese almacén hasta los barcos y, como parte del mismo, una nueva estructura formada por un pantalán sobre pilotes que, entrando en el mar, soportara las cintas para alimentar los cargueros.

La obra fue adjudicada a Laing, quien contó con un ingeniero de caminos como jefe de obra, llamado Luis Moreno Nieves, joven, soltero y aficionado a las faldas con mayor o menor éxito. La cabeza visible por parte de la propiedad era otro ingeniero de minas, un tal Francisco Pérez Manzuco, que era un tipo muy conocido en toda Almería. Primero por su linaje. Pertenecía a una de las familias influyentes y de mayor renombre de Almería. Era un pequeño cacique de la ciudad por su cargo en la empresa más importante de la zona y un auténtico guaperas, y doy fe de ello por haber visto a las mujeres volverse a su paso, chistarle, silbarle, llamarle guapo y hacerle ojitos. El tipo nos daba envidia a todos. Tenía una moto de gran cilindrada, creo que era una Norton, en la que solía pasearse por Almería con diferentes jacas a la grupa, lo que le costaba serios problemas con su mujer, pero con lo que despertaba la envidia de todos los conocidos.

Luis y Paco se llevaban francamente mal y no perdían la oportunidad de meterse puyas por cualquier motivo y Paco utilizaba su notable éxito con las nenas para hacer de menos a nuestro amigo Luis. En una de las múltiples reuniones en la que me encontraba presente, durante el curso de las obras, se inició una dura discusión entre ambos y, no sé como, Paco llegó a decirle a Luis que era un insatisfecho y que como soltero no era capaz, como lo era él casado, de encontrar satisfacción en el pecado de disfrutar de las aventuras con otras mujeres. Luis le respondió de inmediato que no era así, sino que los solteros también disfrutaban del pecado cuando se cepillaban a las mujeres de los casados. Eso no le gustó nada a Paco y la reunión acabó en bronca.

Volviendo a la obra y a los pilotes, tras la elaboración del correspondiente, sesudo y profundo estudio geológico, se consideró que los pilotes se hincarían sin problema atravesando una capa de arena y una de cantos rodados, que constituían el fondo marino en la zona donde se asentaría el pantalán.

Pero. como era natural en los informes geológicos, sucedió lo normal: “la primera en la frente”. En las conclusiones del estudio, alguien debió omitir un detalle “sin importancia”, como era el que los cantos rodados estaban cementados y allí no se conseguía hincar un solo pilote por más golpes y más fuerte que se le sacudiera con el martillo de hinca.

No se supo si al autor del estudio se le otorgó algún premio, prima o cheque regalo del Corte Inglés por su admirable trabajo, pero tras el estrepitoso fracaso, las mentes pensantes comenzaron a buscar una pronta solución al problema y entre los consultados se encontraba el que aquí lo cuenta.

Como era natural, y debido a la deformación profesional que todos llevamos dentro, comenté el problema con la gente del grupo y consideramos de inmediato la posible aplicación de explosivos para romper esos conglomerados, no sin que nuestros cerebros echaran una cantidad de humo importante.

Propusimos entonces montar sobre la plataforma de la guía de hinca, una perforadora provista de un equipo de doble varillaje, con sistema OD. Perforaríamos pasando las arenas con el varillaje exterior, hasta llegar a los conglomerados, perforando luego estos con el varillaje interior. Eso significaba disponer de un barreno perforado en los conglomerados y a su vez conectado con la superficie de la plataforma a través del varillaje exterior. La carga de los barrenos se realizaría así desde superficie y los cartuchos de explosivo se introducirían en el barreno hasta los conglomerados a través de esa tubería constituida por el varillaje exterior. La voladura de estas cargas produciría la fragmentación de los conglomerados, permitiendo de esa manera la introducción de los pilotes.

La propiedad, Compañía Andaluza de Minas, comentó nuestra propuesta técnica con la ingeniería que habían contratado para que aportaran las soluciones técnicas a los problemas que se presentaran en la ejecución de los trabajos. Para eso los pagaban. Pero aquí se trataba del mundo al revés. Los contratistas proponían a la propiedad, y esta recababa la opinión de la ingeniería, que al parecer se encontraba allí para aprender y cobrando sin pestañear. Cosa por otro lado normal en aquellos tiempos. Se aceptó la solución, pero mientras preparábamos el equipo, “alguien” (nunca supimos quién, pero debió tratarse de alguien de la ingeniería y más afrancesado que Goya), tuvo la genial idea de llamar a un profesor de la Universidad de la Sorbona, quien se presentó en la obra hablando muy alto y muy raro, en francés.

Esta fue la primera desconsideración, porque yo no sabía francés, aunque eso no representaba problema alguno para practicarlo siempre que se me presentaba la ocasión (no con la frecuencia que a mí me hubiera gustado). La segunda fue la crítica despectiva que hizo de la propuesta de nuestro sistema, tachándonos de ignorantes y asilvestrados. Creo yo que nos llamaba eso, o algo así, porque como hablaba raro... Y no es que no estuviéramos seguros de que no éramos todo lo que nos llamaba, sino que nos jodía, como a buenos españoles, que nos lo dijera un francés. La tercera fue la recomendación de traer a la obra un equipo de perforación especial, naturalmente francés y de una empresa de su confianza, que haría un gran agujero a través del cual pasaría el pilote sin problemas. Aquí apareció su negocio.

ERA UN PEQUEÑO CACIQUE DE LA CIUDAD POR SU CARGO EN LA EMPRESA MÁS IMPORTANTE DE LA ZONA Y UN AUTÉNTICO GUAPERAS, Y DOY FE DE ELLO POR HABER VISTO A LAS MUJERES VOLVERSE A SU PASO, CHISTARLE, SILBARLE, LLAMARLE GUAPO Y HACERLE OJITOS.

Ante lo absurdo de la propuesta, dado que el taladro eliminaría la resistencia necesaria del terreno para el sostenimiento del pilote, procedimos también nosotros a faltarle al respeto en español, para que tampoco nos comprendiera y se le expulsó como a un inmigrante ilegal, lo que nos hizo sentir orgullo recordando la Guerra de la Independencia.

Sin más se aceptó la propuesta de Cavosa, de la que era responsable un servidor de ustedes. Organizamos el trabajo y confeccionamos el proyecto de voladuras sometiendo aquél a la aprobación de la autoridad competente, que era el Director Provincial de Industria de turno, Francisco Pérez Sánchez.

Paco se lo creyó todo y autorizó el proyecto, así que nos pusimos manos a la obra, y si bien la primera en la frente había sido el referido Estudio Geológico, la segunda fue la contratación por parte de Cavosa de un jefe de obra para llevar a cabo los trabajos in situ, es decir, para entendernos: “a pie de obra”.

La propuesta de la candidatura de aquel elemento procedía de un amigo de nuestro director general, que debía ser, como prácticamente todos sus amigos, un caradura de cuidado. Se trataba de un facultativo de minas con una importante relación con alguien de la Administración, característica que representaría “importantes ventajas” para la obra. Con aquella recomendación entró a formar parte del grupo, sin que ni siquiera se hubiera tomado una caña con el que se leía los “ridículum vitae” de cualquier aspirante a administrativo de segunda que se seleccionara para la empresa. Luego supimos que ese supuesto contacto de la Administración no quería ni oír mentar el nombre del caballero que nos habían colocado.

Expresaba su despegue diciendo que nuestro futuro jefe de obra estaba más loco que “una tartera sin conocimiento”. Como no he conocido nunca ninguna tartera con conocimiento, siempre he tenido la duda del alcance de esa definición y su grado dentro de la escala del zumbe, pero pudimos comprobar que éste andaba suelto porque de todo tenía que haber en la calle. Entre sus aficiones destacaba la pasión desenfrenada por la mecánica del automóvil y su amor por lo que él llamaba “coches de lujo de época”, que eran coches viejos procedentes de desguaces, comprados al peso de chatarra y que reparaba en casa, lo que no gustaba demasiado a su mujer. Para estas puestas a punto y reconstrucciones se subía a casa (un tercer piso) los motores, cajas de cambio y elementos mecánicos de este calibre.

Una vez allí los limpiaba en la pila de la cocina y bañera y los montaba en la terraza en verano y en el salón en invierno y/o días lluviosos, siempre bajo la mirada cariñosa de su amante esposa, que gozaba de los mayores descuentos en el supermercado en la sección de desengrasantes, limpiadores, disolventes y productos similares para conseguir eliminar las grasas y lubricantes que su amante marido repartía sin miramientos por todo el hogar.

Yo adivinaba que en la mente de aquella mujer bullía la pregunta de porqué su marido no se iba de putas en los ratos libres como los demás, en lugar de darle a la mecánica de aquella manera. Estoy seguro de que lo pensaba porque, aunque no lo expresaba abiertamente, podía leerse en sus ojos. Para ella resultaría más fácil quitarse de encima unas ladillas que limpiar todas aquellas grasas, lubricantes, carbonilla y fluidos hidráulicos.

El pollo en cuestión se llamaba Andrés y unía a esta pericia de la práctica mecánica a domicilio (el suyo) su desconocimiento de la técnica de voladuras, locura, irresponsabilidad e incompetencia.

Empezamos el trabajo. Instalamos la perforadora en la plataforma y para ir y venir a ésta compramos una pequeña barquita con un motorcito fueraborda. Hablando en plata, un chinchorro de mala muerte. Como siempre, íbamos “sobraos” de medios.

Dada mi afición al buceo, disponía de un equipo propio que en varias ocasiones había utilizado en mi trabajo y, pensando en que en este caso podría necesitarlo en algún momento, lo incorporé a la obra como una herramienta más, que resultó de gran utilidad.

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas


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