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Actualidad

02 Abril 2018

De la A a la Z

José María Pozas Airbnb, Airtasker, Amazon, BlaBlaCar, BoatBound, Carpooling, CasaVersa, Cookening, Cookisto, Coursera, CrowdTilt, Divvy, Eatwith, Etsy, Gudog, Handy, Homejoy, Instacart, Lending Club, Lyft, Napster, NeighborGoods, Open Shed, ParkAtMyHouse, Postmates, PiggyBee, PivotDesk, Proprly, RelayRides Sidecar, Spinlister, Swapsee, TaskRabbit, Uber, WeWork, Zookal, Zipcar...

¿Qué son y qué representan estos nombres que acabamos de ordenar alfabéticamente? Simplemente, nombres de empresas, algunas de ellas, muy conocidas actualmente y que tienen varios denominadores comunes. Todas han nacido al calor de la revolución digital, la mayor parte en los aledaños de Silicon Valley, como es natural, pero otras en infinidad de países, algunas en el nuestro o en lugares tan remotos como Sudáfrica o Australia, por no citar siempre los países europeos. Hay más, muchísimas más, miles de ellas, todas con una vocación planetaria, digamos, y la mayoría reivindicándose pertenecientes al movimiento de la Economía Colaborativa.

¿Qué es la Economía Colaborativa? Podemos decir que consiste en una oleada de nuevos negocios que se sirven de internet para poner en contacto a clientes con proveedores de servicios a fin de realizar transacciones en el mundo real, como el alquiler de apartamentos por breves períodos, trayectos en coche o tareas del hogar... “Transacciones informales como llevar a un amigo en coche, tomar prestado su taladro, o hacerles un recado a los vecinos; ayudar a los demás obteniendo a cambio un dinerillo extra; hacer un mejor uso de recursos infrautilizados; comprar menos y compartir más; optar por el acceso en lugar de la propiedad y alejarnos de un consumismo desaforado...”. “Todo esto suena bien, pero la realidad es que la economía colaborativa está introduciendo un libre mercado despiadado y desregulado en ámbitos de nuestras vidas anteriormente protegidos. Las principales compañías se han convertido en monstruos corporativos y están desempeñando un papel cada vez más intrusivo en las transacciones que fomentan para ganar dinero y mantener su marca. A medida que esta economía colaborativa crece, está reorganizando las ciudades sin mostrar ningún respeto por aquello que las hace habitables...”. “Los mercados de la economía colaborativa están generando nuevas formas de consumo más abusivas que nunca... En lugar de liberar a los individuos para que tomen el control sobre sus propias vidas, muchas empresas de la economía colaborativa están ganando pasta gansa para sus inversores y ejecutivos y creando buenos empleos para sus ingenieros informáticos y expertos en márketing, gracias a la eliminación de protecciones y garantías alcanzadas tras décadas de esfuerzos y a la creación de formas más arriesgadas y precarias de trabajo mal remunerado para quienes de verdad trabajan en la economía colaborativa”. (Párrafos seleccionados de Lo tuyo es mío, de Tom Slee, Taurus, 2016, cuya lectura recomiendo vivamente si desean profundizar en este asunto).

De modo que lo que en su origen tenía un aroma social, incluso ecológico, un método para ganarse ese dinerillo extra con el que completar nuestros ingresos en los ratos libres, se ha convertido, gracias a internet, en una actividad desregulada pero que introduce en la precariedad a los que trabajan para ella. Está muy bien compartir alternativamente el coche cuando varios hacemos el mismo trayecto; nadie puede oponerse a eso, pero subirse a un coche sin saber si tiene los seguros en regla, ni siquiera si su conductor tiene carnet de conducir, o es un conductor profesional, no me parece una práctica muy recomendable. Detrás de un taxi y su conductor hay una asociación gremial en la que interviene la administración, cumple con una serie de normas y requisitos y tiene unas tarifas homologables. Un conductor particular que quiere ayudarse a pagar su vehículo puede hacer que el trayecto nos cueste menos, pero a costa de un esfuerzo adicional a su jornada de trabajo. ¿Estamos seguros de que conductor y vehículo estén en las debidas condiciones? En caso de accidente, ¿estaremos cubiertos? El taxista es un autónomo o un empleado, pero en ambos casos, mejor o peor, tendrá una jubilación el día de mañana, y habrá contribuido recíprocamente a la de los demás. ¿Se darán estas circunstancias en el otro caso?

Y no es sólo ésta la cuestión, que con ser relevante, no es la más importante, al menos para mí. Me refiero al aspecto fiscal. Todas estas empresas, independientemente de dónde tengan su domicilio social, donde en realidad tributan es en el mejor de los casos, en Irlanda o en Luxemburgo; es decir, países que, aunque pertenezcan a la UE, practican lo que se llama tax deal, u séase, negocian con la empresa el tipo por el que van a tributar, que siempre será menor del 5%. Y lo que es aún más grave, no dejan en nuestro país, si dejan algo, más que una parte ínfima, testimonial de sus beneficios, que son muchos. Así que el cliente español deja de pagar al taxi de su ciudad para pasar a hacerlo a una empresa que practica la evasión fiscal descrita más arriba. Volvemos con la misma cuestión: cuando reclamemos a nuestro Estado que mejore la sanidad o las carreteras? ¿Con qué dinero va a hacerlo? ¿Qué ventaja obtenemos como ciudadanos contratando con este tipo de empresas?

José María Pozas | Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.


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