Skip to main content

Actualidad

01 Octubre 2019

Ramaleando. Esteban Langa Fuentes

Colmenar Viejo

Colmenar Viejo es un pueblo cercano a Madrid en cuyo término se ubicaban varias canteras de las que se extraía granito para la obtención de áridos. El granito de Colmenar ha gozado siempre de una merecida fama por sus excelentes características: dureza, resistencia mecánica, resistencia a la erosión y a la abrasión... y otra de tal importancia que influyó para ser seleccionado por Dragados para fabricar los áridos que utilizó en la construcción de los tableros que formaron la plataforma sumergida especial sobre la que se apoyaría parte de las estructuras de la autopista del puente Öresund, que une Suecia con Dinamarca.

Se trataba de su resistencia frente a bruscos cambios térmicos, pues el hormigón fabricado con él debería ser inmune a las fisuras y a los efectos del hielo y soportar los ciclos de congelación y descongelación sin perder sus características.

Una de esas canteras era la denominada “Virgen de los Remedios”, que se encontraba cerca de una ermita dedicada a esa Virgen. Yo trabajaba entonces en Ibernobel, una empresa importadora y fabricante de explosivos, cuando la cantera comenzó a consumir nuestros productos. Nos gustaba estar presentes en sus voladuras para ayudar a la carga de los barrenos y comprobar su bondad para el trabajo, dando al cliente una imagen de cercanía. Visitaba la cantera cada día que disparaban sus voladuras y en aquella ocasión mi estancia se debía además a que nos proponíamos emplear un nuevo sistema de iniciación con un tipo de detonadores “no eléctricos” y era necesario instruir a los operadores en su manejo.

El director facultativo de la cantera era un ingeniero técnico de minas, delgado, de estatura media, y pertenecía a ese tipo de individuos que aparenta ser más joven de lo que realmente es. Por mi forma de ser, siempre me fajaba con los artilleros y los ayudantes que colaboraban en las operaciones de carga de las voladuras, comportándome como uno más; con ello me granjeaba la simpatía, amistad y respeto de esas gentes. Eran hombres sencillos y tan duros como el granito que extraían de la cantera. En cambio, el director facultativo se caracterizaba por no agacharse ni a tocar un cartucho. Se limitaba a presenciar la carga de los barrenos sin mover un solo dedo. Pero eso no era lo sorprendente, sino que observaba el trabajo de los demás sentado sobre una caja de explosivo tipo dinamita, o sobre sacos de explosivo tipo anfo, que eran distribuidos situándolos junto a la boca de los barrenos, mientras fumaba tranquilamente un cigarrillo tras otro, sacudiendo la ceniza de los pitacos sobre las cajas o los sacos, aunque la colilla solía apagarla en el suelo. Si bien las pólvoras son fácilmente inflamables, es imposible iniciar un explosivo industrial con un cigarrillo, pero a pesar de ello está absolutamente prohibido fumar mientras se manipulan. Al tipo aquel esa norma se la traía al pairo y tampoco le preocupaba el mal ejemplo que daba con su actitud a los operadores de la explotación, que respetaban escrupulosamente esa prescripción. A cambio, el muchacho había sido dotado del especial don de la simpatía y desparpajo, cualidad que a este tipo de personajes les permite eludir impunemente normas y servidumbres y ser absueltos de sus pecados de carencias o excesos sin juicio ni amonestación.

Aquel día, allí no faltaba nadie. Quizá por la novedad de los detonadores especiales que pretendíamos probar. Hasta el jefe de equipo, junto con varios oficiales, los perforistas con sus ayudantes y el artillero, un lugareño natural de Colmenar Viejo al que prácticamente le habían salido los dientes en aquella cantera. Allí había comenzado a trabajar desde chaval y allí había crecido y ascendido a categoría profesional de artillero.

Era un tipo de unos treinta y cinco años, enjuto pero con una sorprendente fuerza que no aparentaba por su delgadez. Manipulaba los sacos y cajas de explosivo de veinticinco kilos de peso con total facilidad, sin que en la expresión de su cara se pudiera observar alguna mueca de esfuerzo al cargar con ellos. Vestía, como todos, un mono azul al menos una talla superior a la suya, y se tocaba con una gorrilla de visera, tipo chulapo, en tejido de mil rayas. Allí nadie era partidario del uso del casco de seguridad y justificaban su negativa a emplearlo manifestando que en mitad del campo, salvo la cagada de alguna paloma, poco más podría impactar sobre sus cabezas.

Todos manteníamos una distendida charla mientras manipulábamos el explosivo cargando los barrenos. Todos a excepción del director facultativo, que participaba animadamente en la conversación, que no en el trabajo, sentado sobre una caja de dinamita y fumándose sus pitillos uno tras otro. A medida que finalizábamos la carga de un barreno y pasábamos al siguiente, él se desplazaba para sentarse de nuevo sobre otra caja o saco de explosivo de los que habíamos ido acopiando junto a la boca de cada barreno, en la cantidad que se introduciría en él. Aunque la conversación inicial versaba sobre la cantera, las incidencias en la perforación, las cargas, el esquema, y en general sobre todo lo que guardaba relación con la voladura, pronto ese manido tema derivó, sin saber cómo, hacia los diferentes estados que puede darse en la textura del miembro viril del varón en función de su estado anímico y de las circunstancias y estímulos e influencias del entorno a las que se vea sometido en ese instante. Alguien recordó una popular clasificación de esos estados que provocó el jolgorio entre los que no la conocían. Podría decirse que la clasificación de esas diferentes estaciones de la verga humana se establecía en orden “ascendente” (desde todos los puntos de vista), como flácida, pendulona, morcillona, tiesa, tiesa turgente y tiesa brillante. De entre los comentados estados, la frontera entre los de morcillona y tiesa marca una línea roja, un ser o no ser, una diferencia fundamental para la práctica sexual de la metida. La gran diferencia entre estas fases se deriva de que una verga en estado morcillón, aunque apta para el magreo, masturbación o felación, no es efectiva en el empuje, mientras que el estado de tiesa sí hace posible la introducción sin ayuda, y esa pequeña diferencia, ese pequeño escalón, tiene en cambio una tremenda importancia en el ataque amatorio, bien por la vanguardia o por la retaguardia.

La calificación de “tiesa brillante” correspondería a un estado de excitación excepcional en el que, según el que explicaba los detalles de cada nivel de aquel baremo, el glande adquiriría tal tensión que luciría como una pulida calva de esas en las que puede observarse reflejados con nitidez los objetos del entorno. El tipo decía que para que un pene pueda ser clasificado como de tiesura brillante, este debería permitir al propietario afeitarse a navaja observando la imagen de su rostro reflejada en el glande, en sustitución del espejo.

Las anécdotas sobre situaciones especiales fluían entre risas y chanzas. Una ausencia de erección, cuando la situación debería provocarla, no es algo extraordinario y puede ocurrir esporádicamente, lo que se conoce popularmente como gatillazo. Es sorprendente, en cambio, el caso contrario, esto es, tener una erección en momentos en los que no solamente no hay estímulos que puedan provocarla, sino todo lo contrario, es decir, cuando el individuo se encuentra recibiendo estímulos que deberían dar al traste con cualquier deseo sexual. Todos estábamos de acuerdo en que en una situación de precalentamiento o preliminares amorosos era lógico que el pene se mantuviera erecto, pero no parecería justificado que alcanzara ese estado ante un pelotón de fusilamiento. Allí se relataron diferentes sucesos de este tipo, como fallecimientos en accidente donde el cadáver del finado presentaba una erección, obligando a los deudos a forzar la posición del pene del difunto para evitar la exhibición de una protuberancia sospechosa en su entrepierna dentro del féretro. Se contaban casos de ajusticiados que habían eyaculado en el momento de la muerte. Unos y otros relatábamos nuestras experiencias o las que nos habían contado terceros de situaciones tan anómalas.

En esas estábamos cuando el artillero relató la suya, una historia que sirvió de colofón a aquella ristra de relatos. Es del conocimiento popular que si bien una pequeña cantidad de alcohol puede estimular el deseo sexual, la intoxicación etílica lo reduce o incluso lo anula, siendo causa frecuente de inoportunos gatillazos. Al filo de ello, contaba aquel artillero colmenareño de visera chulapa que, en unas fiestas del pueblo, se había pasado de copas con varios amigos, de los que uno había conseguido superarse a sí mismo en las marcas de sus anteriores borracheras. Terminada la juerga, todos trataron de regresar a sus hogares, no sin dificultad. A excepción del campeón de ingesta de alcohol, al que le resultaba casi imposible mantenerse en pie.

El buen samaritano, incapaz de abandonar a su amigo en tan deplorable estado, trató de llevarle hasta su casa, pero aquello se convertía en una tarea sobrehumana. El tipo era casi un fardo, un peso muerto que se desmadejaba y se venía al suelo, mientras su amigo trataba de mantenerle en pie. Conseguía levantarle, pero tras varios vacilantes pasos volvía a caer balbuceando frases incoherentes.

EL BEODO MANIFESTÓ SU APREMIANTE NECESIDAD DE ORINAR. EL ARTILLERO LE SOSTUVO ENTONCES EN PIE AGARRÁNDOLE POR LA ESPALDA. AL COMENZAR LA MICCIÓN, EL ARTILLERO OBSERVÓ QUE EL CHORRO DE LA MEADA DEL ENSOPADO ASCENDÍA SORPRENDENTEMENTE...

Resultaba una lucha titánica, casi imposible. Mas, de pronto, el beodo manifestó a su amigo su apremiante necesidad de orinar. El artillero le sostuvo entonces en pie agarrándole por la espalda, mientras el perjudicado extraía con dificultad su pene. Al comenzar la micción, el artillero observó con extrañeza que el chorro de la meada del ensopado ascendía sorprendentemente. La curiosidad le hizo asomarse lateralmente para conocer el motivo de ese elevado ángulo de salida del líquido, viendo con sorpresa que, contra todo pronóstico, el estado del miembro viril de aquel tipo era de una inusitada tiesura, correspondiente por lo menos al nivel de “tiesa turgente”, y apuntaba alto, como un mortero. El tamaño resultaba también envidiable. Las dificultades del tipo para extraer su instrumental no se debían a la confusión mental provocada por los vapores etílicos, como creyó el artillero al principio, sino al tamaño del pepino y su rigidez. En teoría no podía ser, pero así estaba la cosa y el tipo trempaba como un borrico ena morado. Sin pensarlo dos veces, nuestro hombre aprovechó el momento del agotamiento del surtidor y de forma intuitiva encontró la solución para conducir a aquel tipo a su hogar.

—¡Me cago en la puta leche! –exclamó, animándose a sí mismo–. ¡Ven tú para acá, coño! –y echó mano a la manguera del mozo, asiéndola con firmeza. Situándose delante de él comenzó a caminar arrastrándole con decisión.

El remolcado se puso rígido, se abrió de piernas, extendió los brazos de forma que sus manos quedaron algo separadas del cuerpo, a la altura de la cintura, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a caminar tras el amigo a largos trancos, de forma similar al popular “paso marinero”, arrastrado por su rabo y enmudecido. El tractor, o sea el artillero, iba animando el viaje a base de frases de aliento y epítetos, tratando de que el empalmado no se demorara ni se le durmiera y dejara de trempar.

—¡Vamos, me cago en to, cacho cabrón! ¡Venga pa casa, mamón! ¡Venga, que vamos bien! ¡Va, que ya llegamos!

Y así consiguió llevar al mamao hasta la puerta de su casa, tras callejear por medio pueblo, por suerte desierto a tan altas horas. Allí lo abandonó a su suerte tras llamar enérgicamente a la puerta y salir corriendo. El otro sería recibido en tan sorprendente estado por su amante esposa o algún otro allegado.

Entre risas manifestábamos nuestra incredulidad.

—¡Pero, no jodas! ¿Eso es verdad? Pero, si es increíble. ¿No nos estarás contando un cuento, eh?

—¿Un cuento? –decía–. ¡Cagüen to! ¡Vosotros no sabéis lo bien que ramaleaba agarrao de la polla! ¡Iba más dócil que un asno bien obediente! Os digo yo que esa es la mejor manera de llevar a un borracho pa casa.

Hasta ahora no lo he comprobado, por lo que me resulta imposible avalar la efectividad de esta operativa. De todas maneras tampoco sé si el método es posible sin que el conducido se encuentre con la lanza del remolque en estado de tiesura, y si puede funcionar también estando morcillona.

Ahí no sé si existiría esa frontera que sí existe a la hora de empujar .

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas


Artículos relacionados