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Macario Bermúdez Grijalbo circula por la N 435 al volante de su potente camión Man TGS 26360 6x2-4 BL.CH, equipado con caja refrigerada.
Ha cargado en Jabugo una partida de jamones que transporta hasta Badajoz. Aunque la caja es refrigerada y la cabina cuenta con un excelente aire acondicionado, en verano Macario prefiere realizar los viajes en horario nocturno, cuando la temperatura no exige de medios artificiales para evitar el sofocante calor diurno. A Macario le gusta lo natural y aplaca su calor corporal mediante el aire fresco que llega a su cara a través de la ventanilla abierta y palia la sequedad de su gaznate mediante el agua de un botijo que lleva en un soporte a medida en un lateral del camión, bajo la caja. Con la evaporación favorecida por la velocidad del vehículo, el pipo refresca el agua como si se encontrara en una nevera.
Son las tres de la madrugada. Macario conecta la radio. Necesita distraerse un poco y dejar de pensar en el problema de cambiar la visera de la cabina y la pintura de puertas y caja. Calcula el coste y el tiempo que le va a llevar. Y es que, como a tantos, en una forma de manifestación de amor hacia Paquita, su ex mujer, Macario imprimió en la visera de la cabina, en las puertas y en la caja “Paquita y Macario. Portes a toda España”, y la dirección y el teléfono de contacto.
Pero desde que en un regreso adelantado al hogar se encontró su cama y a su mujer ocupadas por un conocido, la pareja se ha divorciado. Y Macario tiene que soportar las bromas de sus amigos:
—Macario, tío –le da la idea Genaro–, yo creo que no te hace falta cambiar el texto de la publicidad del camión quitando el nombre de tu mujer. Yo creo que te sale más económico dejarlo tal y como está y pintar unos cuernos debajo de tu nombre.
Tras las risas de los restantes colegas con las que celebran la ocurrencia de Genaro, Ceferino, otro compañero del oficio corrige a Genaro.
—No puede –dice–, porque tiene que cambiar también la dirección. ¿No veis que además de meterle los cuernos, la Paqui se le ha quedao con el piso, por eso de que los niños...? Ya sabes, la casa familiar, y ahora la Paqui ha metido allí a vivir al maromo con el que estaba liada, y además Macario tiene que seguir pagando la hipoteca del piso y pasarle a la Paqui una pensión para manutención de ella y de los niños, que tiene dos.
—Entonces, además de quitar el nombre de la Paqui, ¿qué dirección va a poner, si vive en el camión? –pregunta Genaro.
—Pues que ponga “sin techo” –espeta Miguel, provocando el choteo de la pandilla.
—¡Qué simpáticos que son estos hijos de puta! –piensa Macario mientras en su rostro se pinta una sonrisa. Ahora aleja de su mente esas elucubraciones. En realidad, vive prácticamente en el camión y, a fin de cuentas, su vida transcurre en la carretera, comiendo variados menús en restaurantes económicos de cada ruta, durmiendo en el camión, en pensiones en pueblos a lo largo del camino o en áreas de servicio para camiones en las que puede hasta ducharse. Vacía las tripas en bares, restaurantes, gasolineras o en plena naturaleza y a veces alivia su vejiga cuando le resulta complicado detenerse, vertiendo sus “aguas menores” en una botella de Granini, una marca de zumos que se expende en botellas de vidrio de boca muy ancha. Así orina sin descender del camión, sin ni siquiera detenerse, al igual que lo hacen casi todos los camioneros, orinando sobre la marcha en botellas de agua mineral de litro, pero que Macario no puede usar porque el diámetro de su glande supera con creces el calibre de la boca de la botella, por lo que requiere empleo de recipientes de gollete de mayor diámetro.
«SE CREE QUE ELLOS VIENEN EN SON DE PAZ, AL MENOS DE MOMENTO, PARA ESTUDIAR LOS RECURSOS NATURALES DE NUESTRO PLANETA –PUNTUALIZA DEL OSO–, Y NO QUIEREN ESTABLECER CONTACTO CON LOS TERRÍCOLAS»
No se cruza con nadie ni adelanta o le adelanta ningún vehículo. La carretera es una pequeña mancha iluminada por los faros, flanqueada por encinas que forman un oscuro túnel. Siente una soledad absoluta y no quiere caer en la monotonía que le lleve a la somnolencia.
Enciende la radio y trata de sintonizar alguna emisora que pueda escucharse con nitidez en esa ruta de difícil cobertura, que le evada de esos pensamientos incómodos. De repente escucha la palabra “extraterrestres” mientras la aguja discurre por el dial de la radio. Macario mueve lentamente el mando adelante y atrás, hasta que sintoniza la frecuencia correcta. En efecto, se trata de un programa en el que el locutor entrevista al profesor Jiménez del Oso sobre la existencia de extraterrestres y sus visitas a nuestro planeta.
—¡Coñó! Esto sí que es potra –se dice Macario a sí mismo, porque a Macario le fascina todo lo que tiene relación con OVNIS, avistamientos, abducciones, presencias de extraterrestres marcianos, o venusinos–. Ya tengo entretenimiento para un rato –y escucha atentamente mientras comienza a invadirle una emoción que le pone la carne de gallina y le eriza hasta el vello púbico.
—Profesor Del Oso –pregunta el entrevistador–, ¿asevera usted sin duda alguna que los extraterrestres existen?
—Por supuesto –responde Del Oso–. Existen, claro que existen, y en muchos más planetas de los que podríamos pensar.
—¿Pero, nos visitan? –vuelve a preguntar el entrevistador.
—Por supuesto, pero no todos –responde Del Oso–. Hasta la fecha sólo se tiene constancia de que los marcianos lo hacen con cierta frecuencia. Parece que la civilización humana tendría cierta similitud con la marciana y se han confirmado contactos relatados por parte de personas que gozan de una credibilidad total.
—¿Y de otros planetas, hay constancia de visitas de extraterrestres procedentes de otros planetas, profesor Del Oso? –inquiere el entrevistador.
—De otros planetas no hay constancia. Se cree que la gran distancia a otras galaxias hace imposible, por el momento, los viajes hasta nuestra Tierra, aunque hay quienes suponen que no nos visitan porque nuestra civilización les resulta muy atrasada con respecto a la suya y no les interesamos –afirma el profesor.
—Pero ha habido personas que dicen haber tenido contacto con seres de planetas de otras galaxias –insiste el entrevistador.
—Ya, ya –responde Del Oso–, pero eran falsedades. Se confirmó a través de la prueba a la que se sometió a los supuestos contactos.
—¿Y cómo detectaron que esos contactos eran falsos? –se interesa el entrevistador–, ¿por el polígrafo, con escopolamina...?
—No, no –niega Del Oso–, por la prueba de alcoholemia. Soplando en el alcoholímetro. Se comprobó que estaban todos borrachos. Algunos habían estado de farra varios días y venían contando a la señora que habían sido abducidos por una nave venusina. Hubo uno que dijo en su casa que había sido transportado a Raticulín, el planeta del que dice proceder el famoso Carlos Jesús, y que había estado con él en una ceremonia intergaláctica. Luego se confirmó que se había pasado tres días borracho en una casa de lenocinio.
—Profesor, y díganos, ¿cómo son los marcianos?, ¿cómo vienen a nuestro planeta? –pregunta ahora el entrevistador, mientras a Macario se le aceleran las pulsaciones–. ¿Guardan parecido con los humanos?
—Bien, me explicaré –continúa Del Oso, mientras Macario eleva el volumen de la radio para no perder ripio de tan erudito profesor–, tienen bastante parecido con nosotros, aunque son de muy pequeña estatura, que no llega a superar el metro veinte y su epidermis es verde. Son como hombrecillos verdes.
Ellos llegan a nuestro planeta en naves interestelares de pequeño tamaño, nada de enormes platillos volantes. Sus naves alcanzan una velocidad cercana a la de la luz, propulsados por campos magnéticos polifásicos inducidos de alta frecuencia generados por reactores súper atómicos de fusión de plasma nuclear.
—¡Jodó!, eso sí son motores –susurra Macario–. Claro, con plasma nuclear... ¡Nos ha jodido!, nada que ver con el gasoil...
—¿Y son muy frecuentes sus visitas a la tierra? –pregunta mientras tanto el entrevistador.
—Mucho más de lo que la gente cree –aclara Del Oso–. Lo que ocurre es que mientras en el cielo pueden ser vistos por su emisión de luz, en tierra es francamente difícil encontrarse con ellos, porque para sus aterrizajes eligen lugares recónditos, desolados, y hacerlo en horas intempestivas, evitando ser vistos por los terrícolas.
—¡Joder! –piensa Macario–. Pues en estos parajes y a esta hora no hay ni Dios. Este sería un lugar cojonudo para que aterrizaran sus naves... y a estas horas... Tendría cojones que me topara con una nave –piensa mientras se le acelera el pulso.
—¿Y si alguien se topara con ellos, cómo debe actuar. ¿Son pacíficos? ¿Entienden nuestro idioma? –continúa el entrevistador– ¿Podríamos entendernos con ellos?
—Se cree que ellos vienen en son de paz, al menos de momento, para estudiar los recursos naturales de nuestro planeta –puntualiza Del Oso–, y no quieren establecer contacto con los terrícolas, por eso aterrizan en lugares apartados y a horas intempestivas. Disponen de decodificadores mentales que les permiten traducir cualquier idioma al marciano; hasta el “silbo gomero” son capaces de entender y también traducir el marciano a cualquier idioma, con lo que pueden entenderse con cualquier habitante espacial.
Hasta con los sordomudos, por señas. Pero es muy importante que si nos dirigimos a ellos lo hagamos con gestos y movimientos lentos y hablando muy despacio y con pronunciación clara, para que no se sientan agredidos, porque en ese caso corremos el riesgo de que nos malinterpreten y nos disparen con sus pistolas de neutrinos, que volatilizarían a su objetivo. Hay que actuar con mucha prudencia.
Macario piensa cómo actuaría él si se encontrara con una nave marciana. Ha rebasado Fregenal de la Sierra sin ver un alma en la travesía. Recuerda el refrán que le mencionaba su padre cuando, de muy chico, Macario le acompañaba en el camión y cruzaban pueblos fantasmas a esas horas: —Hijo –le decía–, es que en esta tierra, “en estos valles y cumbres, en los inviernos y otoños, antes de que el sol alumbre, hay más pichas en los coños que pucheros en la lumbre”.
—¡Cuánta sabiduría hay en los dichos populares! –piensa Macario, que entonces no entendía el significado del chascarrillo, pero ya sí lo pilla. Fue antes del amanecer cuando encontró a su mujer con aquel maromo en la cama.
El recuerdo de su padre se trunca porque observa a lo lejos un fulgor de intensidad oscilante con matices azules y rojos que parece elevarse sobre las copas de las encinas que forman la espesa dehesa a uno y otro lado del negro asfalto.
—¡Hostias! –exclama Macario– ¿Y eso qué podrá ser? ¿Será posible que me encuentre una nave marciana? ¡No me lo puedo creer! –y nota cómo se le contrae la bolsa escrotal y se le cierra el esfínter anal.
Mientras reduce la velocidad del camión, la de su corazón se acelera. Muy despacio, con las luces del camión apagadas, conduce hasta llegar a la altura de la carretera a cuyo lado derecho, a una distancia de unos cincuenta metros, parece encontrase el origen de aquel inquietante fulgor. Detiene el camión y desciende sigilosamente y, encogido, casi a rastras, se dirige hacia el resplandor, comenzando a reptar hasta situarse en una posición desde la que, entre los troncos de las encinas, se intuye la nave marciana, tapada por unas jaras, desde la que se proyectan los haces de luces al entorno. A su lado, Macario se encuentra un marciano, un hombrecillo verde de un metro de altura, más o menos.
El corazón le late desbocado y duda. Por un lado, desearía escapar de allí, volver hasta el camión y desaparecer, pero por otro, reconoce que esa oportunidad es única y nunca se repetirá. Decidido, se dirige al marciano hablando despacito y vocalizando claramente. Lo primero que hará será identificarse para evitar cualquier suspicacia que pueda propiciar que eche mano a la pistola galáctica y le atice un chorro de neutrinos de esos que lo volatilice. Tiene la boca seca, como si se hubiera comido un bocadillo de polvorones y trata de generar saliva para poder hablar.
—Ho... ho... hola... Soy... Ma... ca... rio... Soy... ca... mio... ne... ro... Voy... a... Ba... da... joz.
El hombrecillo verde se gira hacia Macario. Por fortuna no parece que empuñe una pistola de neutrones. Tras unos segundos que a Macario le parecen una eternidad, responde:
—Ho... la... ho... la... Soy... Ma... no... lo... Soy... guar... dia... ci... vil... y... es... toy... ca... gan... do.
Esteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas