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El lunes 28 de abril ha quedado retratado como un día aciago en España. Un día de los que hacen época (¡otro día “histórico”, qué aburrimiento!) gracias al maldito apagón del suministro eléctrico que nos tuvo aislados medio día a los pobladores de la península Ibérica, que retornamos por unas horas al Cuaternario. Menudo caos se montó en todas partes cuando saltaron los plomos nacionales –lo que arrastró también a Portugal– provocando un impacto de gruesa magnitud en la vida normal de la gente. Las causas aún no han sido aclaradas, pero todo apunta a la incompetencia del gestor del sistema eléctrico, Red Eléctrica de España (Redeia), monopolio público de control gubernamental en cuyo máximo cargo está enchufada una subalterna tan incompetente y prescindible como el payaso psicópata que la plantó allí hace cinco años. Lleva la pájara un lustro vegetando, sin dar un palo a un charco y engrosando su faltriquera con más de medio millón de euros anuales. Ojo, por no hacer nada. Es de auténtica vergüenza los latisueldos que se asignan los políticos entre ellos con lo que nos desangran. Corrigiendo el adagio: Bien paga el diablo a quien le sirve.
No voy a ponderar el desastre ni a pormenorizar desventuras porque cada cual tuvo su propia experiencia y de dar buena cuenta se encargaron profusamente los medios de comunicación desde que la realidad nos devolvió a las cavernas y resurgieron los transistores a pilas a recobrar un protagonismo que parecía perdido en la era digital. Un día después del desastre, los periódicos nacionales y regionales contaban en sus ediciones impresas todo lo que se sabía hasta el momento de este sórdido episodio. Ilustro este texto con algunas portadas.
El dedo acusador apunta a Redeia porque ante la pregunta de cómo es posible que nos quedáramos a oscuras por primera vez en la historia reciente cayendo la luz hasta el cero energético, y si es posible que este riesgo crítico pudiera volver a repetirse, la respuesta está en su informe de cuentas del ejercicio 2024, presentado el pasado febrero, donde, entre otras perlas, en el apartado Riesgos de las conclusiones, dice: “Desconexiones de generación por elevada penetración de renovables sin capacidades técnicas necesarias para el adecuado comportamiento ante perturbaciones”. “Pérdida de generación firme asociada al cierre de centrales de generación convencional”. “Saturación de los procedimientos de acceso a las redes asociado al elevado interés por parte de promotores de generación...”.
Es decir, Red Eléctrica lo sabía. Los que entienden de esto, ingenieros y técnicos, avisaron de los riesgos, alertaron de lo que podía ocurrir, y los oscurantistas que mandan ni lo tomaron en cuenta ni hicieron nada para evitarlo. Mejor, tacharlo de bulo. Y así pasó, que nos invadieron las tinieblas.
SE HARTÓ DE DECIR NO HACE MUCHO QUE NUNCA HABRÍA UN APAGÓN EN NUESTRO PAÍS, Y QUE ESO ERA UN BULO DE LA ULTRADERECHA –ES DECIR, DE TODO AQUEL QUE DISIENTA DE SUS DICTADOS–. LA REALIDAD LE HA DADO UN NUEVO BOFETÓN EN EL PROMINENTE MASETERO.
Lo he dicho siempre: prepotencia más ignorancia, igual a incompetencia. Este desastre obliga a plantearse interrogantes fundamentales, tal que si el problema es que el porcentaje de energías renovables en el mix energético es demasiado alto y no se hace nada para equilibrarlo, esto se va a volver a repetir más pronto que tarde. Porque lo que ha quedado claro es que la red eléctrica española no está diseñada para funcionar únicamente con este tipo de energía basada en placas y molinillos. Se necesita el concurso de las demás, entre ellas la “horripilante” energía nuclear, para que se pueda dotar de inercia al sistema y de resiliencia a las oscilaciones de frecuencia.
Y obliga a blasfemar cuando ves que la causa deriva de la ideología retroprogre y desnortada que se impone a los criterios técnicos y al sentido común porque prima en los activistas que mandan, y en su guardia pretoriana mediática, la estulticia de sostenella y no enmendalla cuando se trata de propagar la santa palabra de la religión verde, el fanatismo ecológico del cambio del clima climático, negocio global del que muchos ecologetas –aquí y en Pekín– sacan pingües beneficios. En el fondo, les importa una higa la salud del planeta; en la forma, se matan por trincar el elevado parné en juego. Para colmo, resulta desternillante –y produce arcadas– que tengamos de florero un Ministerio para la Transición Ecológica –y no sé qué retos wokes más– y se esté haciendo de manera tan chapucera y tercermundista dicha transición.
El caso es que hemos vivido una distopía y por un rato volvieron los fantasmas de la pandemia en forma de psicosis colectiva, incertidumbre ante el futuro y colas en los supermercados, lo que nos recordó que la Comisión Europea también sabía que esto podía pasar cuando aconsejó hace poco que nos hiciéramos con el kit de supervivencia y resignación para 72 horas. Vale, pero ¿y el kit para sobrevivir al gobierno más corrupto, inmoral y delincuente de la democracia, para cuándo?
Es decir, las directrices pertinentes para que tengamos miedo y aprendamos a rendirnos sin montar follones. Esto pasa porque estamos en tiempos del mesianismo medioambiental y nos han hecho esclavos dependientes de la electricidad, conformada por energías renovables inestables. Nos han hecho esclavos de las redes digitales, que nos monitorizan la molondra. Y nos han hecho esclavos de las redes de pesca gubernamental, que nos atrapan en su excesiva carga impositiva como a besugos paganinis de sus juergas puteriles.
Aparte de la afectación personal del apagón en cada ciudadano, que muchos “disfrutaron” haciendo el camino de Santiago durante horas para regresar a sus hogares porque se paralizaron las redes de transporte terrestre y la movilidad urbana, la cuantía de las pérdidas en industrias, negocios y autónomos es imponderable. Numerosos servicios quedaron anulados por completo, el tráfico ferroviario dejó tirados a miles de paisanos en medio de la nada o durmiendo en el suelo de las estaciones. Y, lo peor, siete fallecidos contabilizados por causas achacables al apagón. Que habrá más, porque la madre de un colaborador de esta casa murió la tarde de autos por falta de oxígeno y no consta su fallecimiento en la estadística.
Con este, ya van cinco desastres colosales sufridos en nuestro país en los últimos años –que yo recuerde: pandemia, volcán, filomena, dana y apagón–, desde que gobierna el podenco de Paiporta, doctorado en escapismo gallináceo, el especialista en salir de najas culpando a los demás de sus desaguisados. En medio del inmenso desconcierto del apagón, el chulángano narcisista que no le dice la verdad ni a su conciencia –debe ser tan microscópica como la rudimentaria región cefálica de un lamelibranquio–, fue incapaz de dar explicaciones coherentes sobre las causas del caos y las posibles soluciones.
Sus declaraciones tardías, seis horas después –seguro que buscando la forma de culpar al maestro armero–, fluyeron entre la mentira habitual, la necedad manifiesta y el dislate marca de la casa, sin aclarar nada y tomándonos por subnormales al afirmar con descaro y con un cinismo patológico exento de vergüenza alguna, que la fechoría era culpa de los operadores privados, las eléctricas, cuando éstas no pueden mover un hilo de cobre sin recibir órdenes de Redeia, o sea, suyas o de su esclava al mando, la bienpagá. No sabe la causa del apagón pero tiene al culpable, que nunca es él, como tampoco en la pandemia ni en la dana –“si quieren ayuda, que la pidan”–. Aunque, como lo de las eléctricas es poco sostenible, le va a durar la excusa lo que tarde en inventarse otro chivo expiatorio más estrambótico y menos demostrable: un ciberataque fantasma.
Si las eléctricas, clásicas puertas giratorias para retiro paradisíaco de altos políticos –como Redeia–, estuvieran hoy colonizadas por los suyos, no las habría acusado del grave pifostio.
A la responsabilidad en el caos del caudillito que tiene menos luces que un 28 de abril –ni vergüenza, ni sentido del ridículo–, hay que añadir un agravante: que se hartó de decir no hace mucho que nunca habría un apagón en nuestro país, que eso era un bulo de la ultraderecha –es decir, de todo aquel que disienta de sus dictados–. La realidad le ha dado un nuevo bofetón en el prominente masetero. Para colmo, le dio las gracias a Marruecos y a Francia por ayudarnos a reiniciar el sistema prestándonos los megavatios necesarios, cuando la energía francesa es nuclear y la marroquí procede de centrales de carbón, dos enemigos declarados por el mantra progre de este hipócrita que ha demolido las centrales térmicas españolas, odia las de ciclo combinado y está empeñado en derruir las nucleares que quedan en pie. Sin importarle que paguemos a precio de oro la energía nuclear gabacha, que es de la que vivimos mayormente. Es tan tontolaba como aquel alcalde manchego que declaró a su pueblo “territorio no nuclear”, o sea, que en su perímetro municipal estaba prohibido tirar bombas atómicas.
Si seguimos así, después de las catástrofes sufridas desde que el gafe está en el poder, ya sólo nos queda esperar con impaciencia a que nos anuncie con la solemnidad de un tonto a las tres que no es culpa suya sino de la fachosfera la llegada de un meteorito como el que achicharró a los dinosaurios hace 65 millones de años. O que le eche la culpa al Susum Corda, al Papa Luna o a la madre que parió a Panete porque los alienígenas que viven entre nosotros hayan abandonado sus guaridas en los fondos abisales de los mares o de los menos profundos de los pantanos para amenazarnos con destruir el planeta.
Tiemblo pensando en verlos levitando en sus cromadas naves ovoides y mostrándonos la textura escamosa de su piel de ofidio, sus trompetillas verdes y los poderosos rayos paralizantes que expelen sus enormes pupilas oblongas y cárdenas de sierpes sideral. Mas, no sé de qué me asusto, si esto ya ocurrió hace siete años, cuando aterrizó el Príncipe de las Tinieblas.