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Actualidad

11 Marzo 2020

Remembranzas del Windsor

primitivo fajardoHubo una vez, mucho antes de que se erigieran las cuatro torres en la ciudad deportiva del Real Madrid, techo actual de la capital, un hermoso y modesto rascacielos que con sus 31 plantas y 106 metros de altura se erguía orgulloso y presumido en el centro financiero madrileño. Hasta que una aciaga noche se prendió como una tea y acabó su vida entre pavesas y con el chasis churruscado por completo. Era también un edificio emblemático, construido entre 1974 y 1978, una torre muy llamativa por su aspecto de mazacote pulido de cristal iridiscente, la más alta de la zona de Azca hasta que en 1981 se erigió, con tres metros más, la torre del Banco de Bilbao, sobrepasada en 1985 por la torre Europa y superada esta cuatro años después por la severa torre Picasso.

Conocía bien el Windsor porque en los años 80 frecuenté su discoteca, sita en los bajos del edificio, pues estaba de moda luciendo el pomposo nombre de la Casa Real británica. En ella se congregaba en buen número la chiquillería veinteañera y no era difícil arrimar cebolleta, incluso para un tímido como yo. A finales de los 90 volvería a su seno con mejores intenciones, pero a la penúltima planta, para hacer un reportaje fotográfico que me encargó una agencia de publicidad. Las vistas de Madrid eran espectaculares, da igual la orientación: al norte las torres Picasso y Europa, la Plaza de Castilla y las inclinadas torres Kio; al sur, a sus pies los Nuevos Ministerios y alzando la vista el Museo del Prado y la estación de Atocha.

Los recuerdos del Windsor siguen frescos en mi memoria, más aún los de su autocombustión el 12 de febrero de 2005 porque ese mismo día se fue a criar malvas en Valencia mi tía María, diecinueve días después de diñarla mi madre en Madrid.

El domingo salimos mi hermano y yo rumbo a Burjassot para asistir al sepelio de la hermana de nuestra progenitora. A las 7 de la mañana, una niebla densa con olor a chamusquina eléctrica lo envolvía todo. No supimos qué pasaba hasta que, por estar cortada la Castellana, la cruzamos por el estadio Santiago Bernabéu y vimos la dimensión del fulgor escarlata de la torre, envuelta en un gigantesco sudario de humo negro y polvareda.

La radio del coche nos dio puntual información de su espectacular y enigmático incendio mientras nos encaminábamos al Levante pensando que Madrid parecía la Roma imperial en su álgida decadencia, cuando Nerón la puso en una pira para reafirmar su inspiración artística. Entre coches-bomba, incendios y accidentes, el foro era la caldera de Pedro Botero en carnaval. En ese invierno «caliente», la dorada torre Windsor fue una barbacoa, pero unos años antes, en 2001, había ardido por completo el Palacio de los Deportes y también, en 1995, el Palacio de Congresos de la Castellana, frente al campo del Bernabéu.

LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN DEL WINDSOR HA VUELTO A LA ACTUALIDAD EL AÑO PASADO PORQUE SE HAN ENCONTRADO PRUEBAS QUE CULPAN AL FAMOSO COMISARIO VILLAREJO, EL PEREJIL DE TODAS LAS SALSAS DE LA CORRUPCIÓN EN ESPAÑA

De vuelta a la actualidad, este mes de febrero se ha cumplido el 15º aniversario de aquel aparatoso incendio que en menos de 24 horas destruyó, afortunadamente sin víctimas, el Windsor, propiedad de la familia Reyzábal, valorado dos años antes por las aseguradoras en 84,2 millones de euros. Las causas del siniestro nunca se esclarecieron, atribuyéndose a una colilla mal apagada en el despacho 2109 y a la imprudencia de la fumadora, una directiva de la consultora Deloitte. Esa fue un año después la determinación de los peritos, con la que el Juzgado de Instrucción nº 28 de Madrid dio cerrojazo al asunto el 31 de enero de 2006 sin señalar responsabilidades penales, aunque pocos se creyeron que tan nimia causa desa - tara un fuego de tan descomunales dimensiones en la planta 21. ¿Pero, de no ser así, qué o quién provocó un incendio en el edificio la noche de un sábado, a las 23,21 h, cuando el coloso estaba vacío? Se barajó el robo de bienes o la sustracción de información, ya que algunas de las consultoras que ocupaban oficinas en el edificio custodiaban información comprometida de entidades como el Banco Santander Central Hispano o la agencia de valores Gescartera, bajo sospecha porque protagonizó en 2001 un escándalo financiero en el que desaparecieron 20000 millones de pesetas –120 millones de euros–, con más de 2000 afectados, incluyendo empresas públicas, fundaciones, oenegés, congregaciones religiosas, etc.

La teoría de la conspiración se abrió paso tiempo después, cuando el vídeo de un vecino de Azca descubrió en medio del incendio y de madrugada las sombras de unos intrusos en la planta 12 del inmueble, lo que no fue prueba suficiente para cambiar la versión oficial y esta dio como desencadenante del incendio la colilla mal apagada. Esta teoría ha cobrado actualidad al hallarse pruebas recientes que culpan al famoso comisario José Manuel Villarejo, del Cuerpo Nacional de Policía, el perejil de todas las salsas de la corrupción en España, como único causante del incendio, al parecer con el objetivo de destruir papeles que podrían perjudicar al presidente del BBVA.

El caso es que el Windsor ardió por los cuatro costados, no se sabe si víctima de un gafe conocido, un tuerto por conocer, un furibundo pirómano anónimo o un instigador desalmado como el comisario Villarejo, empeñado con su negra mano en hacerle la mejor propaganda a Madrid –si bien no surtió efecto alguno– como candidata a la sede olímpica, pues entonces aspiraba a los juegos de 2012.

Los restos de aquel coloso que fuera icono de mi tierna mocedad cayeron demolidos sin dilación. Y sobre sus cenizas se comenzó a erigir dos años después de su muerte otro esbelto edificio de 104 metros conocido hoy como la torre Titania, anexo actual del Corte Inglés de la Castellana.


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