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Actualidad

03 Septiembre 2019

Setenta años cumple la A.E.C.

primitivo fajardoEl pasado 21 de abril cumplió 70 años una de las entidades de mayor relevancia institucional del sector viario, tanto en España como fuera de nuestras fronteras: la Asociación Española de la Carretera (AEC), firma en la que trabajé de correveidile en mi adolescencia –los mensajeros estaban aún por inventar– y en la que estuve catorce largos, intensos y aleccionadores años. No fue mi primer trabajo, pero sí donde desperté al mundo laboral y donde me espabilé a la vida, donde mucho aprendí y donde conocí a gente ilustrada que me abrió la mente a universos nunca soñados, como la ingeniería y el periodismo, que me engancharían para siempre.

De aquel inolvidable periplo vital conté anécdotas cuando se presentó el número 200 –por el 224 va ya– del órgano de difusión, formación y representación de la asociación: la revista Carreteras, fundada en 1951, cabecera de la que tuve el honor de ser responsable durante casi una década –1980 a 1989–, en su tercera etapa, combinando su realización con la actividad desatada de la asociación, que, como toda entidad sin ánimo de lucro y sometida al vaivén de la economía presupuestaria y la liquidez de las empresas asociadas, pasó por fases de fulgurante esplendor seguidas de otras de milagrosa supervivencia. Una de las mejores coincidió con mi llegada a la casa en 1975 –sin que nada tenga que ver lo uno con lo otro–, poco después de ponerse en marcha una publicación mensual de venta al público en kioscos a la que se trasladó el nombre de la ya existente: Carreteras, pasando la revista técnica original a denominarse CA (Carreteras y Autopistas).

Regentaba la Presidencia del Gobierno Carlos Arias Navarro y era Ministro de Obras Públicas Antonio Valdés y González Roldán, con Enrique Aldama y Miñón de Director General de Carreteras, cuando Florentino Pérez, director general de la AEC, con la aquiescencia del presidente Juan de Arespacochaga, contrató a un aguerrido periodista para sacar adelante la nueva revista de automoción: José Luis Gutiérrez Suárez, que se rodeó a su vez de un excelente equipo (ver pág. 33) para destacar en un mercado muy competitivo donde bregaba una treintena de cabeceras. Aunque el proyecto funcionó apenas un lustro, incluso tras la marcha de Florentino y el “Guti” en 1976, la revista fue un éxito y para mí, que asomaba mi timidez al mundo, una época dorada.

Florentino se largó al Ayuntamiento de Madrid a inventar la “Patrulla verde”, después al IRYDA, más tarde al Ministerio de Obras Públicas y luego compró Construcciones Padrós por una peseta y se sacó de la manga OCP, compró Auxini y montó ACS, cumpliendo con un sueño largamente perseguido: ser presidente del Real Madrid. El Guti, para quien el periodismo era un sacerdocio –un día me preguntó qué era el periodismo y le contesté al lírico modo: “El periodismo es usted”–, se dedicó a la investigación y a crucificar políticos en semanarios como Gentleman y Cambio16; luego se hizo columnista de Diario16 bajo la batuta de Pedro J. Ramírez y acabó dirigiendo el periódico entre 1992 y 1996, haciéndose después con la revista Leer, hasta que el pobre la espichó en 2012. Florentino y Guti eran muy amigos y sacaron a la luz la famosa Guía del Ocio el 20 de diciembre de 1975, un mes después de diñarla Franco –tampoco creo que una cosa fuera consecuencia de la otra–.

LA CRISIS DEL PETRÓLEO DE 1973 TUVO UN REBROTE A FINALES DE LA DÉCADA Y LA ASOCIACIÓN, DIRIGIDA POR FERNANDO FERNÁNDEZ, QUE RELEVÓ A FLORENTINO PÉREZ EN EL CARGO, TUVO QUE «DESCAPITALIZARSE» DE MEDIOS Y PERSONAL Y QUEDAMOS DOS Y EL «SEÑORITO».

La revista Carreteras se acabó por cerrar porque la crisis del petróleo de 1973 registró un rebrote a finales de la década y la asociación tuvo que “descapitalizarse” de medios y personal, quedando vivos dos y el Señorito, como cariñosamente llamábamos a Fernando Fernández González, que relevó a Florentino Pérez Rodríguez en la dirección general de la AEC. Tales dos éramos: la secretaria de dirección Encarnación Arroyo y un servidor. Sus acendradas virtudes, su carácter pertinaz y la resistencia numantina de Encarna, que sigue en la asociación, la convierten en único testigo del último medio siglo de vida de la AEC.

Mi gaznate se salvó de la afilada cimitarra del Señorito por los pelos. Porque me licencié de la “mili” y me matriculé en la Facultad de Ciencias de la Información coincidiendo con la salida del director de la revista, Julio Sainz de la Maza, que cuando se iba me advirtió: “Si te pregunta Fernando, tú di que sí”. “¿A qué?”, dije yo. “No importa, tú di que sí”. Y el día que me llamó el Señorito para preguntarme si yo sería capaz de hacer la revista Carreteras... dije que sí. Y Carreteras me cayó encima por el artículo 33, cosa que nunca agradeceré lo suficiente porque, aunque las pasé canutas, me dio la oportunidad impagable de aplicar a la práctica del periodismo real los conocimientos teóricos que adquiría en las clases nocturnas de la universidad; dicho esto relativamente, porque el estado de vigilia no era mi santo y seña y Morfeo me cobijaba en su regazo más de lo que aconseja la prudencia y conviene al aprendizaje (así salieron algunos números, cuya relectura hoy me produce vergüenza).

Por tanto, en 1980, los tres supervivientes abandonamos el edén de la calle Serrano 57 –junto al ABC–, que cediera una década antes Juan de Arespacochaga, y nos ubicamos en una lóbrega mazmorra en Orense 12 (la cabra tira al monte porque OP MACHINERY está en Orense 8), donde vivimos momentos de incertidumbre y tinieblas a semejanza de la luz de quirófano que exudaban los trémulos fluorescentes de aquel antro, sumidos Encarna y yo en la depresión y la desesperanza tras la debacle de Serrano 57. Aunque nunca faltó la nómina, meses hubo que la caja no daba ni para pagar el alquiler de la oficina.

Sin embargo, al poco, Fernando Fernández, que era un verso libre con una inteligencia superior, contrató a José Antonio Artero –redactor jefe en la Carreteras de José Luis Gutiérrez– para poner en marcha el departamento de prensa y propagar la buena nueva de la AEC. Todo cambió (y más para mí, pues Artero fue mi maestro y nunca podré agradecerle sus enseñanzas, su ejemplo, su ingenio, su humor, su hombría de bien y el incomprensible cariño que siempre me tuvo). Para reforzar su función entró de secretaria María José Medrano. Y cinco éramos multitud en Orense 12, por lo que en 1982 el Señorito, que además era profesor de la Cátedra de Dibujo de la Escuela de Caminos, gestionó el traslado de sede a la tercera planta de la torre, y en aquel búnker recobramos el espíritu festivo porque los rayos solares entraban balsámicos por los ventanales. Con la bullidora molondra del Señorito levantó el vuelo la AEC y se dinamizó la actividad con el esfuerzo de todos, embarcándonos en más publicaciones y en emocionantes proyectos que sanearon la tesorería de la asociación: Cursos de formación del INEM; jornadas complementarias a los clásicos y exitosos congresos Semana de la Carretera y Vyodeal (gloriosas noches de curro y farra pasamos editando resúmenes de las ponencias cada jornada); las Campañas de inspección visual del estado de los firmes, con las que descubrí la geografía de algunas fascinantes provincias; las Semana de cine de la carretera; la Campaña en colegios públicos, que giramos por España Artero y yo cargados de panfletos, proyectores e ilusiones; y la más espectacular de aquellos años –para mí–: la Campaña nacional de concienciación sobre la situación y necesidades de las carreteras españolas, que por azar nos llevó al Señorito, a Artero y a mí a dar en cinco días la vuelta a España en avioneta, para lo que se organizó una decena de ruedas de prensa en sendas capitales de provincia a las que llegábamos tarde y rozando la tragedia porque viajábamos hasta arriba de carga en la Gloriosa Plus Ultra, una Cessna 172N monomotor de cuatro plazas y 225 km/h de velocidad de crucero, que alquilamos en Cuatro Vientos.

LA AEC HA RESISTIDO LA TRAVESÍA DEL DESIERTO DE LA CRISIS SIN ABANDONAR NUNCA SU PULSIÓN INQUISIDORA Y DESCOLLA COMO LÁTIGO DE SIETE COLAS EN LA DEFENSA DE LAS INFRAESTRUCTURAS.

Lo del azar es relativo. El coste de la operación era alto y exigía mucho tiempo si el desplazamiento se hacía por carretera, por lo que a sugerencia del abajo firmante, que entonces andaba inmerso en la práctica aérea, se estudió esta original fórmula que a la postre resultó ser más económica y dinámica y además permitía a mis jefes sacar a orear el hombre marlboro que todos llevamos dentro. Fue coronada con notable éxito la operación y aquella semana de octubre de 1983 las carreteras y su problemática aparecieron en la tele y en los periódicos españoles.

Eran los tiempos de las transferencias en materia de carreteras a las recién creadas Comunidades Autónomas. El Señorito y Artero se trillaron España ofreciendo nuestros servicios y postulando para la AEC, y tal fue su menesterosa labor que llegaron a ser temidos en las diputaciones de menor presupuesto.

Al final de la década, en 1989, el Señorito se fugó a la empresa privada –seguiría en la AEC como vicepresidente– y yo fiché por el diario AS. Artero asumió el mando general casi un año y emigró en el 92 a Señalizaciones Postigo tras los pasos de Fernando Fernández, dejando en su lugar a una periodista sin par, Marta Rodrigo.

Al largarme, me perdí la época deslumbrante que acechaba con el cambio de década, cuando aterrizó Aniceto Zaragoza Ramírez –él me firmó el finiquito– para impulsar la causa hacia más elevados horizontes, que en los 90 alcanzarían niveles estratosféricos, adquiriendo la asociación categoría internacional, organizando en el 93 el XII Congreso Mundial de Carreteras, haciéndose en 1994 con sede propia en Goya 23 y alcanzando su plantilla la treintena de profesionales.

En 2006, cuando atábamos los perros con longanizas, Aniceto emigró a la dirección general de Oficemen y le sustituyó su mano derecha: Yago Díaz Pineda, que tuvo la miel en los labios un par de años y se le convirtió en hiel el cargo porque llegó el morlaco salvaje y cruel de la crisis en 2009. Afortunadamente, bajo su mandato la AEC ha resistido la travesía del desierto sin abandonar nunca su pulsión inquisidora y descolla como látigo de siete colas en la defensa de las infraestructuras.

Estos grandes directores y sus lubricados surcos encefálicos, tuvieron presidentes hábiles que secundaron sus decisiones. Ingenieros de caminos que me impresionaron fueron el mencionado Juan de Arespacochaga y Felipe, serio y solemne, presidente de Renta Inmobiliaria, que tras su paso por la AEC fue alcalde de Madrid y senador; Pedro García Ormaechea, que fue diputado de las Cortes y duró poco porque se lo llevó la parca a los cinco meses de ser nombrado presidente; Manuel Velázquez Velázquez, presidente de PROAS, al que sustituyó el presidente de PROBISA, el gran Juan Antonio Fernández del Campo y Cuevas, grande en tamaño y grande en magisterio, tan grande que al morir, en 2004, Fomento le dedicó un viaducto en la A-6 sobre el río Sil, en León, donde había nacido en 1936. Le siguieron Víctor Montes Argüelles y Manuel María Muñoz Medina, al que sucedió el actual: Juan Francisco Lazcano Acedo, presidente de la Confederación Nacional de la Construcción (CNC), al que entrevisté en el Ministerio de Fomento en 1998, cuando era Director General de Carreteras.

Lazcano y Jacobo Díaz lideran el competente equipo de la AEC, en el que descollan Marta Rodrigo y Encarna Arroyo, y han hecho un gran trabajo en estos difíciles años de carencias y oprobio, manteniendo a la entidad como la más importante del sector y la institución que más influencia ejerce sobre los poderes públicos y mayor y más rico bagaje técnico atesora.

Este es el final de una historia de 70 años que continúa y tuvo sus orígenes tras la guerra civil, pues la Asociación Española de la Carretera fue fundada en 1949 por el ingeniero técnico de O.P. Miguel Montabes Calle, cuando las infraestructuras de nuestro país eran lamentables por la afectación de la campaña militar y su reconstrucción dificultada por la escasez de materiales, la inexistencia de maquinaria y la falta de presupuestos. El país, sumido en la autarquía impuesta por la dictadura, no remontaba su estado de atraso y pobreza en la post guerra del gasógeno y las cartillas de racionamiento (ver artículo en este número). Desde entonces, la AEC ha cumplido su función de servicio público persiguiendo una red viaria de calidad que garantice el progreso económico y el bienestar social, objetivo primordial en su dilatada historia, impreso en su esperanzador lema: Mejores carreteras para vivir mejor.

Ya termino. Mi paso por la AEC dejó escasito rastro, pero tantos gigantes cuya sombra me cobijó dejaron raíces profundas en mi corazón y mi memoria. Por eso los recuerdo siempre. Y ahora más, al celebrar la asociación su 70º aniversario. .


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