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Actualidad

01 Junio 2018

El sacrificio de los motores

primitivo fajardoLas normas medioambientales de los países industrializados son cada vez más restrictivas con respecto al uso de motores de combustión interna por su alta contaminación, ya que funcionan con combustibles fósiles, lo que ha llevado a los fabricantes de maquinaria por dos caminos: uno, a emplearse a fondo en la mejora continua de los motores diésel para optimizar sus emisiones y superar las imposiciones normativas cada vez más exigentes; y dos, a la creación de motores alternativos potenciados por gas o electricidad, energías presumiblemente más limpias. Este es el caso del fabricante JCB, que el pasado mes de marzo presentó nuevos modelos de máquinas y motores en su sede central de Inglaterra. Una de las conferencias dictadas en el seno de esta presentación fue la de David Bell, presidente honorario de la Asociación británica de equipos de construcción y antiguo directivo de JCB, que salió en defensa del motor diésel por sus mejores cualidades, aunque sin menospreciar por ello el avance de los motores eléctricos, hoy insuficientes –a mi modo de ver– para potenciar máquinas de tonelaje medio y alto.

Esa conferencia figura en las páginas siguientes y leyéndola queda claro lo que los directivos de la compañía británica sienten, que no es otra cosa que orgullo de que su empresa esté a la vanguardia del desarrollo de motores diésel con emisiones cero, que es una fuente de energía óptima para los equipos de construcción porque, no nos equivoquemos, el diésel es crucial en la generación de la alta potencia que necesitan las máquinas de nuestro sector. Y orgullo también de estar a la vanguardia de las tecnologías en energía alternativa, pues al aumento de la demanda de obras urbanas acompaña el desafío de utilizar máquinas con emisiones cero. JCB es marca pionera en este ámbito y puede sentirse orgullosa de producir motores diésel eficientes y respetuosos con el medioambiente, con los que equipa sus máquinas, y también motores eléctricos para los equipos pequeños.

Viene esto a cuento por los ataques indiscriminados que últimamente sufre el motor de combustión interna, palpables en la prensa. De ello también avisó el pasado mes de abril en Intermat la prestigiosa marca Kohler, que en la plataforma ferial parisina revisó el estado actual del mercado de motores de combustión y sus aplicaciones frente a la supuesta panacea que representan los motores eléctricos, que se están poniendo de moda en la sociedad y también en nuestro sector. Ambas tecnologías, como es evidente, tienen puntos positivos y otros en contra y es palpable que hay tanta política como innovación detrás de algunas de las ventajas declaradas a favor del uso de los motores eléctricos. La afirmación de que los vehículos impulsados por estos motores no emiten contaminación está tergiversada, pues generar la energía que consumen y los componentes que los mueven representa un coste igual o superior al que tiene un vehículo movido por motores tradicionales de combustión interna. Por no hablar de la contaminación que se genera durante la fabricación de las baterías que los equipan y propulsan.

El ingeniero norteamericano Peter Kelly Senecal, fundador de Converge CFD (Computational Fluid Dynamics), especialista invitado por Kohler para dar una documentada conferencia sobre el tema en el stand de la compañía, llegó a estas y otras interesantes conclusiones, precisando datos y parámetros relativos a las cualidades superiores de los motores de combustión sobre los eléctricos. Solo el título ya prometía: Vivito y coleando: El entierro prematuro de la combustión interna. “Desde el escándalo del dieselgate de 2015 –dijo Senecal–, la demonización de los motores diésel ha aumentado a pesar de su eficacia cada vez mayor y de haber reducido considerablemente sus emisiones, especialmente en el sector de la maquinaria, donde se ha pasado de las regulaciones de 1990 con el Stage I al Stage V, que será efectivo el año próximo”.

Muchas voces se alzan proclamando la muerte en la hoguera del pecador y nocivo motor de combustión interna, a la par que las marcas de automoción nos andan prometiendo el paraíso eléctrico para el futuro. Los gobiernos colaboran apadrinando prohibiciones a la gasolina y al diésel de los vehículos para tratar de atajar la contaminación de las urbes y los entornos protegidos, mientras las normas de emisiones europeas para la maquinaria se han hecho cada vez más rigurosas, limitando el monóxido de carbono, los hidrocarburos, los óxidos de nitrógeno, las emisiones de partículas y los gases de las vacas.

Es evidente e inevitable, a tenor de la trayectoria creciente de agresión al diésel y de comunión con el eléctrico, que algún día acabe sucumbiendo el primero y se imponga el empleo de la electrificación en vehículos y máquinas, pero hoy por hoy pienso que no está justificado para usos fuera de carretera porque el motor diésel actual es limpio y respetuoso y proporciona a los grandes equipos una combinación única de potencia, consumo y resistencia que no tiene comparación con otras tecnologías.

El progreso exige el sacrificio en el altar de la modernidad del sagrado principio de la combustión interna: admisión, compresión, explosión y expulsión. Pues bien, sustituyámoslo por el más barato y ecológico del tracto digestivo del rumiante: panza, libro, redecilla y cuajar –ahí queda eso para avispados–, con lo que transformando verduras en bosta de ungulado los motores serían del todo pulcros y sin mácula. Tecnológicos no, claro.


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