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Actualidad

01 Marzo 2021

Un año desde que se paró el mundo

primitivo fajardoUn año ha pasado desde que el estado de alarma general paralizó el mundo por culpa de la pandemia, esa pesadilla cuyo final ni se atisba. En doce meses se han apeado de esta nave sideral, contra su voluntad, dos millones de personas; más de cien mil paisanos solo en nuestro país. Y la sangría continúa aunque la denostada ciencia haya hecho el milagro de fabricar el antídoto en tiempo récord. Hasta que las vacunas no estén inyectadas en todo el orbe no nos recuperaremos de las secuelas físicas, emocionales, económicas y sociales que nos ha dejado en herencia este veneno mortal, cuya propagación en España ha contado con el vector de transmisión de quienes alentaron el Woodstock de la infección el 8M, que son los mismos desalmados que nos ocultaron su llegada, aseguraron que no habría aquí más allá de uno o dos casos diagnosticados y que esto no sería peor que una gripe. ¡O sea, cien mil muertos! Los mismos inútiles incapaces de equipar a los sanitarios, de suministrar mascarillas a la población y de evitar la masacre de las residencias. Los mismos tarados que aún siguen sin reconocer la cifra real de muertos y han hecho de la administración de las vacunas un galimatías.

Su ineptitud en la lucha contra el coronavirus solo demuestra la mala fe de un Gobierno que se autoproclama democrático y progresista pero es de atraso y dictadura porque está aprovechando la crisis sanitaria para cargarse la separación de poderes e instaurar un cambio de régimen por la puerta de atrás. Con su actitud despótica, intervencionista y antidemocrática nos ha llevado a otra crisis, la política, que está carcomiendo el maderamen de la estructura constitucional, entre otras cosas por su empecinamiento en encamarse con los enemigos confesos de la nación: paletos golpistas cataláunicos, trogloditas del tiro en la nuca, quinquis perroflautas de chófer y escolta oficial y la ralea de adscritos al filibusterismo institucional, que apoyan al Gobierno a cambio de su guante de terciopelo, de aflojar la mosca, de someter a la justicia a sus caprichos y de permitirles enquistarse en el Estado para balcanizarlo y cargárselo todo: las instituciones, la democracia y la libertad.

Algo que nunca agradeceremos lo suficiente al napoleoncito de la granja orwelliana, al narciso líder al que tanto gusta pisar charcos para mirarse en ellos. Tardaremos años en restañar los desgarros producidos en los tejidos anímico, social y productivo tanto por el coronavirus y su calamitosa gestión como por la apisonadora ideológica de este engreído y su banda de lerdos y lerdas, orientados a politizar el drama sanitario usando la pandemia como palanca electoral, dividiéndonos en buenos y malos y anteponiendo sus caprichos, rencores y miasmas personales al interés general y a los asuntos de Estado. ¡Y su estulticia al sentido común!

SOMOS EL PAÍS DE LA OCDE QUE PEOR ESTÁ LLEVANDO LA PANDEMIA, EN 2020 EL PIB CAYÓ UN 11%, TENEMOS CUATRO MILLONES DE PARADOS, CASI UN MILLÓN DE PERSONAS EN ERTE, OTRO MILLÓN DE AUTÓNOMOS SIN ACTIVIDAD Y GRANDES EMPRESAS COCIENDO ERES.

El esperpento anida en los rasgos grotescos de un ludópata de la política sin luces ni dignidad, un incompetente dedicado a normalizar la mentira como acción de Gobierno y a reciclar sus propios escándalos en munición arrojadiza. Siempre está en campaña y subordinando sus actos a la propaganda y los presupuestos al pesebre clientelar. Ha destrozado el socialismo patrio y mutado a su partido al sanchismo, ese estercolero donde hoza una sumisa cabaña inoculada de fiebre cainita, que criminaliza al adversario político buscando eliminarlo del mapa con mensajes radicales de odio y manipulando los hechos vía pesebres mediáticos para un electorado abducido, infantilizado, de escasa formación e incapaz de razonar por su cuenta. Así blanquea su maldad intrínseca y la de sus lacayos y fagocita al contribuyente, objetivo de los carroñeros de cuello largo afines al enredo y la rapiña que veneran la corrupción como maná inagotable de poder y riqueza. Y es que la gente es inculta, dúctil y maleable, no sabe, no piensa, no duda, carece de memoria, se traga todo sin mascar y lo excreta en las urnas sin pasarlo antes por la túrmix de la molondra.

Somos el país de la OCDE que peor está llevando la pandemia. En 2020 el PIB cayó un 11%, tenemos cuatro millones de parados, casi un millón de personas en ERTE, otro millón de autónomos sin actividad y grandes empresas cociendo ERES; miles de pymes se hallan paralizadas, incontables negocios funcionan con respiración asistida y las colas del hambre aumentan. El caos económico es ya monumental, las ayudas no llegan y enterramos cada día un avión siniestrado por Covid, pero en la España de hoy, pobre y traumatizada, ni ante los muertos ni los parados el Gobierno se inmuta. El fantoche populista con ínfulas de sátrapa del que se chotean los demás gobernantes europeos lo convierte todo en carnaza de su clientelismo y, mientras le da al impuestazo tras el cataclismo económico, anda soltando guita pública a los chiringuitos del decálogo de filias del sectarismo progre. Pero aquí no pasa nada...

El filósofo inglés John Locke, padre del liberalismo clásico, creía que la naturaleza humana tiende al mal y por ello consideraba la separación de poderes el único medio de evitar los abusos que el tonto de turno escogido por el pueblo pudiera cometer. Y es inevitable la querencia de este a perpetuarse montando un régimen totalitario, que se sustenta en cuatro pilares fundamentales: los medios de comunicación, la educación, la justicia y las fuerzas armadas. En ello andan el tonto y su tropa. Hasta el punto de que, en la Europa de hoy, solo en España podemos presumir de tener más miedo al tonto que al virus.

Apañados estamos cuando son el propio Gobierno de la nación y su tonto de turno quienes corroen los cimientos democráticos del Estado.


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