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Sobre la limpieza de los ojos. Esteban Langa Fuentes
¿Podría determinarse el momento en el que los seres humanos comenzaron a limpiarse el culo después de vaciar las tripas? Si admitimos la aparición del ser humano en la tierra de acuerdo con la creencia cristiana, podría suponerse que Adán y Eva ya lo harían en el “Jardín del Edén”, aunque también podría afirmarse que no sería necesario porque por su alimentación natural, rica en fibra y sin conservantes ni colorantes, daría lugar a la defecación de una mierda de textura tan perfecta que fuera expulsada al exterior sin dejar restos en el agujero negro, no requiriendo limpieza posterior de inconvenientes adherencias.
Tampoco sería necesaria limpieza alguna porque, según cuentan, nuestros primeros padres disfrutaban del paraíso triscando alegremente en un idílico entorno natural, no en mangas de camisa ni en mangas de camiseta, ni en mangas de bragas o calzoncillos, sino totalmente desnudos, en mangas de pelotas, sin ropa y por lo tanto exentos de marcar con marrones zurraspas bragas o calzoncillos. En cambio, según la teoría de la evolución, los actuales humanos procederíamos de monos, que, espabilando poco a poco, llegaron al formato que hoy conocemos, aunque en algunos ejemplares su aspecto físico haya sufrido mínimas modificaciones y en otros, tampoco su cerebro haya evolucionado demasiado.
Los estudiosos de nuestros ancestros, los primates, dicen haber descubierto entre ellos algunas habilidades que les acercan al comportamiento humano, pero parece que limpiarse el agujero negro tras sus deposiciones no es una de ellas. Cabe pensar que las formas originales usadas por los humanos para limpiarse el ojo ciego deberían ser las mismas que se usaban en mi pueblo cuando yo era niño, y que, al igual que los aborígenes, yo aprendí y practiqué durante mis estancias vacacionales en él, mientras que las practicadas en la ciudad debían ser simples evoluciones de aquellas con las que se pretendía, a veces sin lograrlo, mejorar su efectividad y reducir la aspereza de los métodos rurales, un tanto agresivos para el esfínter anal y la sensible epidermis de sus aledaños.
En el ámbito rural, la limpieza solía realizarse mediante elementos ecológicos procedentes del reino vegetal o mineral, que se encontraran disponibles al alcance de la mano del apremiado en el momento de la defecación, ya fuera en callejas o cuadras, dentro del casco urbano, o en medio del campo.
En plena naturaleza, las hojas de los árboles o arbustos o la yerba eran los elementos del reino vegetal más empleados en la limpieza cular, y los guijarros los pertenecientes al reino mineral. Las hojas de especies arbóreas, podían usarse bien de una en una, en sucesivas pasadas, siempre que fueran de buen tamaño, y en manojo o ramillete las de pequeña superficie.
Pero, así como los recolectores de setas deberían identificar las especies venenosas, los usuarios de elementos vegetales para su limpieza anal debían conocer las especies no aptas para ese uso por sus especiales características.
EL OTRO USO MENOS NOBLE DE LOS DIARIOS ERA EL DE LA LIMPIEZA DE LOS TERCEROS OJOS DE LOS ESPAÑOLES, QUE TAMBIÉN TINTABAN EN LA MANIOBRA, AUNQUE NO SE TRANSMITIERA A LOS USUARIOS LA INFORMACIÓN.
Ejemplo serían las hojas de la higuera, cuya sabia lechosa causaba seria irritación en la zona anal, produciendo la sensación de quemazón, como si el culo hubiera sufrido la acción de un soplete. Otro ejemplo serían las hojas de las jaras, que impregnarían la zona anal con la pegajosa resina que, junto con los restos marrones, producirían una pasta de muy difícil eliminación. O las acículas del pino, que producirían dolorosas punciones en tan sensible zona con sus afiladas puntas.
Podría pensarse que algunas plantas silvestres, como el tomillo, el romero, el orégano, el cantueso, la menta poleo... podrían aromatizar la zona perianal a la vez de servir para su limpieza, pero no se tienen conclusiones fiables al respecto, porque no se conocen terceros que, tras la limpieza con estas aromáticas plantas, hayan dado noticia de que el culo de algún allegado, familiar, amigo, amante... que se hubiera limpiado con ellas hubiera quedado impregnado de su aroma.
La yerba constituía otro elemento vegetal muy adecuado para la limpieza anal. Un buen manojo al alcance de la mano y arrancado en el momento servía no sólo para la operación de limpieza sino para refrescar el ojo negro y anexos, tanto más si la defecación se producía a primera hora de la mañana, cuando la yerba aun brilla por el rocío del amanecer. No obstante, ésta dejaba su marca en el entorno cular, que se transmitía a las bragas o calzoncillos coloreando con pinceladas verdosas los marrones palominos.
En el empleo de yerba debía prestarse especial atención a las urticantes ortigas que se encuentran entre sus hojas. Si un manojo arrancado para esta higiénica aplicación las contuviera, provocarían sobre el ojo, raja y nalgas, un terrible escozor. Como la agresión provocada por las ortigas se mitiga usando como lenitivo barro aplicado sobre las zonas afectadas, debe advertirse que en este caso, mezclado con el marrón, el rocío y la yerba, el culo se convertiría en un “bebedero de patos”.
El empleo de yerba seca, paja o heno, si bien no aportaba frescor ni dejaba huellas de clorofila en los aledaños culares, podía provocar pinchazos por fragmentos, flores o semillas punzantes. El más notorio ejemplo de la limpieza del culo mediante yerbas secas era el llevado a cabo en las deposiciones que los aborígenes realizaban en las cuadras de los pueblos, que se usaban como váteres y en las que se almacenaba paja o heno para alimentar al ganado.
Como es natural, las distintas opciones dependían de la disponibilidad en el entorno de las diferentes especies vegetales, y a su vez, éstas, de la región, temporada y climatología.
El reino mineral pone, no un granito de arena sino fragmentos de mayor tamaño para la limpieza anal, en caso de no disponer de vegetales adecuados a mano para ese uso. El tipo de roca de la que provenga el fragmento y su grado de meteorización tienen gran importancia, pues ambos aspectos inciden directamente en la sensación producida en su aplicación. Algunas rocas, como el granito o la arenisca, resultan muy ásperas al rozamiento en la zona perianal. Otras como la caliza resultan suaves, aunque lo que más marca su tacto es su forma, y especialmente el grado de pulido de su superficie y la presencia o ausencias de aristas, pudiendo afirmarse que los guijarros más adecuados para limpiarse son los cantos rodados de cualquier tipo de roca, pero especialmente los de rocas calizas.
El uso del papel se ciñó en principio a las capitales y la generalización de su empleo discurrió en sus comienzos paralelamente al incremento del nivel cultural de los españoles, porque los primeros papeles usados para este noble fin fueron las hojas de los periódicos, lo que podría ponerse como ejemplo de reciclado en la época en la que nadie hablaba de desa - rrollo circular sostenible. La distribución de la prensa diaria se centraba en las capitales de provincia o en ciudades de cierta relevancia y el papel de periódico disponía de una textura aceptable para ese empleo higiénico.
Las villas y villorrios de la piel de toro no gozaban de prensa informativa y solamente disponían de papel de estraza, de común uso como envoltorio de los productos de los colmados lugareños, escaso, de textura ruda, acartonada y de nula absorción. Los diarios capitalinos, tras cumplir su misión informativa entraban a prestar otros servicios. Uno era el del empaquetado de todo tipo de productos alimenticios, impregnando con su tinta a los que por su humedad eran capaces de disolverla con su contacto, lo que se daba muy especialmente con el pescado. Las pescadillas, boquerones u otras especies piscícolas se empapaban de las noticias diarias durante el trasporte desde las pescaderías hasta los domicilios.
El otro uso menos noble de los diarios era el de la limpieza de los terceros ojos de los españoles, que también tintaban en la maniobra, aunque no se transmitiera a los usuarios la información plasmada en la página, habiendo quedado acreditado que el ser humano jamás adquirió conocimientos o ciencia a través del ojo del culo. Algún avezado observador con espíritu emprendedor evaluó la cantidad de hojas de prensa impresa que acababan su ciclo vital con este higiénico empleo y consideró la posibilidad de sacar al mercado algún tipo de papel que, con un formato especial fuera destinado a esa aplicación, dando a los retretes un aspecto de modernidad, civilización y hasta nivel social, poniendo en el mercado el papel higiénico en forma de rollos continuos de gran longitud.
Los usuarios podrían disponer así de metraje sobrado para cubrir sus necesidades, cortando tramos de longitud adecuada para poder hacer algún plegado para proporcionar la seguridad de que no se produjera la rotura del papel durante la maniobra, acabando con la mano en la masa. El ancho de los rollos fue estudiado sesudamente para encajar en la raja de los culos estándar, normales, con suficiente holgura para cubrir ligeramente los aledaños anales y bordes de las cachas, actuando como guardabarros sobre ellas, si bien para algunos culos sería más adecuado los rollos de papel de cocina, de doble ancho.
Pero, aunque este papel significaba aparentemente un importante signo del refinamiento propio del avance de la civilización, lo cierto es que su textura inicial dejaba mucho que desear con respecto a su capacidad de arrastre de los restos del marrón adherido al agujero negro y entorno, si se comparaba con el de los diarios de la época, que gozaban de una mejor textura para su escatológico empleo.
Ejemplo palmario de lo dicho lo constituía el papel higiénico marca Elefante, presente en todo váter civilizado de la época. Recuerdo la diferencia de textura de ambas caras. Una presentaba una superficie granular, pero de grano tan fino que no producía el arrastre del marrón que garantizara una limpieza a fondo de la zona, y la otra era satinada, por lo que no solamente no arrastraba la manteca sino que servía para extenderla por el entorno.
De esa manera, en las ocasiones en que los restos de la deposición presentaban una plasticidad y adherencia similar a la cola de carpintero, los sucesivos intentos de limpieza, cortando y empleando uno tras otro sucesivos tramos del rollo del papel, iban extendiendo el marrón por la raja, cacha y nalgas llegando a sobrepasar la rabadilla si los intentos de limpiar lo extendido se sucedían, debiendo abandonar el objetivo de conseguir una limpieza completa si no se quería extender el material hasta la nuca. La mala calidad de esos papeles quedaba reflejada en las zurraspas delatoras impresas casi en 3D en bragas y calzoncillos, que llegaban a alcanzar a veces hasta el elástico de las cinturillas.
Poco a poco fueron introduciéndose en el mercado diferentes tipos de papel compitiendo en efectividad y suavidad entre las diferentes marcas. Hoy día se pueden encontrar en cualquier supermercado más marcas y tipos de papel higiénico que marcas y tipos de leche o mermeladas. Los hay de toda clase de texturas, lisos, acolchados, con dibujos de bello colorido e incluso aromatizados. De momento no se prevé que puedan salir al mercado papeles higiénicos sin lactosa, azucarados o con algún aditivo para reducir el colesterol, aliviar el estreñimiento o incluso conteniendo paliativos para minimizar las molestias de las hemorroides.
Todos inciden en la suavidad y la capacidad absorbente como sus características más relevantes, pero hay que señalar que algunos son de muy escasa consistencia y por ello resulta muy fácil su rotura en medio de la operación de limpieza, pudiendo hacer recordar las palabras que se atribuyen a don Jacinto Benavente: “¡Ay de aquél que al limpiarse el culo se le rompa el papel!”, quizá algo exageradas, porque no parece creíble que ese simple contacto pueda ser un estímulo para abrazar la homosexualidad.
La limpieza de los restos adheridos al ojo ciego con agua, tendría su origen en los romanos, que se limpiaban con una esponja, atada en el extremo de un palo. Mojando ésta en el líquido elemento se frotaban la zona culera tras las deposiciones. Según los que dicen saber del tema, este coroto se denominaba tersorium y era compartido en las letrinas públicas, aunque parecería lógico pensar que los romanos de cierto nivel dispondrían de un tersorium propio para su uso exclusivo.
La aparición del bidet, moderno sistema de aplicación del agua en la limpieza cular, usado como complemento del papel higiénico moderno, ha logrado prácticamente el final de las zurraspas en bragas y calzoncillos, lo que, junto con la llegada del hombre a la luna, yo diría que ha significado uno de los más grandes logros de la humanidad.
Mayormente... claro.
Esteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas