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La Banda de Cafferty || El Circo . Esteban Langa Fuentes
La banda de Joe Cafferty había alcanzado gran notoriedad por su osadía desplegada en los atracos a las sucursales bancarias de Greenwood y los pequeños pueblos de Carolina del Sur, próximos a esa pequeña ciudad. Su banda venía repitiendo los asaltos hasta dos y tres veces en los mismos pueblos y en las mismas entidades bancarias.
Joe Cafferty era consciente de que necesitaban ampliar su radio de acción hasta que la zona castigada se enfriara, dado que en ésta ya reconocían a muchos de los componentes de la banda con nombre y apellido.
—Es que ya estamos muy vistos por aquí –se manifestaba Henry Quant, lugarteniente de Cafferty–, el día menos pensado nos saludan en los atracos y nos preguntan por la familia.
—Ya visteis el otro día en el atraco al banco de Newberry la que me montó mi mujer –dijo Collins–. Había ido a la ciudad de compras y la pillamos cobrando un cheque. Me llamó gilipollas a voces por robar nuestro dinero.
—Y la de Malcom, que estaba con ella y le dijo a voces que a casita después del atraco y nada de copas con los compañeros –añadió Clark–, que ya la tenía hasta el coño de volver a casa borracho después de cada atraco.
—Yo creo que debemos cometer los atracos lejos de nuestra residencia< –apostillo Perkins–. Tenemos que salir de esta zona.
—Opino lo mismo; estoy de acuerdo –manifestó Fox.
—Cierto –remató Andrew.
—Bien –comenzó a hablar el jefe–. Parece que todos estamos de acuerdo. He tratado el tema con Quant y también opina que, en efecto, hay que comenzar a atracar a mayor distancia...
—Pero, jefe –interrumpió Andrew–, no hemos escuchado qué opina Gómez, el mudo.
—¡Ah, coño, el Mudo! –exclamó Cafferty–. A ver, mudo: ¿crees que debemos empezar a operar lejos de este entorno?
Gómez, el hispano mudo, movió su cabeza haciendo gestos afirmativos y con su puño cerrado, con el dedo pulgar hacia arriba, manifestó su total acuerdo.
La decisión se tomó por mayoría absoluta. Joe Cafferty propuso llevar a cabo el atraco al First Bank de Charleston, en el que el jueves de la semana próxima contaría en su caja con más de cuatro millones de dólares, depositados para el pago de las nóminas y transacciones de diferentes empresas ubicadas en la ciudad.
En una nave industrial abandonada de la ciudad, Joe Cafferty comenzó a distribuir las armas y trebejos para el atraco.
—Collins, tú con el pasamontañas y la metralleta Thompson te ocupas de contener a todo el personal concentrado en el despacho del director. Malcom, con la máscara de Homer Simpson y la Colt 45 te ocupas de los vigilantes de seguridad. Clark, toma la máscara de Bart Simpson y la Smith & Wesson del 38, y a controlar al director. Te lo bajas a la cámara de seguridad para que abra las cajas. Fox, tú con la máscara de Mickey y la recortada, con él y con las bolsas para cargar la pasta. Perkins, tú con la máscara de Caperucita y la Luger a desvalijar los cajeros con Quant, que lleve la Glock y la máscara de Pinocho. Yo me quedo en la entrada con la Uzi por si intenta entrar alguien, y tú, Andrew, en la furgoneta con el motor en marcha con la trombona Winchester recortada. Ten el motor funcionando y no te pongas careta, procura solamente que no te vean la cara ni la escopeta; ya sabes, gafas y gorra hasta las cejas.
—Jefe –intervino Andrew–, ¿y el mudo?
—¡Me cago en la puta! –exclamó Cafferty– ¡Claro, claro... el mudo de los cojones! El mudo... Que se vaya a la cafetería de enfrente a por un par de botellas de whisky y un termo con café y unos donuts y que se lo traiga a la furgoneta cuando nos vea salir, y si ve venir a la poli que venga al banco a avisar.
—¿Y qué máscara y qué arma le damos? –preguntó Collins, mientras Gómez, el mudo, seguía la conversación con los ojos muy abiertos mostrando gran deseo en participar en el atraco.
—¿Pero, es que estás gilipollas, Collins? –exclamó Cafferty–. ¿Qué arma va a llevar y qué máscara se va a poner si va a ir a la cafetería a comprar y no a atracarla?
—Ya –replicó Collins–, pero es que a él le hace mucha ilusión llevar un arma...
—Pues que Perkins le preste su cachiporra –replicó el jefe– y que la lleve guardadita en el bolsillo, que no la vaya enseñando.
—Oiga, jefe, es que yo perdí la cachiporra en el último atraco –replicó Perkins–. Mejor que le preste Malcom un calcetín lleno de perdigones que tiene, que es el que él usa para repartir cera en las peloteras y va muy bien.
—Pero huele que echa para atrás –le advirtió Quant–, porque le huelen los pies que apestan y Gómez es mudito y no habla pero tiene olfato.
El atraco se llevó felizmente a cabo y la banda se reunió de nuevo en el galpón abandonado para contar la pasta y rea - lizar el reparto. El jefe se ocuparía de llevar a un perista conocido las joyas apioladas en las cajas de seguridad del banco para su venta. La cuantía de lo robado ascendió a cuatro millones y medio de dólares. El reparto fue sencillo.
—Quant, ahí va, tu parte, medio millón. Collins y Malcom, lo mismo para vosotros. Clark, tu pasta, aquí está, igual que a los otros, medio millón. Fox, Perkins, Andrew, ahí tenéis cada uno la misma cantidad; todos por igual y yo me llevo lo mío, o sea, el doble, un millón, que para eso soy el jefe y...
—Jefe, jefe... –interrumpió Collins.
—¿Qué coño pasa ahora, Collins? ¿No estás conforme? –preguntó Cafferty con gesto agrio, mientras apoyaba el dedo en el gatillo de la Uzi.
—El mudo, jefe, ¿qué pasa con el mudo? –dijo Collins, mientras el mudito miraba absorto los abultados fajos que Cafferty iba entregando uno s uno al resto de los miembros de la banda.
—¡Hostias, el mudo! ¡Es verdad! ¡Se me había olvidado el Mudo de los cojones! –espetó Cafferty, y echándose mano al bolsillo sacó un billete de cien dólares.
—Toma mudito, para ti –dijo, mientras le entregaba el billete a Gómez.
—¡Hostias! Pero... pero... ¡Me cago en mi puta madre! ¿Cien pavos de mierda, cacho cabrón? –exclamó el mudo.
—Se quedaron perplejos al escuchar el exabrupto del mudo.
—¡Coño! ¿Pero, tú no eras mudo? –exclamó Cafferty.
—¡Pues, claro –respondió el mudo–, pero es que con estos repartos de mierda haces hablar a cualquiera, coño!
EL CIRCO
El circo Fanfanetti ha llegado a Peñaranda del Tremedal y con él una serie de artistas, funambulistas, trapecistas, payasos, enanos, domadores... que presentarán sus arriesgados o divertidos números a los habitantes de lugar. Foráneos y aborígenes de todo pelaje y estatus socio-cultural forman impacientes una larga cola frente a la taquilla. Desde las fuerzas vivas, el alcalde y el cabo de la Benemérita, hasta los gañanes analfabetos más asilvestrados, Eutiquio, Macario y Anselmín, pasando por la maestra Elvirita, Lucio, propietario del comercio, y Máximo, el herrero, todos esperan ansiosos disfrutar de la sesión que tanto promete.
Y es que hoy, el circo Fanfanetti presenta un nuevo espectáculo que incluirá un concurso muy especial, una prueba con la que el ciudadano capaz de superarla se embolsará cinco mil pesetas.
Sí, decimos pesetas. Y es porque en la época cuando sucedieron estos hechos, era la peseta la moneda del país, o sea, esa época en la que los circos existían y tenían en su espectáculo números con animales de diferente pelaje, domadores de leones y enanos, como los de La Troupe de Eduardini y los de El Bombero Torero.
Tras el restallar del látigo del domador que se entremezcla con los rugidos de los fieros leones, las piruetas de los equilibristas montados sobre altísimos monociclos, los sobrecogedores saltos y piruetas de trapecistas y las sonoras bofetadas entre los payasos, llega el esperado número especial. Un enorme elefante entra en la pista precedido por su domador, ataviado con una vestimenta al uso de los exploradores de lejanas selvas africanas, capaz de eclipsar a la del doctor Livingstone.
Éste advierte al público que guarde silencio evitando provocar sonidos estridentes que podrían excitar al salvaje proboscídeo, recientemente capturado en la falda norte del Kilimanjaro, que, aunque luce una gruesa cadena atada a una argolla que se ciñe a una de sus patas traseras, podría llegar a romper su atadura en un caso extremo y provocar un desastre de proporciones incalculables en Tremedal, aunque desmienten sus palabras la cara de buenazo que tiene el bicho, que tiene aspecto de no haber dado un trompazo en su vida.
El director del circo ofrece cinco mil pesetas a aquel espectador que sea capaz de hacer que el elefante mueva alguna pata tras recibir la orden del domador. Macario y Anselmín saltan a la pista con una sonrisa en los labios, dispuestos a hacerse con el premio. Ambos podrían definirse como dos malas bestias. Macario, de 1,95 x 1,50 y 123 kg en canal, se hizo famoso en el lugar cuando en el encierro celebrado durante las fiestas del año pasado, acabó con la vida de uno de los toros, de 600 kilos de peso, cuando intentó cornearlo. Con un puñetazo en la testuz, justo entre los cuernos de la bestia (el toro), fulminó al morlaco con mayor celeridad con la que lo hubiera finiquitado una estocada del Rey de Espadas, Rafael Ortega.
OBDULIO, UN ALFEÑIQUE, PORTA UN ADOQUÍN Y, EXTENDIENDO EL BRAZO Y GIRANDO EL CUERPO CON GRAN VELOCIDAD, ATIZA AL ELEFANTE UN BRUTAL GOLPE EN LAS PELOTAS
La brutalidad de Anselmín, de dimensiones corporales similares a Macario, quedó certificada cuando llevó al veterinario a su burro enfermo cargado a sus espaldas, cual corderillo lechal, recorriendo tres kilómetros al trote cochinero.
Pero, contra todo pronóstico, ninguno de los dos es capaz de que el elefantito mueva una pata por más esfuerzos que hacen y más tesón ponen en ello. Golpean, empujan, gritan... viéndose obligados a desistir, mientras son abucheados por sus conciudadanos.
—¡Maricones! ¡Mataos! ¡Comemierdas! ¡Nenazas! –gritan los aldeanos divertidos.
Mas cuando parece todo perdido, salta a la pista Obdulio, un alfeñique, el tipo más bajito y escuálido del pueblo que se dirige hacia el proboscídeo y situándose tras él descubre la mano que mantenía oculta a su espalda en la que porta un adoquín típico de las antiguas carreteras franquistas y, extendiendo el brazo y girando el cuerpo con gran velocidad, atiza al animalito un brutal golpe en las pelotas. La pobre bestia barrita salvajemente como si respondiera a la llamada de Tarzán y comienza a sacudir coces por el dolor provocado.
El pueblo aclama a Obdulio, al que consideran merecedor del premio, a pesar del intento del director del circo que lo pretende descalificar por el nada reglamentario adoquinazo que ha propinado Obdulio al animalito en los testículos.
No obstante, a la vista de los gestos de los ciudadanos que agitan sus garrotas en alto, reconsidera su alegato y otorga el premio a Obdulio, optando por dar por perdidas cinco mil pesetas, antes de ser hinchado a palos por los lugareños.
Han transcurrido 2 años y el circo Fanfanetti regresa al pueblo, y con él, el mismo espectáculo con las mismas atracciones y el mismo elefante. La historia se repite, pero ahora nuestro domador premiará con cinco mil pesetas al que consiga mover la cabeza al elefante, que con el mismo gesto aburrido se mantiene totalmente estático, con la cabeza baja y la trompa ascendente. El domador advierte que no se podrá golpear al animal y que quien lo hiciera, quedaría descalificado automáticamente.
De nuevo, y como dos años antes, son Macario y Anselmín los que intentan mover la cabeza del bicho, sin resultado. Empujan su trompa, se cuelgan de ella... pero ni por esas.
Y de nuevo, salta a la pista Obdulio con su mano derecha oculta a la espalda.
—¡Alto ahí! –grita el domador cortando el paso a Obdulio–. ¡Ni se le ocurra sacudir al elefante!
—¿Yo? –dice sorprendido Obdulio–. Ni siquiera voy a tocarlo. Dicho y hecho. Obdulio se coloca delante del animalito y descubre la mano que oculta tras su espalda, en la que sostiene el adoquín con el que le sacudió en las pelotas dos años atrás.
—¿Te acuerdas de éste? –le dice Obdulio al animalito.
Y entonces, el elefante, con el terror reflejado en sus ojos, responde afirmativamente moviendo su cabeza arriba y abajo repetidamente.
Y Obdulio, por segunda vez, fue el ganador de las cinco mil pesetas del premio.
Esteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas