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Actualidad

01 Noviembre 2025

El Fontanero. Esteban Langa Fuentes

Esteban Langa

Juan Alberto Vitrubio Cifuentes y Marta Galán Cremades forman una feliz pareja. Son jóvenes y apenas llevan un par de años casados. Por ahora no piensan tener hijos, dado que ambos trabajan, porque el pago de la hipoteca del piso que han comprado se lleva por delante el sueldo de Marta, mientras que el de Juan Alberto cubre sus restantes necesidades y caprichos.

El piso es pequeño y Marta y Juan Alberto han gastado mucho tiempo y el mínimo dinero posible para acomodarlo a su conveniencia, por lo que ya son maestros en el bricolaje doméstico. Han colgado lámparas, cuadros, pintado a su gusto las habitaciones, confeccionado las cortinas, instalado las barras de éstas y las de los armarios empotrados de los tres dormitorios con los que cuenta el piso... Hasta Juan Alberto ha conseguido instalar la toma y el desagüe de la lavadora y modificar y montar algunas tomas de corriente para los electrodomésticos.

Durante casi tres meses se dieron una auténtica paliza trabajando hasta lograr que la casa se convirtiera en un auténtico hogar. Ahora, todo funciona correctamente y han pasado a la historia las extensiones de jornada laboral con trabajos manuales extraordinarios al regreso a la casa tras la jornada laboral de la oficina. Marta tiene la mala costumbre de arrojar por el desagüe del fregadero algunos restos de comida, a pesar de que Juan Alberto le ha advertido en numerosas ocasiones que esto puede producir un atasco en las tuberías.

—Son restos mínimos, Juan –se justifica ella–. Simplemente son esos pequeños residuos que quedan adheridos a los platos.

—Yo sólo te lo advierto. Luego vendrá el problema y me tocará a mí resolverlo.

Y llegó el día en el que, con un cierto titubeo en la voz, Marta se dirigió a Juan Alberto.

—Juan, verás... la pila... desagua muy lento. No sé qué le ocurre... ¿Le echas una miradita, cariño?

— No hay nada que mirar, Marta. Ha ocurrido lo que te dije.

No me haces caso y así llegará a cegarse el sumidero del todo. Y no añadas lo de “cariño”, que te veo por dónde vas, que cada vez que me lo dices me toca pringar. Mira, prueba tú con el desatascador y así haces gimnasia y verás como no vuelves a echar residuos por el desagüe.

—Hijo, cómo te pones... pues no es para ponerse así. Ya me ocuparé yo.

Pero por mucho que Marta ejercita sus bíceps dándole enérgicamente al desatascador, el atasco avanza y cada vez la pila desagua con más lentitud.

—Juan, en serio, tienes que mirarlo... verás... seguro que sabes desatascarlo. Me ha dicho Pili, la del tercero, que por debajo del fregadero hay como un tapón que...

—Vale Marta. Ya te lo miraré cuando tenga un momento –la interrumpe Juan Alberto.

Durante una semana Juan Alberto escucha la misma cantinela a diario al llegar a casa. Recuerda lo que su padre le dijo poco antes de casarse:

—Mira hijo, si tu mujer te pide un día que te tires por un balcón, búscate uno que esté lo más bajo posible.

Pero Juan Alberto se resistió todo lo que pudo...

En el juicio celebrado por la denuncia interpuesta por Anselmo González Remero contra el matrimonio formado por Juan Alberto Vitrubio Cifuentes y Marta Galán Cremades, con la consiguiente reclamación de daños y perjuicios por lesiones, llama la atención las declaraciones, tanto de los acusados como del demandante.

TODO ELLO DIO LUGAR A UNA ELEVADA PROFUSIÓN DE SANGRE, CON EL CONSIGUIENTE ATAQUE DE PÁNICO, AL QUE SE SUMÓ EL SUSTO PRODUCIDO POR LA PRESENCIA DE UNA MUJER EN LA COCINA QUE GRITABA COMO UN CONEJO Y DABA SALTOS COMO SI LA INTENTARAN VIOLAR

Juan Alberto Vitrubio Cifuentes declaró que, cansado de las continuas demandas de su mujer para que desatascara el sumidero de la pila de la cocina que desaguaba con lentitud, y tras las palizas que se había llevado en el acondicionamiento del piso cuando comenzaron a vivir en él, se negó en redondo a volver a abrir la caja de herramientas y revolcarse por el suelo, y meterse bajo la pila para desa tascar aquél desagüe, en el que se encontraría con residuos malolientes.

Llamó entonces a Fontanería González Remero para que se ocuparan de solucionar el tema, concertando la visita del fontanero para un día y una hora en la que su mujer no se encontrara en casa, porque había quedado con una amiga para ir de compras.

Él se encontraría sólo en el domicilio y luego le contaría a Marta que había sido él personalmente quien había hecho la reparación.

El día de autos, mientras se encontraba revisando unos presupuestos en el ordenador y Anselmo González Remero procedía a solucionar el desatasco, escuchó un tremendo grito procedente de la cocina.

Era la voz de un varón (supuestamente de Anselmo González Remero).

El alarido se producía casi con simultaneidad a un tremendo golpe, y tras ello, percibió el estrépito de unos sonidos metálicos que sugerían impactos de herramientas, a la vez que los desaforados gritos histéricos de una mujer, que supuso que era la suya, Marta.

Juan Alberto se desprendió del ordenador a toda velocidad y, alarmado, salió como un rayo hacia la cocina, en la que se encontró al fontanero, Anselmo González Remero, tirado en el suelo, profiriendo blasfemias, anatemas y cagamentos de todo tipo con las manos sobre el rostro lleno de sangre, mientras su mujer daba saltos sobre el pavimento entre gritos histéricos.

Marta Galán Cremades declaró ante el juez que las compras previstas con su amiga duraron menos de lo que pensaba, porque a aquella le había surgido un problema doméstico y debía regresar de inmediato a su domicilio.

Marta hizo lo mismo, considerando pospuesto el plan para la semana siguiente y decidió volver a su domicilio. Tras abrir la puerta y entrar en el piso, observó que de debajo del fregadero asomaban unas piernas embutidas en unos vaqueros y unos pies calzados con unas deportivas Kelme.

Pensó entonces que por fin, Juan Alberto, su marido, se había puesto manos a la obra para desatascar el fregadero.

—En el fondo es un cielo de hombre –pensó, pues siempre acababa por complacerla por mucho que rezongara.

Para darle una sorpresa, cariñosa y agradecida, y con una sonrisa de satisfacción en el rostro, se acercó sigilosamente a aquel cuerpo y le agarró cariñosamente sus partes pudendas, o paquete, que se destacaba bajo el pantalón, a la vez que casi susurraba con voz sensual:

—¿De quién son estos huevitos?

Anselmo González Remero declaró que Juan Alberto Vitrubio Cifuentes había solicitado sus servicios para desatascar un fregadero en su domicilio, y que allí se dirigió el día de autos para solucionar el problema.

Añadió que, cuando se encontraba con medio cuerpo bajo la pila atascada, y mientras procedía a desmontar los “boliches” que, junto con el sifón, constituían el desagüe del seno atascado, sin haber escuchado ningún sonido que le previniera de que alguien entraba en la cocina (de pequeño se había quedado casi sordo por una sinusitis mal curada) sintió que una mano le agarraba con fuerza sus partes pudendas.

Debido al sobresalto que le produjo aquél inesperado agarrón, trató de incorporarse bruscamente en un acto reflejo, estampándose la cara contra el sifón de la pila y clavándose en el ojo derecho el mango de la llave de grifa con la que en ese instante trataba de desmontar la boquilla de conexión del sifón a la pila, lo que le produjo el desprendimiento de retina del ojo derecho, una grave lesión de la que se encontraba en tratamiento.

El impacto de la cara contra los boliches le produjo además la rotura del tabique nasal, la rotura de la ceja izquierda, la pérdida de un incisivo, la rotura de otro, un corte profundo del labio superior y otro corte en la lengua producido por sus propios dientes, ya que él solía sacar la “sin hueso” cuando hacía esfuerzos con alguna herramienta o firmaba cualquier papel, y con el susto se la mordió.

Todo ello dio lugar a una elevada profusión de sangre, con el consiguiente ataque de pánico, al que se sumó el susto producido por la presencia de una mujer en la cocina que gritaba como un conejo y daba saltos como si la intentaran violar.

Y esta es la historia

¿La sentencia...?

Qué importa. Eso es lo de menos.

Esteban Langa FuentesEsteban Langa Fuentes
Ingeniero de Minas


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