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Actualidad

01 Abril 2025

Miedo en conserva: el dogma de las brujas. Enrique Pampliega

Enrique Pampliega

Bruselas ha hablado. Y cuando Bruselas habla, uno agacha la cabeza, coge la mochila y obedece. La Comisión Europea recomienda ahora que usted tenga en casa un kit de supervivencia para 72 horas. Agua, pilas, latas... y resignación. A falta de soluciones, instrucciones para rendirse con orden.

Hace unos años, en 2008, escribí un artículo que olía a humo. No al humo épico de la pólvora, sino al doméstico, al que se cuela bajo la puerta de la cocina cuando uno ya no distingue si el fuego viene del brasero o del sistema. Era un texto sobre el miedo. No el que sale en las noticias, sino el de verdad: el miedo al despido, a no llegar a fin de mes, a que el banco te arranque las llaves de casa de un portazo. Ese miedo que se mete en la ropa, como el olor rancio de un cigarro en una habitación cerrada.

Entonces, ese miedo era íntimo, casi vergonzante. Hoy, en cambio, te lo recomiendan desde arriba. Con membrete oficial, código QR y sonrisa institucional. La Comisión Europea acaba de presentar su nueva “estrategia de preparación ante grandes crisis”. Así lo llaman. Y no se ruborizan. Al contrario: lo anuncian como si fuera la solución definitiva al apocalipsis que ellos mismos alimentan desde hace años. La guerra con Rusia está a las puertas, ya sabe usted.

¿Y en qué consiste tan brillante plan? En que usted tenga reservas para aguantar 72 horas sin ayuda externa. Tres días. Agua, alimentos no perecederos, medicamentos, pilas, linternas y papel higiénico –Dios nos libre de un desastre sin papel higiénico–. Nada de reforzar infraestructuras, de proteger hospitales o de garantizar cadenas de suministro. No. La idea es que usted se busque la vida en su casa, entre latas de sardinas y un transistor. Que no moleste, que no pregunte, que no espere nada.

Lo más preocupante no es lo que dicen, sino lo que callan. Nos están entrenando para rendirnos en silencio. Para asumir que no habrá nadie al otro lado del teléfono. Que la ayuda institucional se reduce a un manual de instrucciones para sobrevivir sin molestar. Lo vimos en Valencia: el caos, el silencio, la soledad. Y ahora nos dicen que estemos preparados. Que no cunda el pánico, pero mejor vete comprando una linterna.

El miedo no mata de inmediato. Se instala. Se infiltra. Se acomoda en las rendijas del alma como la humedad en una pared vieja. Y convierte a hombres y mujeres libres en obedientes ciudadanos. El miedo es el bozal sin correa, la sumisión sin látigo, la trinchera que uno cava con sus manos para esperar que no pase nada.

EL MIEDO NO MATA DE INMEDIATO. SE INSTALA. SE INFILTRA. SE ACOMODA EN LAS RENDIJAS DEL ALMA COMO LA HUMEDAD EN UNA PARED VIEJA. Y CONVIERTE A HOMBRES Y MUJERES LIBRES EN OBEDIENTES CIUDADANOS.

Lo vi hace años, cuando la gente dejaba de emprender por miedo al fracaso. Lo vi en oficinas donde la creatividad moría asfixiada por la prudencia. Hoy lo veo en padres que callan aunque la escuela de sus hijos se desmorone, en ciudadanos que aceptan precios imposibles e impuestos abusivos con una resignación que da náusea. El miedo es una plaga sin vacuna, y lo peor es que funciona. La diferencia es que ahora te lo recetan desde la Unión Europea. Y te dicen que es “por tu bien”. Lo presentan como resiliencia, como responsabilidad. Pero debajo de esa fachada amable hay un mensaje peligroso: apáñatelas como puedas. Sálvese quien pueda. El Titanic se hunde y Bruselas te ofrece un flotador de corcho con instrucciones en ocho idiomas.

Mientras tanto, los que mandan siguen a lo suyo. Reuniones en cumbres, coches oficiales, escoltas, planes de emergencia y despensas llenas. Ellos no pasarán hambre ni sed ni frío. Usted sí. Ellos seguirán blindados por comités de expertos. Usted, con suerte, encontrará velas en el cajón. ¿Y nosotros? Tragamos. Nos lo creemos. Vamos al supermercado y llenamos el carrito de latas. Les decimos a los niños que no pasa nada, que es “por si acaso”. Y así hipotecamos nuestra libertad, trozo a trozo, día a día, por un poco de falsa seguridad. Porque un pueblo con miedo no discute, no protesta, no se levanta. Solo sobrevive.

Europa nos prepara para el fin del mundo, pero no nos dice cómo evitarlo. No hay una sola línea sobre reforzar hospitales, proteger redes eléctricas, garantizar el suministro de agua o blindar infraestructuras básicas. Ni una palabra sobre corregir los errores estructurales de una UE que legisla desde la distancia y vive de espaldas a la calle. En lugar de gobernar, administran el desastre con lenguaje neutro y sonrisa de gabinete. Nos enseñan a aceptar el colapso con resignación cívica, como si fuera el precio inevitable del progreso. Nos preparan no para resistir, sino para obedecer. No para construir, sino para aguantar. Y ese es el verdadero triunfo del miedo: cuando la cobardía se reviste de responsabilidad, cuando la pasividad se aplaude como prudencia y cuando la gente abraza la derrota creyendo que es sensatez. El miedo, al fin y al cabo, es el mejor aliado de los burócratas de Bruselas. Lo que quieren son europeos ovejunos y lanares. Y el miedo, amigos, es la mejor esquila para guiarlos hasta el redil.

Me niego a sobrevivir. Prefiero vivir, equivocarme, caerme, levantarme, tener frío en la calle que calor en una celda mental con linterna y botiquín. No voy a meter mi dignidad en una mochila para obedecer mejor.

Enrique Pampliega
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